Raul Fuentes
En un artículo publicado el pasado sábado en el suplemento hebdomadario de Tal Cual (“De Caracciolo Parra Pérez a María Gabriela Chávez”), Raquel Gamus nos brinda un sustancioso compendio de lo que ha sido la actuación venezolana en el más importante de los foros internacionales, la Organización de las Naciones Unidas, a través de una galería de habilidosos negociadores y expertos en política exterior de probada solvencia intelectual que contrasta con el “desprecio al talento y la especialización” por parte de una cancillería, la actual, que ha suplantado el profesionalismo por la improvisación y coloca a acólitos e incondicionales en altos cargos en el exterior a fin de que actúen como espías y agentes transmisores del virus chavista. No tiene nada de raro, pues, que en ese despelote se hayan colado el narcotráfico, el amiguismo, la recompensa por favores recibidos y, por supuesto, el nepotismo.
El amiguismo y la compensación por servicios prestados, particularmente por militares, han sido factores determinantes al momento de designar personal – desde jefes de legación hasta secretarias y mensajeros– para representar y defender los intereses de la República fuera del territorio nacional, los cuales tiende a solaparse con las apetencias personales, porque la Casa Amarilla no es Itamaraty y Venezuela no es Brasil, una nación que ha hecho de su política externa un envidiable modelo de afirmación de su soberanía y su identidad nacional.
Desde que Chávez decidió romper con la DEA y prodigar trato preferencial a movimientos terroristas financiados con ingresos provenientes del comercio ilícito de estupefacientes, como las FARC colombianas o el FMLN salvadoreño, influyentes medios internacionales han salpicado con el ventilador de sus investigaciones e informaciones a la diplomacia venezolana, en especial cuando ésta estuvo bajo la jefatura de Nicolás Maduro; si a ello se añaden escabrosos incidentes como el ya olvidado episodio keniano que costó la vida por estrangulamiento a la embajadora Olga Fonseca, o el más reciente y muy sonado affaire Carvajal, no podrá decirse que estamos exagerando al sostener que existen sobrados indicios para conjeturar que hay nexos entre las todo poderosas mafias de la droga y corruptos funcionarios de alto rango enchufados en las embajadas y consulados venezolanos, sospecha que debería ser motivo de una objetiva y exhaustiva investigación por parte de la Asamblea Nacional, con las interpelaciones correspondientes a la personas presuntamente implicadas en tan grave tejemaneje.
En cuanto al nombramiento de familiares para hacer carrera diplomática (sin méritos ni credenciales para ello), podríamos decir que se trata de una tradición universalmente extendida y es práctica corriente entre déspotas y dictadores, especialmente en el tercer mudo y, sobre todo, en esos estados dependientes del oro negro en los que príncipes, emires y reyezuelos acostumbran reclutar a sus parientes para que se ocupen de hablar por ellos y, en algunos casos, mientras más lejos mejor; y hay quienes obtuvieron sus plazas gracias a braguetazos de altos vuelos, como Porfirio Rubirosa, el primero de la colección de 8 maridos que tuvo Flor de Oro Trujillo, hija mayor de Chapita, o Gian Galeazzo Ciano, conocido simplemente como Conde Ciano, consorte de Edda Mussolini, hija del Duce. Por eso, la investidura de María Gabriela Chávez como embajadora alterna en la ONU nada tiene de asombroso, pero sí de preocupante porque si heredó la imprudencia de su progenitor más de una pena nos hará pasar la hija del comandante (buen título para una telenovela a la manera de La Dueña… ¿aceparían César Miguel Rondón, Ibsen Martínez o Leonardo Padrón enfrentar semejante desafío?)
Arribamos a lo que debió ser punto de partida y no de llegada de esta descarga dominical: el desplazamiento, ascenso o degradación de Rafael Ramírez a la vicepresidencia de la soberanía política y el Minpopo para las Relaciones Exteriores. No es la primera vez que, en Venezuela, se le asignan altas responsabilidades en materia de política exterior a gente vinculada al petróleo; tiene ello mucho que ver con la importancia y valor estratégico de los hidrocarburos en la escena mundial. Pero en la presente coyuntura, cuando hasta algunos economistas vaticinan un default, el gambito de Maduro luce inútil y no hace más que validar los ácidos comentarios y severas críticas de respetados analistas sobre la falta de comprensión por parte del gobierno en relación al tipo de giro que necesita el país. Se sigue jugando a la política, adentro y afuera, mas se olvidan o se postergan urgentes rectificaciones en materia económica; por eso es pertinente parafrasear a James Cavile, asesor electoral de Bill Clinton, y recordarle a quien tiene la sartén por el mango: ¡Es la economía, estúpido!
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