Hector Abad Faciolince
En el caso de los crímenes de la guerrilla, hay muchos libros publicados por las víctimas del secuestro (Clara Rojas, Pinchao, Íngrid Betancourt, entre otros). Pero las Farc, ahora, acaban de publicar su propia versión —el relato del verdugo—, del secuestro de Clara Rojas, los militares e Íngrid Betancourt. Siempre he leído con pasión los libros de las víctimas del secuestro, por muy idealizados o incompletos que estén. Y hacía mucho quería leer también la versión y la justificación moral de los perpetradores de este crimen. Es siempre interesante leer cuál es la pirueta mental que hacen los verdugos para justificar sus abominaciones. Pues bien, ya la tenemos, en la pluma de “la guerrillera Diana”. Y vale la pena leer su versión de la maldad porque es una antología de bajezas, justificaciones innobles y disparates.
La versión de “la guerrillera Diana” empieza con cuatro joyas: la primera es llamar a las secuestradas “prisioneras de guerra”, como si dos mujeres civiles y no combatientes pudieran ser calificadas así, y no rehenes. La segunda consiste en afirmar que Rojas no es víctima porque se hizo secuestrar voluntariamente. Es decir, que al negarse a abandonar a su compañera de infortunio (que es un acto noble y admirable), fue ella la culpable de su “retención”. Decir que se “retiene” a alguien durante seis años es algo que daría risa, si no fuera por la ira que produce. La tercera joya da grima: Diana dice que “por su extracción social los mandos acordaron un trato preferencial hacia ellas”, y este consistía en que no las amarraban. Así, indirectamente, admite que a los hombres sí los ataban con cadenas, como perros, y que en las comunistas Farc, si alguien es de clase alta, lo tratan menos mal. Asco.
La cuarta joya es la peor, porque a la infamia añade el chisme, la injuria y el escarnio. Para descalificar y rebajar a sus “prisioneras”, las Farc se meten con su vida íntima: afirman que Íngrid y Clara tenían una “relación sentimental” y que la segunda acosaba a la primera. Esto es infame, míreselo por donde se lo mire: si fuera verdad, era un asunto privado de ellas, que las Farc no tienen por qué revelar; y si es mentira, como me lo han confirmado, la calumnia es doblemente infame.
La versión de la infamia de “la guerrillera Diana” sigue con el embarazo de Clara Rojas y el nacimiento de Emanuel. La literatura médica sabe muy bien lo que puede ocurrir en la mente de una mujer embarazada que se encuentra en una situación de desamparo, opresión, estrés, hambre y privaciones extremas. Todo carcelero que se acuesta con una presa, para empezar, es un abusador. Mienten las Farc al decir que no sabían que había una relación con un guardia: es más, la autorizaron. Si Clara perdió su equilibrio fue precisamente por el secuestro. De modo que lo que haya sentido por un bebé nacido o por nacer en condiciones de espanto, es comprensible y respetable. Si fuera verdad que Clara Rojas en algún momento no quería tener un niño en esas condiciones, es normal. Pero revelarlo así, despiadadamente, es otra infamia (con Clara y con el niño), así fuera verdad. Y si es mentira, como también me lo han confirmado, es otra calumnia asquerosa de las Farc. Decir que cuando se lo entregaban le quebraba el brazo deliberadamente o lo quería matar, sólo cabe en la propia mente perversa de quien escribe esta patraña.
La última conclusión de “la guerrillera Diana” es que los militares, Íngrid y Clara no son víctimas, pues las Farc simplemente querían salvarles la vida, y protegerlos del Estado, que los perseguía para matarlos. Por favor, si tanto los querían proteger, bastaba soltarlos. Si esta va a ser la manera de razonar de las Farc cuando al fin dejen las armas, firmen la paz y sean un partido político, estoy seguro de que no sacarán —para bien del país— ni un solo voto. Lo bueno de que las Farc escriban en vez de disparar, es que su brutalidad —en todos los sentidos de la palabra— es ahora patente y manifiesta.
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