Teodoro Petkoff/TalCual
63% es la inflación entre agosto 2013 y el mismo mes de 2014. La inflación en alimentos, en el mismo lapso, monta a 91%. Para el cierre del año la primera cifra se moverá entre 70 y 80% y la segunda, la de alimentos,
sobrepasará el umbral de 100%. Estamos hablando de números escandalosos, que nos dan cuenta de una inflación muy alta y que en un parpadeo podrían transformarse en hitos en el camino hacia la hiperinflación. Palabras mayores, que dan un frío en el espinazo, pero que entran en el terreno de las posibilidades, porque el causante principal de la carestía es el gobierno, que, por lo pronto, sigue ahí. Ha sido la política económica seguida por los gobernantes la que nos ha metido en este vaporón. Corriendo con un déficit fiscal, que tercamente se mantiene por encima del 15%, el chavo-madurismo pretende llenar ese hueco presupuestario a punta de emitir billetes, sin ningún respaldo en dólares, así como pedir prestado, con lo cual se cierra el círculo inflacionario
Déficit fiscal, emisión monetaria inorgánica, endeudamiento e inflación son los cuatro términos de esta terrible ecuación, que corroe el ingreso, en particular el de los sectores más desvalidos económicamente, de clase media hacia abajo. Este tema es un lugar común y al lugar común tenemos que apelar para tratarlo. Es obvio que quienes viven de un ingreso fijo, tal como el salario, viven el drama de que cada día lo que devengan compra menos. Cuando lo que se devenga, en promedio, está muy poco por encima del salario mínimo, entonces la cosa se pone color de hormiga.
Pero, ¿qué ocurre en los predios del principal empleador del país, que no es otro que el Estado? Ocurre que las deudas de éste con distintos sectores a los cuales hay que pagarles en dólares tienen montos que ponen los pelos de punta. En un artículo de los economistas Ricardo Hausmann y Miguel Angel Santos hay datos muy interesantes. A los importadores farmacéuticos se les adeudan 3.500 millones de dólares. Con los importadores de alimentos la deuda alcanza ya 4.200 millones de dólares. Estas dos cifras tienen mucho que ver con el muy corpóreo fantasma de la escasez. El sector automotriz, en particular el de autopartes, es decir, los repuestos, está penando por 3.000 millones. A las líneas aéreas les deben 3.700 millones y la oferta de cupos se ha reducido a la mitad. Hoy el mejor negocio en Venezuela es adquirir dólares a 6,30 y venderlos en el floreciente mercado negro por una cantidad más de doce veces mayor. Esto, por supuesto, es gasolina para la candela de la corrupción.
¿Qué se le ocurre al gobierno para hacer frente a este problema? Pues cerrar fronteras y poner captahuellas en mercados, supermercados y bodegas. Es imposible sanar una hemorragia con curitas. Lo lógico sería reestructurar la deuda, renegociándola con apoyo del Fondo Monetario Internacional, estirando las fechas de vencimiento y pago. Pero eso no lo va a hacer el gobierno, así que no se sabe dónde vamos a ir a parar. Como dicen Hausmann y Santos, “el hecho de que el gobierno haya decidido incumplirle a 30 millones de venezolanos para pagarle religiosamente a Wall Street no debe ser interpretado como una señal de rectitud moral. Es más bien una muestra de su decadencia moral”.
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