MOISÉS NAÍM
En estos días es fácil equivocarse. La turbulencia geopolítica, las crisis económicas y las convulsiones sociales se suceden a una velocidad que no da tiempo de pensar con calma y calibrar bien lo que está sucediendo en el mundo.
En este ambiente tan revuelto, algunas ideas se han arraigado, tanto entre expertos como en la opinión pública mundial. Algunas de las ideas que han ganado mucha popularidad están equivocadas. Estas son tres de ellas.
1) Vladimir Putin es el líder más poderoso del mundo. Por ahora. ¿Pero cuán duradero es el enorme poder que hoy concentra? No mucho. La economía rusa, que no venía bien aun antes del conflicto con Ucrania, se ha debilitado aun más debido a las severas sanciones impuestas por Estados Unidos y Europa. El valor del rublo ha caído a su menor nivel histórico, la fuga de capitales es enorme (74.000 millones de dólares tan solo en el primer semestre), la inversión se ha detenido y la actividad económica se contrajo. El Kremlin ha debido echar mano a los fondos de pensión para mantener a flote grandes empresas cuyas finanzas han colapsado al perder acceso a los mercados financieros internacionales. La producción de petróleo ha bajado y las nuevas inversiones de las que depende la producción futura se han parado. Por otro lado, el machismo bélico de Putin le ha dado nueva vida y mayor protagonismo a una organización que él detesta y que estaba en vías de extinción: la OTAN. Y esta semana se confirmó el fracaso de Putin en detener el acercamiento de Ucrania a Europa al ser ratificado por el Parlamento de ese país y el de la Unión Europea un acuerdo de asociación. Putin seguirá siendo un líder importante y sus actuaciones tendrán consecuencias mundiales. Después de todo, preside autocráticamente uno de los países más grandes del mundo, y su nacionalismo lo ha hecho muy popular entre los rusos. Pero sus políticas económicas, sus relaciones internacionales y su política doméstica son insostenibles.
2) Obama fracasó. La popularidad de Obama es la mitad de la de Putin. La renuencia del presidente americano a intervenir militarmente de manera mucho más agresiva en Siria, Ucrania o contra el Estado Islámico le han valido severas críticas. Su fracaso en lograr el apoyo del Congreso para aprobar leyes indispensables han hecho común afirmar que Obama es un novato que no sabe manejar el poder o que Estados Unidos ya no es, o no sabe actuar, como una superpotencia.
Esta afirmación con frecuencia se basa en una sobreestimación del poder de los Estados Unidos. Y en la creencia de que para que los problemas sean solucionados, o atenuados, basta con que el presidente decida intervenir. Esto nunca fue cierto, aunque antes el presidente americano gozaba de más grados de libertad que ahora. Pero el mundo cambió, y el poder ya no es lo que era antes. Aun el presidente de Estados Unidos tiene menos poder del que tenían sus predecesores. Desde esta perspectiva, Obama se ha manejado mucho mejor de lo que le conceden quienes creen que su cargo confiere poderes casi sobrehumanos.
3) China es la próxima superpotencia del planeta. Es inevitable que dentro de unos años China tenga la más grande economía del mundo. Sus fuerzas armadas también están creciendo rápidamente, así como su protagonismo internacional. Su influencia en África, América Latina y sus vecinos asiáticos es indudable. La capacidad del gobierno chino para llevar a cabo grandes obras de infraestructura es también incuestionable y su éxito económico y social es fenomenal. Esto hace que muchos supongan que China será la nueva potencia hegemónica del siglo XXI. Yo no lo creo. Sabemos que existen dos chinas: una industrializada, moderna, la de los rascacielos, la globalización y gran dinamismo económico. Pero también sabemos que hay una China pobre, y con enormes necesidades insatisfechas de vivienda, salud, educación, agua, electricidad, etc. El ingreso de 48% de la población que vive en esta China más pobre y rural es un tercio de lo que ganan sus compatriotas en las ciudades. Sorprende, además, que, a pesar de sus éxitos, el gobierno Chino muestra una gran inseguridad. Gasta más en seguridad interna que en la defensa externa, por ejemplo. Un tercio del territorio Chino, Tíbet y Xinjiang, vive en una crónica ebullición política a la que Pekín responde con fuerte represión y permanente intervención militar. Y los esfuerzos gubernamentales por controlar la información, censurar Internet y limitar el libre intercambio de ideas ya son legendarios. Este ambiente inhibe la innovación, ingrediente indispensable para que un país tenga éxito.
Es obvio que China tendrá cada vez más peso en la economía y la política del mundo. Pero no será la potencia dominante.
En el siglo XXI ningún país podrá jugar ese papel.
Estoy en Twitter @moisesnaim
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