No al chantaje ideológico
Los venezolanos se enfrentan a un gobierno sumamente cruel
e inhumano, que da reiteradas muestras
de que le importa en absoluto sus penurias. El hambre que se extiende a
sectores cada vez más numerosos, las muertes y angustias atribuibles a la ausencia de medicamentos y/o de
equipamiento de hospitales, el altísimo
índice de criminalidad que sesga vidas inocentes y los padecimientos ocasionados a la población por
la escasez generalizada, les resbala. No
es con ellos, señalan, volteando de un lado
para otro en busca de culpables, pues por (auto)definición, son “abnegados
revolucionarios” defendiendo las conquistas del pueblo ante la arremetida de fuerzas oscuras
de la “derecha”.
Y así, con el mayor cinismo los más, creyéndose sus
embustes los menos, siguen impertérritos con sus políticas empobrecedoras y de
progresivo exterminio de la población.
Esta insensibilidad se transforma en burla abierta del
sufrimiento de sus coterráneos cuando
repiten una y otra vez, como excusa, la
suprema estupidez de que el gobierno enfrenta una “guerra económica”. El último desalmado en
mofarse así del pueblo es el embajador
ante la OEA, Bernardo Álvarez, al negarse ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos
a aceptar la ayuda de gobiernos y
organismos extranjeros, aduciendo que es irresponsable hablar de una crisis
humanitaria en el país, porque lo que existe es ¡la guerra económica! No hay
emergencia sanitaria, no hay desabastecimiento, no hay presos políticos encarcelados de manera fraudulenta, no existe
violación de los derechos humanos y no se acepta ninguna ayuda foránea porque,
por antonomasia, tales padecimientos no existen en una revolución. No se
despilfarraron los mayores ingresos que registra la historia del país, no se
hipotecó el futuro de los venezolanos con deudas gigantescas y subastando
recursos del subsuelo a cambio de unos churupos para estirar la arruga, no se
quebraron las empresas públicas por robo y negligencia, ni se dejó deteriorar los
servicios públicos por desidia (y robo). Así que, en nombre de la única
“verdad” admisible, a seguir arruinando al país, “la Historia nos absolverá” y
¡”pa’atrás ni pa’ coger impulso”!
Causa suma indignación tanto cinismo e indolencia para con
el sufrimiento de la gente. Y aunque ya casi nadie cree en la idiotez de la
guerra económica, ello no es consuelo. Preocupa que no emerja una opción clara,
contundente, que haga saber a los venezolanos que esta situación no es una
fatalidad, que puede mejorar significativamente y en un plazo menos distante de
lo que muchos creen, con unas políticas coherentes y un equipo calificado de
gobierno. Es menester proponer de manera decidida las tres condiciones básicas,
ineludibles, para atajar de inmediato la caída del nivel de vida de los
venezolanos y abrirle posibilidades de recuperar su futuro que, por fuerza,
implicarían un gobierno de transición. Estas tres condiciones son:
1) la concertación, lo más pronto posible de un generoso financiamiento
internacional, en el orden de los $30 a 40 millardos;
2) la privatización de empresas públicas que son un
desaguadero de dinero y sin la cual no es posible sanear las cuentas fiscales;
y
3) el desmontaje de los controles y regulaciones que aplastan
a las actividades económicas.
Las primeras dos son imprescindibles para unificar el tipo
de cambio y liberar el acceso a la divisa. Sin ello, no podrá superarse el estrangulamiento
externo que impide importar insumos, repuestos y equipos para la actividad
productiva, base para lograr el abastecimiento interno y la generación de
empleos bien remunerados. La tercera es imprescindible para liberar las fuerzas
productivas, y promover la competencia y la racionalización de las actividades
económicas. Las tres, junto a un programa de estabilización macroeconómica, son
pilares de un programa para abatir la inflación.
Sabemos que la oligarquía en el poder se opondrá con uña y
dientes a desmontar los controles, privatizar empresas que vacían las arcas
públicas y negociar empréstitos internacionales que exigen poner orden en la
casa, porque con ello se desmontarían las bases de sus muy lucrativas
actividades corruptas, de expoliación de la riqueza social. Pero si bien se les
ha caído la máscara de redentores para justificar esta postura, siguen contando
con el chantaje ideológico enraizado en la cultura política nacional, que les
permite estigmatizar estas medidas. Así, todo asomo de negociación con el FMI,
único ente en capacidad de otorgar el financiamiento requerido, y la
privatización de empresas públicas que desangran las finanzas del Estado, son
repudiadas por Maduro por “neoliberales”.
Apela, con ello, a toda una carga valorativa que hemos cultivado
los venezolanos bajo gobiernos populistas adecos y copeyanos, y bajo el actual
régimen fascista de Chávez-Maduro, en la que ambas medidas se asocian a un
deterioro de las condiciones de vida de la población a causa de la
"entrega del país a intereses privados, nacionales y foráneos". A
papá Estado, por más corrupto e ineficaz que sea, se le tiene que permitir que
intervenga en todo y gaste a mano suelta porque, por antonomasia, es el único
que representa los intereses del pueblo.
Ya hemos explicado en un artículo anterior,[1] que
el verdadero ajuste draconiano, empobrecedor, es el que nos viene imponiendo Maduro
desde hace dos años. Por el contrario, disponer de un financiamiento
internacional capaz de destrabar las cuentas externas, no puede sino ser
expansivo, pues permitirá la importación de insumos, repuestos y equipos para
la producción doméstica y la generación de empleo, así como los bienes de
consumo que requiere la población. Por supuesto que tal financiamiento se condiciona
a que el país haga los ajustes macroeconómicos que aseguren su reembolso en el
tiempo. Y ello se centra en el saneamiento de las cuentas públicas que implica,
como elemento central, que el estado se desembarace de empresas quebradas que
requieren transferencias permanentes para subsistir. Así se liberarán los
recursos para compensar a los sectores vulnerables que pudiesen verse afectados
por un programa de transición.
¿Cómo es posible que los voceros democráticos no sean
capaces de defender estas ideas de manera abierta, para lo cual sobran argumentos
y datos empíricos? ¿Cómo no defender que contar con unos 30 – 35 millardos de
dólares de un organismo financiero internacional en calidad de préstamo es algo
que beneficia a los venezolanos con abastecimiento, producción
y empleo?
¿Hasta cuándo el chantaje ideológico del populismo –
fascismo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario