¿Qué hacer frente a la crisis en Venezuela?
El problema económico de Venezuela sigue sin respuestas. Y Maduro se empeña en responder con la argucia de culpar a alguien, treta que hasta ahora no ha logrado sino precipitar a su gobierno y al país al caos.
La estrategia de Nicolás Maduro ha consistido en diferir medidas, postergar acuerdos con el sector productivo (y en su lugar confrontarlo u hostigarlo), y someter al país a un racionamiento que ya llega al absurdo. Tal es el absurdo que, como no hay oferta de energía eléctrica, por falta de inversiones y mantenimiento (además de mucha corrupción en el manejo de los contratistas de este sector), lo que se le ocurre es dejar de trabajar un día de la semana para bajar el consumo. Sin asomar, como ha sido la norma en todo este periodo de racionamiento, una mínima indicación de qué se hará para sacarnos del foso donde nos encontramos.
Esta semana, como si no estuvieran suficientemente graves las cosas, han insistido en acusar de la crisis a la nueva Asamblea Nacional, de mayoría opositora; tal como ayer eran “el imperio”, “la guerra económica” y los conspiradores. Antes habían abrazado el argumento, halado por los cabellos, de que la oposición al Decreto de Emergencia se obstaculizaban las soluciones (no presentadas por el decreto) a la crisis. Ahora optan por movilizaciones tarifadas con intención provocadora y violenta frente al Palacio Legislativo, acompañadas de la propuesta del inefable Herman Escarrá, bendecida por Maduro, de que hay que explorar una enmienda constitucional, no la planteada por algunos opositores para recortar el mandato de Maduro, sino el de la recién electa Asamblea Nacional.
Pretenden demonizar a la Asamblea Nacional, convirtiéndola en su narrativa en la síntesis de la ristra de culpables que han querido inventar como chivo expiatorio de una crisis resultado de un modelo económico que colapsó antes de que se hundieran los precios internacionales del petróleo, que eran su única base de sustentación tanto económica como política. Y se aplica al propio Chávez, por cierto.
Un reciente estudio de opinión, elaborado para la Unidad de Monitoreo Político Regional del Centro para la Democracia y el Desarrollo en las Américas, nos trae unos hallazgos muy interesantes: Maduro es el responsable de la crisis que vive Venezuela para 35% de los venezolanos; luego aparecen los siguientes culpables: la falta de orden 22%; la guerra económica 15%; el colapso del modelo socialista/chavista 6%; los ministros del Gobierno 5%; los bachaqueros 4%; la oposición 3%; los militares 3%; la Asamblea Nacional 1%; mientras 6% de los venezolanos no sabe o cree que hay otro responsable.
Los resultados del estudio coinciden, además, con otros que han revelado que solo 33% de los venezolanos piensa que Maduro debe terminar su periodo presidencial; mientras 66% afirma que debe marcharse, sea por la vía del Referendo Revocatorio (52%), o por otra ruta, el resto. Finalmente, más del 80% piensa que la situación del país es francamente mala o pésima… desesperante diría yo.
Qué busca el Gobierno con su estrategia comunicacional y política: diluir la responsabilidad de Maduro en la crisis y promover múltiples estrategias como respuesta a la inmensa mayoría que se opone o está descontenta en la presente crisis. En otras palabras, el famoso episodio del Dakazo, que les sirvió para revertir el resultado electoral, no se ha podido repetir (y todo indica nunca más se reeditará). Y esta vez no se avizora un rebote en los precios del petróleo en el horizonte, ni devaluación oculta que alcance para alimentar el clientelismo político o el populismo enfocado de sus programas sociales.
Habrá quien piensa que la actitud del Gobierno es un asunto de incapacidad estrictamente, (y es obvio que son incapaces para gobernar y resolver los problemas del país), pero debe advertirse también que toda esta postración es parte de una estrategia política que se expresa por diseño. En la medida de que se diluya la responsabilidad de Maduro, y que no se enfoque la sociedad opositora en un solo mecanismo para abordar la crisis política, aquel permanece en el poder, a pesar de la gravedad de la crisis. Sobre todo si, además, logran desdibujar una posibilidad de liderazgo que represente una real alternativa, porque eso es menos riesgoso y costoso que inhabilitar, perseguir o hasta apresar a lideres opositores, como ha sido el caso de Leopoldo López, Antonio Ledezma y Manuel Rosales.
Paralela a esa estrategia, o como parte de ella, se despliega el conflicto entre poderes, despojando a la Asamblea desde el Tribunal Supremo, o judicializado la oposición democrática para diezmar al liderazgo opositor. Al mismo tiempo se acentúa el cerco mediático, que ha confinado (y ensimismado hasta cierto punto) la opinión disidente al espectro digital.
La conflictividad política permite construir nuevos culpables. Por ejemplo, si la población termina percibiendo a la Asamblea como parte responsable de la crisis. Esto ocurriría si la versión que se impone es la oficial.
Pero en el camino se agrava la crisis económica y social. Y el riesgo de que, al calor de la conflictividad política estalle la social, no es opción conveniente para nadie que quiera abonar a una solución, y mucho menos para el liderazgo opositor. Del estallido se desemboca en la anarquía y, finalmente, en alguna forma de represión, asistida por una razón de Estado. Ganas no les faltan, como han demostrado largamente.
Si se piensan bien las cosas, y la oposición se concentra en tener su estrategia en orden, se debería enfocar en una respuesta a la crisis política: la que tiene más cuerpo en las encuestas, así como viabilidad institucional: el referendo revocatorio. Eso, sin descuidar las elecciones regionales, más aún, atando la promoción de los líderes con el llamado al revocatorio.
Estas tareas deberán cimentarse en una propuesta al país. La oposición deberá habilitar todos los espacios que sean necesarios para el diálogo social y político orientado a resolver la crisis desde la Asamblea Nacional.
Nadie ha dicho que es fácil. Pero hay un estímulo imbatible: ese país atormentado, que sufre en las colas, que gime en los destrozados hospitales, que llora a las puertas de las morgues. Y que todavía alienta en su corazón una llamita de esperanza.
Nos leemos por twitter @lecumberry
La estrategia de Nicolás Maduro ha consistido en diferir medidas, postergar acuerdos con el sector productivo (y en su lugar confrontarlo u hostigarlo), y someter al país a un racionamiento que ya llega al absurdo. Tal es el absurdo que, como no hay oferta de energía eléctrica, por falta de inversiones y mantenimiento (además de mucha corrupción en el manejo de los contratistas de este sector), lo que se le ocurre es dejar de trabajar un día de la semana para bajar el consumo. Sin asomar, como ha sido la norma en todo este periodo de racionamiento, una mínima indicación de qué se hará para sacarnos del foso donde nos encontramos.
Esta semana, como si no estuvieran suficientemente graves las cosas, han insistido en acusar de la crisis a la nueva Asamblea Nacional, de mayoría opositora; tal como ayer eran “el imperio”, “la guerra económica” y los conspiradores. Antes habían abrazado el argumento, halado por los cabellos, de que la oposición al Decreto de Emergencia se obstaculizaban las soluciones (no presentadas por el decreto) a la crisis. Ahora optan por movilizaciones tarifadas con intención provocadora y violenta frente al Palacio Legislativo, acompañadas de la propuesta del inefable Herman Escarrá, bendecida por Maduro, de que hay que explorar una enmienda constitucional, no la planteada por algunos opositores para recortar el mandato de Maduro, sino el de la recién electa Asamblea Nacional.
Pretenden demonizar a la Asamblea Nacional, convirtiéndola en su narrativa en la síntesis de la ristra de culpables que han querido inventar como chivo expiatorio de una crisis resultado de un modelo económico que colapsó antes de que se hundieran los precios internacionales del petróleo, que eran su única base de sustentación tanto económica como política. Y se aplica al propio Chávez, por cierto.
Un reciente estudio de opinión, elaborado para la Unidad de Monitoreo Político Regional del Centro para la Democracia y el Desarrollo en las Américas, nos trae unos hallazgos muy interesantes: Maduro es el responsable de la crisis que vive Venezuela para 35% de los venezolanos; luego aparecen los siguientes culpables: la falta de orden 22%; la guerra económica 15%; el colapso del modelo socialista/chavista 6%; los ministros del Gobierno 5%; los bachaqueros 4%; la oposición 3%; los militares 3%; la Asamblea Nacional 1%; mientras 6% de los venezolanos no sabe o cree que hay otro responsable.
Los resultados del estudio coinciden, además, con otros que han revelado que solo 33% de los venezolanos piensa que Maduro debe terminar su periodo presidencial; mientras 66% afirma que debe marcharse, sea por la vía del Referendo Revocatorio (52%), o por otra ruta, el resto. Finalmente, más del 80% piensa que la situación del país es francamente mala o pésima… desesperante diría yo.
Qué busca el Gobierno con su estrategia comunicacional y política: diluir la responsabilidad de Maduro en la crisis y promover múltiples estrategias como respuesta a la inmensa mayoría que se opone o está descontenta en la presente crisis. En otras palabras, el famoso episodio del Dakazo, que les sirvió para revertir el resultado electoral, no se ha podido repetir (y todo indica nunca más se reeditará). Y esta vez no se avizora un rebote en los precios del petróleo en el horizonte, ni devaluación oculta que alcance para alimentar el clientelismo político o el populismo enfocado de sus programas sociales.
Habrá quien piensa que la actitud del Gobierno es un asunto de incapacidad estrictamente, (y es obvio que son incapaces para gobernar y resolver los problemas del país), pero debe advertirse también que toda esta postración es parte de una estrategia política que se expresa por diseño. En la medida de que se diluya la responsabilidad de Maduro, y que no se enfoque la sociedad opositora en un solo mecanismo para abordar la crisis política, aquel permanece en el poder, a pesar de la gravedad de la crisis. Sobre todo si, además, logran desdibujar una posibilidad de liderazgo que represente una real alternativa, porque eso es menos riesgoso y costoso que inhabilitar, perseguir o hasta apresar a lideres opositores, como ha sido el caso de Leopoldo López, Antonio Ledezma y Manuel Rosales.
Paralela a esa estrategia, o como parte de ella, se despliega el conflicto entre poderes, despojando a la Asamblea desde el Tribunal Supremo, o judicializado la oposición democrática para diezmar al liderazgo opositor. Al mismo tiempo se acentúa el cerco mediático, que ha confinado (y ensimismado hasta cierto punto) la opinión disidente al espectro digital.
La conflictividad política permite construir nuevos culpables. Por ejemplo, si la población termina percibiendo a la Asamblea como parte responsable de la crisis. Esto ocurriría si la versión que se impone es la oficial.
Pero en el camino se agrava la crisis económica y social. Y el riesgo de que, al calor de la conflictividad política estalle la social, no es opción conveniente para nadie que quiera abonar a una solución, y mucho menos para el liderazgo opositor. Del estallido se desemboca en la anarquía y, finalmente, en alguna forma de represión, asistida por una razón de Estado. Ganas no les faltan, como han demostrado largamente.
Si se piensan bien las cosas, y la oposición se concentra en tener su estrategia en orden, se debería enfocar en una respuesta a la crisis política: la que tiene más cuerpo en las encuestas, así como viabilidad institucional: el referendo revocatorio. Eso, sin descuidar las elecciones regionales, más aún, atando la promoción de los líderes con el llamado al revocatorio.
Estas tareas deberán cimentarse en una propuesta al país. La oposición deberá habilitar todos los espacios que sean necesarios para el diálogo social y político orientado a resolver la crisis desde la Asamblea Nacional.
Nadie ha dicho que es fácil. Pero hay un estímulo imbatible: ese país atormentado, que sufre en las colas, que gime en los destrozados hospitales, que llora a las puertas de las morgues. Y que todavía alienta en su corazón una llamita de esperanza.
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