domingo, 10 de abril de 2016

UNA EXTRAÑA debilidad      


Una de las reiteraciones que nos persiguen se localiza en las afirmaciones sobre la debilidad del régimen, habituales desde el 6-D y machacadas por los líderes de la oposición. A partir del triunfo en las elecciones parlamentarias, abrumador desde todo punto de vista, se ha divulgado la idea de cómo el chavismo está en sus postrimerías debido al repudio popular; de cómo demuestra cada día una desesperación que solo se puede explicar a través de la observación de sus debilidades. Cuando los triunfadores del último proceso electoral agregan a su argumento los disparates del madurismo, un repertorio de tropelías y de evidencias de ineptitud capaz de conmover al más gélido de los espectadores, se redondea un argumento que parece sustentado en la realidad. El gobierno experimenta las vísperas de su salida, se desprende de semejantes afirmaciones que parecen tener asidero. Pero ¿es así, de veras?
Entre los testimonios que se ofrecen para sostener el punto, destaca el hecho de cómo el Ejecutivo manipula sus instituciones aliadas para procurar la supervivencia. El TSJ, por ejemplo, al cual acude una cabecita en estado terminal para mellar el filo de la guillotina que levantan los diputados de la AN. El CNE, por ejemplo, cuyas rectoras se anuncian como vigilantes de unas inesperadas instrucciones para votar ante las cercanías de unos sufragios que pueden conducir a su jefe hacia el cementerio. Las Fuerzas Armadas, por ejemplo, apresuradas en levantar la voz para convertirse en enemigos de la Ley de Amnistía que motejan con adjetivos lapidarios. Los pregones también se solazan en llamar la atención sobre las colas frente a las farmacias y en las inmediaciones de los supermercados, o en el incremento de la violencia, como testimonios de una incomodidad creciente que cumplirá el trabajo de echar a Maduro de Miraflores. El mandado está hecho, se concluye partiendo de este tipo de análisis.
Pero, así como sirve para decirnos que la “revolución” está de salida, el argumento conduce a pensar lo contrario. Un gobierno que se burla descaradamente de la voluntad popular representada en el Parlamento, no está en los estertores de la agonía. La solidaridad incondicional que ha encontrado en sus togados cómplices, exhibida sin rubor, demuestra fortaleza en lugar de fragilidad. Cuando el régimen encuentra soporte dócil en las dueñas y señoras del organismo electoral, que actúan según los deseos del patrón sin el menor ocultamiento, sin que la vergüenza las determine, nos da en la cara con el bofetón de su omnipotencia. El apresuramiento de los oficiales “bolivarianos” en una pelea que no les corresponde contra la Ley de Amnistía, ajena a sus funciones y contraria a la legalidad, nos indica que las armas de la soldadesca están firmes en su sumisión a un proyecto político que, si estuviera herido de muerte, no encontraría la religiosa devoción de los cuarteles. Las colas por los alimentos y las medicinas, así como el incremento de la violencia, parecen por sí solas capaces de propinar el puntillazo a la bestia herida, pero también se pueden considerar como instrumentos de disciplina que el régimen utiliza para planchar el cuero seco.
A la hora de hacer el inventario de las debilidades, no aparece el madurismo en el principio de la lista. No está en las mejores condiciones, sino en medio de infinitos aprietos, pero sin dificultades para respirar. No tiene dos pelucas, pero todavía no está calvo. No es un joven vigoroso y capaz de soportar desafíos extremos, pero camina con el auxilio de una ortopedia adecuada a las circunstancias. Todavía puede subir la escalera, si el ascensor se le apaga. No es, por ejemplo, un individuo despojado de fuerza y de vocación de poder a quien se pueda convencer para que pase a las duchas para bien del espectáculo; ni un tonto incapaz de presentar algo accesible o de sencilla fabricación, como una partida de nacimiento; ni un anciano que no pueda esperar el cambio de las reglas del juego propuesto para las calendas griegas. Si de topar con endebleces se trata, pero también con ingenuidades, en lugar de engalanarnos para una fiesta de despedida deberíamos detenernos en la prisa insensata de quienes nos invitan.

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