domingo, 24 de abril de 2016

THE REVENANT
             


Para mi amigo, hasta después de muerto


CARLOS RAUL HERNANDEZ

EL UNIVERSAL


Es habitual oír que los males del llamado tercer mundo son producto de la “explotación de los países desarrollados” que habrían construido su bienestar sobre el expolio de aquél. En una encuesta, probablemente la mayoría esté de acuerdo con eso. Lo fundamental del pensamiento latinoamericano del siglo XX nació de ese y otros mitos aledaños, y el socialismo del siglo XXI, ese hijo de póstuma aparición del comunismo soviético, se construyó con base en ellos y en la retórica contra el imperialismo y la oligarquía, recurso de déspotas con años luz de retraso con respecto al desarrollo de la realidad y de la reflexión política. Así regresaron a Latinoamérica de Chávez, Ortega, Correa, Kirchner, Evo, los latiguillos fidelistas, el lenguaje soez y brutal y la violencia en la política (lacayos, agentes de la CIA, gusanos, escuálidos, desgraciados) y ahora el simpático término de pelucones imprecisamente ubicable en el Caribe colonial.
El creador de la teoría de los países explotados es Lenin en El imperialismo, fase superior del capitalismo, en contradicción con Marx y Engels. Según ellos lo mejor para las naciones asiáticas, latinoamericanas y africanas, fue la colonización que les permitió entrar en el área de influencia del mundo avanzado, cuyo efecto benefactor estuvo en el acceso de esos pueblos a la modernización. Así tuvieron ferrocarriles, telégrafo, teléfono, acueductos, electricidad, lenguas modernas, y se inició la destrucción de formas de organización social patriarcales y de la economía tradicional. Marx rechaza las costumbres criminales del atraso; no menos que eso es la monstruosidad de quemar vivas a las viudas en la India con el cadáver de sus maridos o que ajusticien a un intocable si su sombra se proyecta sobre alguien de otra casta.
El último argumento
Lenin entendió que la revolución en Francia, Inglaterra y Alemania había fracasado y que la esperanza estaba en estimular el levantamiento de los países pobres, “coloniales y neocoloniales”. Para hacer la revolución en Rusia, elaboró su propia tesis, el tercermundismo, que resultó victoriosa. Esto lo analiza Carlos Rangel el más importante pensador teórico latinoamericano del siglo anterior, y en su gran obra Del buen salvaje al buen revolucionario, que cumple 40 años, desmonta desde aquel momento la pueril maquinaria conceptual del tercermundismo. Lo hace en el momento de la efervescencia revolucionaria, populista y, precisamente, tercermundista, no solo en Latinoamérica sino en el mundo entero. Para celebrar el aniversario de ese libro-hazaña el Liberty Found y Rocío Guijarro por Cedice organizaron en Aruba un simposio (que terminó ayer sábado 23), con asistencia de un interesante grupo de pensadores, académicos y periodistas latinoamericanos.
Rangel fue una personalidad prometeica, grandiosa, un héroe entre sus contemporáneos, y a quien pocos entendieron. Tuvo el talento para ver mucho más allá que sus ciegos detractores y, además, en medio de la soledad, la hostilidad y la incomprensión, le sobró el coraje para enfrentarse (con apoyo de Sofía, su mujer) al anacronismo, y dejó obras que parecen escritas el mes pasado, mientras hojear (¿ojear?) las de sus oponentes es como levantar una bacinilla rancia. Rangel gozaría enormemente de ver cómo el primero y último mandamiento del tercermundismo ha recibido la más contundente felpa de la realidad: la miseria de los países proletarios es producto de los precios viles que pagan los desarrollados por las materias primas. Venezuela se hundió, paradójicamente, cuando los recursos del petróleo llegaron a alturas inimaginables.
Ahogarse en dinero
Recibió en diecisiete años ocho veces más ingresos que la democracia en cuarenta (en términos netos, dieciocho veces más) y no hay alimentos, medicinas ni electricidad. Se demuestra que el embargo a Cuba fue tal vez el mejor argumento conque contó Castro para mantener la tiranía, pues le permitía victimizarse y culpar a  EEUU de la depredación que el proceso revolucionario produjo. En Venezuela se viven exactamente la misma escasez y racionamiento que en la Cuba revolucionaria, sin ningún embargo, cuya inexistencia folklóricamente quieren suplir con la babosada de una tal guerra económica. El socialismo descalabra Brasil luego de una etapa de esplendor en los ingresos provenientes de sus materias primas, lo mismo que Argentina. Todos los socialismos son tragedias griegas: comienzan con ilusiones de los espíritus simples y terminan en pesadillas.
Aristóteles escribió que mientras en la comedia el protagonista es ligero, torpe, poca cosa, en la tragedia es un sujeto superior a los demás, trascendente, con un destino estremecedor tejido por una conspiración de los dioses. Por eso Marx hizo su brillante, manoseada, trillada frase de que la historia se da como tragedia y repite como comedia. En el drama de Venezuela, Carlos Rangel, aquél vituperado personaje, al que los mejor intencionados veían apenas con condescendencia, terminó como héroe de una tragedia, figura para recordar, ejemplo intelectual y moral, renacido, mientras sus enemigos resultaron meros comediantes, con ridículamente trágicos planteamientos que demostraron -una vez más- su monstruosidad. En el basurero de la Historia, como dijo Lenin a Martov, para no pelar otro poderoso lugar común.



@CarlosRaulHer

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