JEAN MANINAT
Hoy es miércoles y hay un clima tenso en la ciudad, más que tenso, de expectativa, de incertidumbre por lo que sucederá mañana cuando se lleve a cabo la Toma de Caracas. El gobierno ha querido dejar colar el miedo, fumigar el país con aprehensiones, sembrar terror selectivamente. Ha recurrido al guión del enfrentamiento callejero entre bandas que se disputan un territorio como en Pandillas de Nueva York de Scorsese.
Ha perdido electoralmente al país y se aferra a lo que supone es su bastión -el centro de la Caracas- sin percatarse que hace tiempo que también lo perdió. Unas cuantas ánimas en pena, vestidas de rojo, deambulan sin oficio en sus concentraciones.
Del lado del cambio hay una corriente de alegría, como un silbido que se abre paso entre el ruido oficial, que se cuela entre las botas amenazantes que comienzan a recorrer la ciudad. El temor que irradia Miraflores se estrella en contra de una barrera de serenidad, frente a una fuerza que respira tranquila, pausadamente, que no se espanta ante quienes sacan sus fantasmas a pasear amenazantes.
Conversa usted con la gente y -salvo los exaltados por default- hay un sosiego en la apreciación, en el análisis, que sorprende ante tanta calamidad reinante. El referendo revocatorio para este año ha cundido con fuerza aglutinante, pero también las elecciones regionales, y hay un destello de realpolitik cuando se evoca la posibilidad de que el CNE se salga con las suyas hasta el año que viene. Se diría que de este curso de inmersión en la política -que ya va para 17 años- ha emergido una sociedad capaz de discernir sobre sus opciones de cambio con una sofisticación en el manejo de la política realmente admirable, dadas las circunstancias.
Es verdad, tiene usted razón, no es una campiña idílica, colinas onduladas donde retoza Heidi cantando Abuelito dime tú. Los violentos -que los hay en todas partes- acechan su momento para confiscar el júbilo civil que produce ejercer un derecho democrático -protestar pacíficamente con los dos pies, en este caso-, convocar el humo y la candela, desatar la represión. Pero hay algo en el ambiente que anuncia que la fuerza tranquila del cambio se impondrá sobre los díscolos.
Son muchas las expectativas sobre el jueves 1 de septiembre. Por lo pronto -hoy miércoles 1 de septiembre cuando esto escribimos- podríamos tararear con el gran Maelo: Mañana es un día de fiesta, no me lo discuta usted, de fiesta democrática y ciudadana añadiríamos con su permiso. A eso, al alborozo contundente del esfuerzo democrático le tiene pavor la nomenclatura gobernante y, por tanto, quiere asfixiarlo a como dé lugar.
Podrán prohibir los vuelos de aviones privados y el despegue de los drones. Abatir guacharacas con fuego antiaéreo y gastar pólvora de Sukhoi derribando zamuros. Pero ya no podrán esconder el repudio mayoritario hacia su gestión gubernamental. Es planetariamente observado.
El país ya cambió, hace un buen rato, y no hay manera de ocultarlo.
@jeanmaninat
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