viernes, 5 de marzo de 2010

¡Síganme los buenos!

Carlos Raúl Hernández

Luis Miquilena le hunde la daga florentina a la Mesa Unitaria en declaraciones de prensa: es un simple "cogollo" y nadie tiene por qué hacerle caso (total, hace unos años él afirmaba que eran "excrementos"); ¡que todo el mundo se lance! Reventar la unidad a ver qué pasa es una operación perfilada por algún encuestador que, astuto político aficionado, piensa que hay "espacio para una tercera opción" y la "emergencia de lo nuevo", como si compitiéramos en las elecciones de Dinamarca y no en una acción agónica contra el totalitarismo. No creo, como piensan algunos, que se esconda un plan de favorecer al Gobierno. La torpeza es la madre del desastre. A un batiburrillo de aprendices de brujo, aventureros, equivocados profesionales, políticos PART TIME, siempre se les cae la pelota.
El caso de Miquilena es particular y se distingue de los otros: no es que, -¡miren que cosa!- Don Luis se enredó y terminó votando por Chávez, pues todo el mundo se equivoca y mucho, sino de un esfuerzo sistemático por cuarenta años para derrumbar la democracia hasta que se salió con la suya. Mientras gran parte de la izquierda rectificó, él se ocupa en construir su Frankenstein militar y le dio vida, pero en la cumbre perdió su favor y tuvo que irse. Posiblemente Miquilena aspire al verdadero "chavismo sin Chávez", ese sueño de una dictadura revolucionaria decente, justa, sin corrupción, y donde él, naturalmente, siga siendo del cogollo "bueno". Una idea fija defendida más de 90 años no es una ventolera. Asistimos a la reconstrucción del bloque desestabilizador de los ochenta-noventa formado por el cretinismo de izquierda y el cretinismo de derecha, que desmembró el país con memeces tales como "partidocracia", "cogollos", "puntofijismo", "elecciones uninominales", y que ahora regresa a asaltar los cadáveres.

La estrategia de Miquilena tiene terreno fértil. Todo mensaje populista es por definición irresponsable, según lo ha demostrado el Caporal de Sabaneta. La realidad impone limitaciones para la obtención de los bienes terrenales del hombre y el razonamiento populista las atribuye a perversas manipulaciones de minorías y no al principio de escasez. Por eso la destrucción de la Mesa luce fácil. Muchos piensan que por haber marchado, recibido un rolazo, haber aprobado Derecho Constitucional I con catorce, ser apreciado en su restaurante favorito, están para ser diputados. Y si se presentan dificultades, es por culpa de los cogollos.

Derrocaron a Pérez, liquidaron los partidos, hundieron la "democracia puntofijista", finiquitaron el neoliberalismo, hicieron la constituyente, apoyaron al Caporal. Diría Molière, nada sale derecho a "espíritus calzados al revés".

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