Un mes en twitter
Elías Pino Iturrieta
Comencé a fijarme en el twitter debido a los recientes sucesos de Irán, cuando los estudiantes usaban un eficaz sistema de comunicación desconocido para mí. Transmitían la represión de inmediato, justo cuando sucedía, para que propios y extraños se enteraran de unos episodios de horror que de otro modo no se hubieran registrado. Sin pensar, como sugirieron los más entusiastas, que se estrenaba un artificio capaz de acabar con el régimen confesional, era evidente la aparición de un elemento de uso cotidiano a través del cual se podía llegar a importantes metas. Me detuve de nuevo en el descubrimiento cuando observé a Simón Alberto Consalvi TWITTEANDO con juvenil entusiasmo, aun en las sesiones de la Academia de la Historia, pero permanecí todavía en la galería de los espectadores. En breve los muchachos de la casa me introdujeron de veras en el asunto, me suministraron informaciones sumarias y me pusieron a redactar mensajes de 140 caracteres. En esas ando desde hace un mes, contento y raudo como el colega y amigo de la Academia.
Caminé con prevenciones al principio y le pedí a otros dos amigos cercanos, Miguel Henrique Otero y Nelson Bocaranda, veteranos de la tecnología de última generación, que me ayudaran en los primeros pasos. Un par de sus lecciones bastó para que me aficionara, hasta el punto de que Rosalba se queje de que no la ayude en los oficios domésticos por estar redactando frases efímeras. Quizá lo efímero sea uno de los elementos que destaquen en el asunto. Sólo se trata de conectarse con los temas del día sin tratar de pontificar, apenas opinando brevemente como el resto de los usuarios que se dedican a hacer fotografías y diagnósticos por cuotas sobre los sucesos transcurridos mientras avanzan las horas de la jornada. No es conducta trivial, pues la urdimbre de miles y miles de frases, de centenares de sentimientos reiterados, de un acopio de simpatías y antipatías que cada cual desembucha desde su aire, conforma un clima de opinión y el testimonio de una sensibilidad a través de los cuales puede una sociedad expresarse de manera genuina, tal vez como en ningún otro conducto orientado hacia lo público.
Ese tipo de expresión pasa por riesgos evidentes, como la exageración cuando se comunican noticias, o muchas veces cuando se magnifican o simplemente se inventan de manera irresponsable. El entusiasmo de sentir que están pasando cosas y de que uno puede participar entre los primeros como su vocero, puede desembocar en un alud de patrañas sin destino o, mucho peor, susceptibles de provocar confusiones peligrosas. Las pasiones habitualmente encerradas en la casa de cada quien, al encontrar un cauce a través del cual formen parte del parecer ajeno pueden llegar a posturas exageradas, descaradas e injustas, quizá porque la alternativa de un sistema manejado por primera vez desde lo individual propiamente dicho no sea capaz de distinguir a cabalidad entre lo privado y lo público, entre lo pertinente y lo impertinente, o entre lo que sucede y lo que los usuarios desean que suceda de inmediato. Si se refieren a cosas que ahora importan a la oposición, como la selección de candidatos para la Asamblea Nacional, o como la transmisión de datos vitales sobre un resultado electoral, se puede imaginar el riesgo de las exageraciones y las desfiguraciones a las que se puede llegar a través del twitter.
Pero es la cúspide de la libertad de expresión, como jamás hasta ahora desde la invención de la imprenta. Cualquiera tiene la posibilidad de opinar sin que le pidan credenciales para hacerlo, sin la necesidad de presentar certificados y títulos, sin la obligación de pedir permiso. Sólo requiere de un teléfono o de una computadora accesibles en el comercio. Cualquier hijo de vecino, como habitualmente se dice, pregona su voz por la calle del medio y el resto lo puede escuchar si le parece, o lo puede ignorar si es su gusto. Y la pregona sobre cualquier tipo de temas, trascendentales o triviales, según se vea, para fabricar poco a poco el mosaico más heterogéneo de puntos de vista sobre lo que a cualquiera le pase por la cabeza. En cualquier tipo de sociedad puede desarrollarse un movimiento de entidad a través del twitter, pero especialmente en aquellas cuyos mandones pretenden regimentaciones rigurosas. Tal vez sin saberlo del todo, los twitteros forman banderías de activistas de la libertad de expresión contra quienes no puede un régimen como el de los ayatolaes, bien sean de Persia o de Venezuela. Sabemos de algunos de los riesgos implicados en el tráfago de unos días en cuyo transcurso se habla a mansalva desde una tribuna insospechada, pero vale la pena correrlos.
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