“Tercería” o unidad nacional
Argelia Rìos
EL UNIVERSAL, Marzo 26, 2010
Todos sabíamos que el debilitamiento de Chávez acentuaría su ferocidad y nos expondría a mayores riesgos. ¡Claro que el país nos necesita indignados!, pero también nos requiere serenos. Las transiciones son tremendamente complicadas y, a juzgar por la tormenta, es probable que en Venezuela nos encontremos a poco de iniciar la nuestra. La fragmentación del campo revolucionario anuncia un ciclo que nos pondrá a prueba. El camino que tomen las contradicciones del “proceso” dependerá en buena medida de la comprensión que tengamos de ellas. La lucha democrática podría resultar fortalecida, si todos estos hechos derivan en giros favorables a la concreción de pragmáticas convergencias.
Los últimos desprendimientos -ya se ha dicho- son distintos a los anteriores: se están dando en un instante político que los disidentes de la revolución juzgan -coincidiendo con la oposición- como crucial. La jornada del 26S tiene un significado semejante entre todos los sectores que hoy buscan la recomposición de los equilibrios perdidos. Allá y acá se escuchan voces y cálculos similares: para luego, es tarde; llegó la hora de actuar.
El paisaje político está mutando hacia algo por lo pronto indescriptible, cuyas características serán la consecuencia de lo que sepamos estimular con agudeza. Las cuitas del chavismo le pertenecen a su elenco. Sin embargo, por sus efectos, involucran a toda Venezuela: ellas nos exigen una mirada desprovista de prejuicios y una interpretación estratégica. La hostilidad de los meses que vienen nos necesita inclinados a la frialdad y al modelo de Mandela. Deberemos aportar tolerancia a los disidentes revolucionarios, para ganarnos -con el ejemplo- la tolerancia que hemos reclamado por años. Es perceptible la aspiración de que el reconocimiento a “la otredad” sea bidireccional: todos deseamos respeto. Las transiciones son harto complejas y necesitan del indispensable ingrediente de la confianza, a la que hay que reconstruir -de lado y lado- con señales inequívocas de grandeza. La justicia no es venganza.
Es comprensible que la disidencia revolucionaria trabaje para impedir que Chávez les etiquete de “traidores”. Pero ella no debe despreciar lo que está del otro lado de la acera. Al hacerlo, se obstruirían rutas de reencuentro y se reforzarían los temores ficticios sobre la ingobernabilidad de un país sin Chávez a la cabeza.
Si el plan de una “tercería” no prospera, las circunstancias impondrán otro tipo de acuerdos. El peligro unirá al país. En el desierto, los que están de vuelta aprenderán que la Unidad también los convoca y que de nada sirve agigantar las diferencias. Los problemas ideológicos están planteados con Chávez, pero esos no son los que le interesan a Venezuela.
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