GUSTAVO LINARES BENZO
Desde el mismo cuatro de febrero de 1992 la elite política e intelectual venezolana transmutó un cuartelazo chambón, derrotado en horas, en una epopeya patria. Los Escovar Salom y Rodríguez Corro se apuraron en cabalgar esa ola y justificar a toda vela un vulgar golpe de Estado, recurriendo eso sí a esos subterfugios que leídos décadas después suenan a moralina pero que para todos eran claros llamados a derrocar al gobierno. La democracia se suicidó, como Carlos Raúl Hernández y Luis Emilio Rondón afirmaron lúcidamente hace ya tiempo. Una periodista de bien ganado prestigio llegó a publicar un libro titulado nada menos que La rebelión de los ángeles. Nacía la tesis del golpe bonito.
Uno de los ángeles habló en estos días, rememorando el golpe bueno. Yoel Acosta, en excelente trabajo de Reyes Theis, declaró a El Universal que el país está peor que en 1992, cuando los querubines intentaron derrocar al presidente Pérez. Conclusión apodíctica, no dicha pero implícita: hace falta otro golpe, otra asonada bella como la del 4F. Es la hora de imponer el bolivarianismo de verdad verdad, suponemos que aplicando, ahora sí, los decretos de Kleber Ramírez (el de Carmona es un juego de niños en comparación) y sobre todo siguiendo a Bolívar seriamente, "el pueblo es el Ejército" dijo el Libertador, el ejército debe mandar.
En realidad, el país está peor, muchísimo peor que en 1992 por el golpe del 4F. Pocas veces un hecho tiene tan clara repercusión histórica, tanta influencia en lo que siguió y tantos lo vieron así y así lo expresaron a quien quiso oírlos prácticamente mientras ocurría. Esta postración, este 2014, que recuerda y quizás supera los momentos más oscuros, los instantes más hediondos de nuestra historia (¿el gobierno de Joaquín Crespo? ¿El año 13? ¿La entrega de Venezuela a las transnacionales del petróleo con Gómez?), es consecuencia directa del 4F y de su líder que por desgracias de la historia y suicidio de las elites llegó al poder en 1998.
El 4 de febrero hizo volver de los sótanos del inconsciente esa lacra del modo de ser venezolano de ver en el ejército una salida para problemas civiles, esa tara congénita de admirar el poder por el poder, aunque sea perverso, las charreteras como fantasía y obsesión. La lucha entre barbarie y civilización, entre Carujo y Vargas, entre Gómez y Gallegos, ganada por los últimos desde 1958, volvió a perderse en manos de unos soldados que violaron sus juramentos antes de hacerlos y unos civiles tan desechables y subalternos que no queda ninguno por ahí. Vino entonces una ineptitud sin parangón, disfrazada con el derroche de dinero público jamás vista, hasta que el botín se gastó todo en la parranda y ahora no hay nada, nada.
En 1992 Venezuela se planteaba los retos más fascinantes, era consciente por primera vez del empobrecimiento brutal de los años inmediatamente anteriores, debatía entre los modelos petroleros más diferentes, gozaba del regreso de la generación Ayacucho que formada como los mejores del mundo planteaba soluciones radicales. El modelo político se oxigenaba a tal punto que gobernadores y alcaldes electos eran los nuevos líderes. Ese modelo político logró, entre otras cosas, soportar dos golpes de Estado en que estaban comprometidos importantes sectores de las Fuerzas Armadas, al punto de que el golpista fracasado no tuvo más remedio que llegar al poder por lo que se supone era para él la puerta de atrás, unas simples elecciones burguesas y multipartidistas.
El 4F y su mitificación produjo los cien mil o más asesinatos que se producirían en la década chavista, más que en todo el siglo XX completo, causados por el abandono consciente y expreso de las funciones mínimas de orden público (en 1998 hubo 4.500 homicidios y 4.300 detenidos por esa causa; en 2012 se llegó a 30.000 homicidios y se detuvo por esa razón a 4.500). El boom petrolero sirvió para regalar unas neveras, construir menos casas por año que cualquier otro gobierno en la historia democrática y lograr la hazaña de producir un millón de barriles de petróleo menos. Sirvió para enriquecer a funcionarios y testaferros a niveles sauditas, eso sí, sin que quedara a cambio una autopista o una represa. En vez de sobrepreciar cemento o tubería, como hicieron todos los corruptos de Guzmán Blanco para acá, bastaba recibir de Cadivi y revender a los boliburgueses. El trabajo lo hacían los chinos o turcos, a precio de oro, sin darle empleo ni a un bedel.
@glinaresbenzo
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