MIGUEL ÁNGEL SANTOS
Un grupo de 47 economistas ha tomado la iniciativa de hacer un llamado al gobierno nacional para corregir el rumbo de la política económica y ponerle freno a la inflación, desabastecimiento, y destrucción de nuestra capacidad productiva. No se trata aquí de si los van a escuchar o no, o de si han hecho un ejercicio de ingenuidad. Ingenuidades así a veces prenden la mecha necesaria para rescatar a un país. Aunque no me encuentro entre los "abajo-firmantes", suscribo en pleno la preocupación y el llamado, y quisiera dedicarle este espacio a elaborar sobre algunas de las cosas que se derivan del comunicado.
Se hace un llamado a atacar las causas de los graves desequilibrios económicos, en lugar de arremeter contra sus consecuencias. ¿Cuáles son esos desequilibrios? En primer lugar, el desequilibrio fiscal. Según las fuentes internas, el gobierno ha cerrado el año pasado con un déficit de 15% del PIB, que se ha financiado a partes iguales entre imprimir dinero para pagar gasto y salir a recoger los bolívares ociosos en el sistema financiero con deuda interna. La cantidad de dinero en circulación viene creciendo 73% anual, lo que combinado con nuestra pérdida de capacidad productiva ha provocado una inflación de 56% a nivel general y 74% en alimentos. Para enfrentar la fiebre el gobierno plantea caerle a palos al termómetro.
El segundo desequilibrio es el desbalance de divisas. Venezuela produce ahora menos que hace cuarenta años (la caída en términos de barriles por persona es de 75%), aunque ahora los venda a cien dólares por barril. El problema está en que hemos ido ahogando de a poco nuestra capacidad productiva, a punta de expropiaciones y de regulaciones que asfixian al productor, y en consecuencia tenemos una dependencia de las importaciones sin precedentes. El gobierno socialista ha basado su popularidad en un boom de consumo fenomenal, que ha sido financiado con importaciones, pagadas con una combinación de petróleo y deuda externa.
La combinación de la impresión de dinero y el desbalance de divisas ha provocado el tercer desequilibrio: Monetario y cambiario. A once bolívares por dólar, o inclusive a veinte, uno está dispuesto a traerse importada cualquier cosa. Ahora bien, a la tasa que prevalece en el mercado paralelo, los precios de nuestro país en dólares son insignificantes. Ese desequilibrio no puede persistir por mucho tiempo, y si nuestra experiencia anterior es válida, lo que se viene es una aceleración de precios colosal que hará que la tasa del paralelo de hoy pronto nos parezca una auténtica ganga. Si quieren contener esa aceleración con controles sobrevendrá aún más escasez.
Estos son los tres grandes desequilibrios. Me atrevo a decir que entre el conjunto de economistas que allí firman existe también muy poca diferencia de criterios acerca del tipo de economía que deberíamos llegar a ser una vez que Venezuela se haya estabilizado. El problema está en cómo pasamos desde aquí hasta allá.
He aquí el verdadero reto. Atravesar ese interregno exige de flexibilidad, heterodoxia, y una capacidad de experimentación, ajuste e implementación muy significativa. Para corregir el déficit fiscal hace falta recortar el gasto, sí. Ahora, el gasto público hoy es un motor de muy baja capacidad, pero es el único de nuestra economía. Un recorte de la magnitud que se requiere generaría una recesión fenomenal. Hace falta entonces ir reduciendo el componente externo del gasto y en paralelo estimular alguna reacción privada para que sea ese sector el que le cubra las espaldas al gobierno mientras se retira de aerolíneas, cemento, areperas, tractores, vehículos, aceite, equipos de fútbol, etcétera. Algo similar ocurre en las demás áreas. Es un reto de adaptación, no de experticia técnica. Si queremos más dólares, tenemos que producir más bienes exportables e importar menos. Eso tomará algún tiempo. Mientras tanto, con seis años de utilidades de multinacionales descansando en nuestro sistema financiero, levantar el control de cambio es muy difícil. Habría que buscar un mecanismo intermedio temporal que envíe señales claras pero a la vez consiga defender las pocas reservas que aún tenemos. Más general aún, hace falta un nuevo contrato social, un nuevo entendimiento de qué debe proveer el Estado al ciudadano y qué debe proveerse el ciudadano por sí mismo. No pretendo ser exhaustivo. Sí quiero llamar la atención acerca de que no hay salida fácil ni prescripción milagrosa. Todo dependerá, claro está, de la proporción del costo político que caiga sobre la revolución y de lo poco que quede en pie cuando la revolución caiga. De seguir así, será muy poco.
@miguelsantos12
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