viernes, 7 de febrero de 2014

Sin unidad no hay paraíso

ARGELIA RÍOS  

EL UNIVERSAL

Nada más conveniente que una oposición fragmentada. Nada más provechoso para el gobierno, que un adversario al que la opinión pública no perciba como una alternativa prudente y lista para asumir responsabilidades. Acorralada ante una crisis económica que está dejando al desnudo su impericia, "la sucesión" se frota las manos, alentada por la división de sus contrarios, que hoy le ayudan en la tarea de ganar más tiempo, mientras el país sigue deslizándose por el despeñadero. El cuadro no podía serle más favorable a Maduro: justo cuando el país experimenta la desmejora más honda de su calidad de vida, y justo cuando el modelo encara sus peores contratiempos, le ha surgido este pugilato sin sentido, donde sus opositores vuelven a exhibirse como un saco de gatos, desprovistos de las condiciones mínimas para capitalizar políticamente los descontentos populares.

El espectáculo no puede ser más oportuno para la pandilla que está destruyendo a Venezuela, sin que se hayan conformado aún las circunstancias para que el despropósito les genere un impagable costo político. Cuando se suponía que la Unidad se encaminaría hacia una reflexión formal, constructiva y ecuánime en torno a su futuro real como opción de poder, han emergido nuevamente las viejas disputas. Ahora encubiertas bajo supuestas diferencias "táctico-estratégicas" -que jamás han sido objeto de un debate honesto en el seno de la MUD-, esas rivalidades obstruyen la profundización de las discusiones que, en este momento, deberían estarse dando acerca de lo que el quehacer debe aportar para la comprensión popular de la tragedia en la que Maduro nos está hundiendo.

El asunto trasciende del dilema banal que tiene a la calle como eje. De nada sirve desbocarse en el asfalto si, estando sobre él, sigue destacando la ausencia del mensaje adecuado para conmover a los venezolanos, o peor, la carencia de un plan con destino seguro. Si la calle es sólo la expresión de las pulsiones personales de sus proponentes, o el escenario de un ajuste de cuentas maquinado desde el trapicheo, el fracaso está cantado de antemano, como están cantadas también las consecuencias de cualquier escenario sin soporte en las realidades. Si la calle fuera el producto de un debate honrado en el cual sea la razón ordenada la que dictamine su conveniencia, entonces no habría razones para eludirla. En ese caso, la calle no sería para preguntarle a la gente cuál es el camino que desea improvisar, sino para comenzar la marcha que el uso y el ejercicio de la inteligencia hayan recomendado.

La dispersión del coro opositor no coopera en esta lucha contra el hegemónico Goebbels bolivariano. Para bien y para mal, los venezolanos saben que aquí nadie puede solo y que sin unidad no hay paraíso.



Argelia.rios@gmail.com 

@Argeliarios

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