Elias Pin o Iturrieta
La única reunión de la oposición con el gobierno, transmitida en cadena nacional de radio y televisión, fue importante. Seguramente la recuerdan. Era la posibilidad de un acercamiento que después no sucedió, pero que entonces daba un primer paso ante la expectativa general. No hubo resultados, aparte del contraste entre las intervenciones dignas de atención que realizaron los líderes opuestos al gobierno y los lugares comunes de quienes fueron sus interlocutores. ¿Por qué viene a cuento ahora esa infructuosa cita, cuando se sugiere en el título de la columna un comentario sobre la renuncia de Ramón Guillermo Aveledo a sus responsabilidades en la MUD?
Para ubicar a la audiencia y a sus rivales en la esencia del negocio que se debía tratar, en esa oportunidad Aveledo acudió a un texto poco trajinado del filósofo Julián Marías sobre los orígenes de la guerra civil española. El filósofo reflexionaba sobre los motivos que causaron una sangrienta fractura de su sociedad, a través de un ensayo en cuyas páginas no solo lamentaba los resultados de muerte y dolor que dejaron huella profunda, sino también los pasos que no se dieron para evitar una calamidad histórica. El escrito no tenía desperdicio, debido a que se aproximaba con lucidez a las razones de una escabechina que los actores de su víspera no pudieron o no quisieron evitar. Además, presentaba su análisis desde un futuro atado a un conjunto de errores y omisiones que pesaban como una lápida en la sensibilidad de los hombres sometidos a una lóbrega paz.
Si se quiere buscar un rasgo en el trabajo de Aveledo, estamos frente a un testimonio que remite a una peculiaridad susceptible de un comentario que escape a los mandatos de la amistad que el escribidor tiene con el objeto de su escritura. Aveledo se ocupa de los asuntos del día, como a todos nos consta, de los desafíos habituales en la carrera de un animal político, pero no permanece en la superficie de los acontecimientos. Su familiaridad con los problemas de las sociedades capaces de ofrecer fecundas analogías y con hechos de diversas latitudes y épocas a los cuales se puede acudir para encontrar luces, lo conduce a entendimientos profundos del rompecabezas que trata de soldar. En su maletín se llevan las cosas que requieren atención inmediata, pero también herramientas de naturaleza intelectual que no las presentan únicamente como parte de la rutina sino como hechuras de un proceso referido a sus antecedentes y a las soluciones reales o aparentes que en su momento provocaron. De allí, quizá, el entendimiento cabal de su rol transitorio en las vicisitudes que le incumben; es decir, la idea que tiene de que es reemplazable como fueron los personajes con los que topa en los estantes de su biblioteca, de que su peripecia debe ser apenas un tránsito desarrollado con decoro.
Temo que no sea común una actividad de tal naturaleza entre sus pares de la oposición. En la referida reunión de los dirigentes de la MUD con gente del gobierno todos los de nuestra orilla, sin excepción, destacaron por la pertinencia de sus intervenciones y aún por espléndidas muestras de sagacidad que parecían perdidas en la memoria de remotos sucesos estelares, hasta el punto de dejar sin lado sano a quienes recibían las andanadas sin atinar a respuestas convincentes. Un contraste elocuente de nuestros días, a través del cual se pueden alimentar esperanzas asentadas en la realidad, pero al cual dio redondez la participación de Aveledo. Gracias a sus palabras se pudo captar la magnitud de la crisis que experimenta la sociedad, la proximidad de un abismo cuya hondura puede pasar inadvertida cuando se mira apenas lo que desfila frente a la nariz. Una peculiaridad elocuente y una presencia imprescindible, se me ocurre.
La oposición cuenta con líderes como los que protagonizaron ese capítulo tan digno de recuerdo, capaces de saber lo que debe hacerse para llenar el vacío de la salida de Aveledo. Sin embargo –todo hay que decirlo para evitar la miopía–, no faltan los pigmeos que se regodean en el pantano de los intereses personales y grupales. Si quizá jamás se pasearán por un escrito como el de Marías, ocupados como parecen estar del cultivo de su parcela, les costará entender la trascendencia del alejamiento que este escribidor lamenta partiendo de la evocación de un detalle que le parece significativo.
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