Elias Pino Iturrieta
La desconfianza ante los cambios es un argumento fundamental para los que leemos o escribimos Historia de las Mentalidades. Los investigadores que pretendemos la exploración de la conducta de los individuos sujetados por un tipo determinado de sensibilidad, partimos del apego casi inconmovible que tienen a un conjunto de reacciones uniformes ante las solicitudes del entorno. De allí la resistencia a las mudanzas, en especial si son bruscas. Los hombres aceptan los retoques de su vida porque permanecen en una superficie susceptible de sugerir matices de novedad sin entrar en profundidades. En cada presente, los hombres se aferran al pasado para procurar su permanencia con maquillajes de actualidad. En cada presente, los hombres quieren manejarse con el mapa confiable de los antecesores y se alarman cuando los entrometidos lo quieren modificar. Nada más placentero, pero especialmente más seguro, que los itinerarios alejados de las sorpresas. En lugar de buscar las innovaciones que supuestamente suceden con el correr del tiempo, nos parece más útil averiguar sobre la obstinación contra los saltos de mata.
Pero no se trata de actitudes invariables del todo, sino de una progresiva acumulación de experiencias de las cuales, provocada por ellas mismas, por la desesperanza y la insatisfacción que alimentan poco a poco, se llegará a la meta del cambio. No es una situación que sucede todos los días, pero se hace inevitable cuando la sensibilidad colectiva, después de trompicones casi infinitos, no tiene más remedio que romper el cascarón antiguamente hospitalario y aclimatarse en otro sin que lo disponga una vanguardia iluminada. En consecuencia, siempre más tarde que temprano, una mentalidad languidece y se rinde a regañadientes para que otra conducta uniforme, relativamente diversa, ocupe el centro de la escena. Venezuela está a punto de vivir uno de esos fenómenos excepcionales de la sociedad. Ante la multiplicación de una ruina inexplicable, movida por el crecimiento cada vez más evidente de la insatisfacción, harta de las penurias cada vez más asfixiantes y de las promesas cada vez menos llamativas, se muestra dispuesta a debutar en el teatro de una sensibilidad distinta en sentido colectivo. No toda la sociedad, pero sí la considerable parte de ella que se siente concernida por la necesidad de salir de un capítulo capaz de indicar la culminación de un período de su historia.
Se hace tan evidente la inclinación hacia la nueva mentalidad, pero también la renuencia que su advenimiento todavía provoca, que no ha dejado de parecer juicioso atenerse a las decisiones de quienes son los causantes últimos del deseo de mudanza. Jamás fue tan esperada como el pasado martes la alocución del presidente Maduro, no en balde se mantenía la vana esperanza de que surgiera de sus palabras la posibilidad de aliviar las asperezas, esto es, de reducir el temor a los cambios que es inherente a los seres humanos. Quizá hubiese bastado el asomo de unas rectificaciones, el boceto de algunos alivios, algo concreto para que la rutina perdiera unos fragmentos de su abrumadora crueldad, pero la nueva mentalidad colectiva no encontró la excusa que buscaba para demorar su manifestación. Situación interesante como pocas, para quienes seguimos pistas escurridizas.
¿Qué representan Maduro y su equipo en este lento forcejeo? Lo más retardatario de la colectividad que busca otros rumbos, la única apuesta indiscutible por una sociedad petrificada, la antigualla por excelencia, la tenacidad de una contingencia que disimula su decrepitud en la cirugía contra las arrugas; el muro de contención dispuesto a resistir los empellones que no existen del todo, pero que cada vez se perfilan con mayor nitidez porque no les queda más remedio, porque una mentalidad colectiva se está agotando lentamente y otra vendrá en su reemplazo. Pero en esencia significan, no conviene olvidarlo, el pasado que se niega a ser pasado y cuyo moroso viaje hacia el cementerio no puede, por consiguiente, ocurrir durante la madrugada de mañana. Todo un banquete para quienes nos interesamos por los tránsitos que no tienen prisa para llegar a su destino.
epinoiturrieta@el-nacional.com
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