domingo, 23 de octubre de 2016

¿Dónde estamos?

   Tomás Straka

PRODAVINCI


Venezuela amaneció estremecida. La suspensión del proceso de recolección de firmas para activar el Referendo Revocatorio cayó como un golpe bajo e inesperado: sabíamos que los obstáculos que había puesto el Consejo Nacional Electoral (CNE) con sus demoras para tratar de empujarlo al año entrante y después para hacer la recolección lo más complicada posible, no se quedaría allí; pero pocos imaginaban una acción tan directa. Tal vez acciones como cortes de luz durante el proceso, daño de maquinarias, cierre a destiempo de centros de votación que abortaran el proceso por unos pocos miles de firmas en algún estado; o reconsideraciones posteriores que obligaran a otra recolección o algo así, estaban dentro del menú de lo muy probable. Pero ya una patada franca a la mesa, tan desembozada, parecía superar todo pronóstico. Al final del día, hablaron Henrique Capriles Radonski y Henry Ramos Allup. Sus palabras definen la gravedad de la situación: estamos, afirmaron, ante un golpe de Estado y la lucha ahora es para reponer el hilo constitucional. Para eso han hecho votos para que la Fuerza Armada ayude a reponer la legalidad mientras convocaban al pueblo a la calle. Eso pone el juego en otro nivel.
Como venía anunciándose, con el “Madurazo”, nombrado así por algunos periodistas, lo que está en juego es la continuidad democrática en sí misma. El panorama es el de una crisis institucional en el que unos poderes no reconocen a otros (Maduro dio el paso definitivo al presentar el presupuesto ante el Tribunal Supremo y no ante la Asamblea) y la oposición en conjunto enarbola el Art. 350.  Ante esto, todos nos preguntamos dónde estamos exactamente. Sentimos, intuimos, olemos, que al borde de algo importante, de algún tipo de desenlace, pero nadie puede asegurar cuál será. Es imposible para quien escribe un acto de clarividencia a tan sólo unas horas de los hechos. Sin embargo, tal vez organizando un poco las piezas podamos proyectar algunas posibilidades de desarrollo de los hechos.
Primero, la apuesta del gobierno. Todos coinciden en que es riesgosa, muy alta y, de salirle mal, podría pagarla muy caro. Si de veras está pasando de un “autoritarismo competitivo”, una dictablanda, a una franca dictadura, hacer algunas comparaciones podría ser útil.
Los regímenes autoritarios han demostrado ser lamentablemente estables, y Maduro tiene tanto ventajas como desventajas para lograrlo. Lo que Maduro tiene en contra, a diferencia de otros líderes autoritarios como su aliado Putin o Erdoğan, recientemente citado como ejemplo a seguir (¡y a superar!), es que carece de apoyo popular. Con un rechazo tan grande, el Madurazo podría ser una especie de “Fujimorazo” sin pueblo. Al cabo, tanto Putin como Erdoğan pueden presentar algunas ejecutorias económicas o de orgullo nacionalista (¡tomar Crimea!) que el chavismo dista de contar. Hoy es un grupo (sí, una oligarquía) que aspira a gobernar a una mayoría que no lo quiere.
Lo mala noticia es que en Venezuela eso es más fácil que en casi cualquier otra parte, incluyendo a Rusia y Turquía.  Acá el control de la renta petrolera por el Estado le da un poder gigantesco a quien lo maneje con respeto al resto del país, haciendo muy débil a la sociedad civil, como Chávez lo demostró miles de veces. Aun con Putin, quien también se apalancó en el petróleo, la situación es diferente porque la sociedad y la economía rusa son más complejas. Si además el dueño de la renta cuenta con un ejército que en efecto está cohesionado en torno a sí y aún goza de un 20% de apoyo, tiene un nada despreciable margen de acción.
¿Qué dice la experiencia venezolana? En 1914, Gómez suspendió unas elecciones y desconoció todos los poderes para hacerse amo del país. Pero entonces era querido: había acabado con las guerras civiles, se encargó de botar a esa pesadilla en que se había convertido Cipriano Castro y la economía estaba creciendo. En 1952, Pérez Jiménez hizo algo parecido. No era querido, pero tenía dinero. Sin embargo, ni la renta ni las obras públicas ni la represión pudieron comprar el amor. Maduro no tiene dinero ni amor. Comparativamente puede tener, por la renta, más dinero que el resto de la sociedad, pero no suficiente para contentarla; de modo que sin apoyo y sin riqueza: ¿asumirá sólo la represión?
Por su parte, la oposición ha cosechado muchos éxitos. No tantos como quisiéramos los opositores, pero midiéndola como se la mida, es más grande y más fuerte que hace cinco años y es por fin una opción real de poder. Tan real, que el gobierno le cierra la vía electoral. Es su éxito la que ha obligado al gobierno a salirse de sus casillas, lo que no es poca cosa y puede ser positivo a la larga. Potencialmente, el 80% de la sociedad que no quiere al gobierno puede convertirse en su seguidora o al menos en su aliada.
Como dijimos, es una sociedad débil ante el Estado, con sectores como el empresariado, los medios de comunicación, las universidades y los sindicatos muy golpeados; pero estar del lado de una mayoría tan grande es significativo. Si además logra ponerse al frente de ella, tiene estupendas cartas en sus manos. Crear un gran frente social con todo lo que hay es su reto, especialmente incorporando a las masas populares que literalmente pasan hambre y que tenían esperanzas mayores en el revocatorio de lo que muchos en la élite piensan. Incluso, esperanzas peligrosamente altas.
De tal modo que si en 2004 ó 2006 hacer una oposición sólo desde la clase media fue un error en parte explicable por la popularidad de Chávez en los barrios y campos, el día de hoy no tiene ningún sentido. Sin sociedad civil, o con muy poco de ella en pie, el caso de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) es más bien el de los demócratas de 1940, que con sus partidos en ciernes salieron a buscar a un pueblo muy pobre y desencantado. Lo convencieron, lo organizaron y con su apoyo construyeron una democracia. Pero, además, la MUD tiene dos ventajas: este pueblo ya tiene una idea democracia en la que el voto es muy importante; y la MUD, y en general la democracia, cuentan con un apoyo internacional que difícilmente hubiera soñado Rómulo Betancourt en aquellos días. De modo que al frente social interno, se puede unir —y en eso ha avanzado— otro internacional.
Esta es la situación y tales parecen ser las fuerzas. Las próximas horas nos dirán cómo actuarán y de qué modo evolucionarán las cosas. Hay que hacer votos para que prele la sensatez y se halle alguna forma de consenso. Pedirlo es tal vez pedir un milagro.  No en vano la única institución de la sociedad civil con fuerza, la Iglesia, parece estar llamada a jugar un papel clave en el trance. Tal vez el cielo se lo conceda. O nos lo conceda a todos los venezolanos.  De lo contrario la crisis institucional se asemejará bastante a un choque de trenes donde los ciudadanos de a pie seremos los primeros aplastados.
Teníamos razón al amanecer estremecidos.

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