ANGEL OROPEZA
EL NACIONAL
Después de la Primera Guerra Mundial, Francia decidió construir un conjunto de fortificaciones militares a lo largo de su frontera para evitar la repetición de una invasión al país. Ese conjunto de edificaciones, bautizado como la “Línea Maginot”, es conocido como la mayor línea de defensa militar construida en el mundo moderno. Su costo total fue superior a 5.000 millones de euros de hoy, y su complejidad tecnológica y militar hacía de estas construcciones una fortaleza inexpugnable.
No obstante todo ese derroche de dinero y materiales, ello no sirvió para impedir la derrota de Francia al comienzo de la Segunda Guerra Mundial en 1940, y la arrogante gran Línea Maginot quedó para la historia como uno de los fracasos militares más costosos e inútiles. Los franceses cometieron el error estratégico de confiar en su experiencia de la guerra de trincheras de la Primera Guerra Mundial, lo que suponía un paradigma bélico de frentes de batalla estáticos, y desdeñaron la incursión de nuevas tácticas y nuevos elementos, como la guerra relámpago y el uso de la aviación. Confiaron en que lo que les había servido una vez serviría para siempre, sin importar los cambios que estaban ocurriendo y los nuevos escenarios que se suscitaban.
El fracaso de la Línea Maginot es un eterno recordatorio al mundo militar de la inutilidad de una fuerza sin el necesario discernimiento estratégico. Y de cómo no importa el poder de fuego, si la ceguera o la tozudez hacen que no se vea lo que está pasando más allá de sus cuarteles y cálculos.
El gobierno de Maduro ha dejado caer la última hoja de parra que ocultaba su indigencia democrática, y ha dispuesto acabar con el requisito sine qua non de cualquier democracia por más primitiva que sea: permitir las elecciones como mecanismo fundamental de soberanía del pueblo. El miedo a perder el poder ha llevado a la oligarquía gobernante a traspasar la raya roja que separa la legitimidad democrática de la inconstitucional usurpación autoritaria.
El gobierno se ha quedado solo, sin pueblo y sin Constitución. Pero confía en que la Fuerza Armada Nacional le ayudará en esta aventura inconstitucional, prestándose para reprimir y para impedir las fundadas demandas de cambio de casi todo el país. El problema es que a lo interno del mundo militar siempre ha quedado claro que si el gobernante no se cuenta, ya no es no es ni democrático ni legítimo.
Para tragedia de la FANB, ella aparece en las últimas investigaciones de opinión pública entre las instituciones peor vistas y evaluadas por la población. Mientras la Iglesia Católica, sin tomar partido por ninguno de los factores de poder, ha insistido en que la única forma de resolver la crisis es permitiendo que el pueblo –el soberano– sea quien decida, y es la institución hoy por hoy de mayor confianza y credibilidad, la FANB se desliza hacia abajo en el afecto popular. Ya ha comenzado a recibir una factura que no le es propia. ¿Qué se impone entonces ahora? ¿La voz de los que quieren una Fuerza Armada sólida, querida y respetada por todo el país, o la de quienes creen que las violaciones de la Constitución por parte del gobierno van a beneficiar y a proteger a la FANB?
El madurocabellismo está jugando a la desestabilización política de un sistema del cual la Fuerza Armada es actor y garante. En otras palabras, el gobierno está desestabilizando el piso donde el estamento militar también está montado. Y esto es una jugada muy riesgosa para quien no tiene pueblo.
La Fuerza Armada debe saber que el país la quiere fuerte, constitucional, sin afiliación partidista, querida y respetada por todos, y no humillada y usada por un grupo al que no le importan ni el futuro ni la reputación de la familia militar con tal de proteger sus beneficios.
Con el respeto y afecto que se merecen, le pedimos a la FAN que no se presten a la represión. Vean lo que está pasando en las calles. Nadie puede contra las demandas de cambio de un pueblo decidido. No cometan el error estratégico de los franceses.
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