ELIAS PINO ITURRIETA
Puede ser por la cercanía de los micrófonos, que no dejan de ser una tentación. Están allí para que uno hable, y mejor si es todos los días. Pero también puede ser otra cosa, más delicada y digna de comentario en estos momentos cercanos a una decisión fundamental. Me refiero a una de las tantas declaraciones recientes del coordinador de la MUD, quien ahora nos habla de la posibilidad de un revocatorio moral. Supongo que no negarán, desocupados lectores, que se trata de una afirmación que nos conduce al mar de las cavilaciones.
¿Qué es un revocatorio moral? Una frase que acude a lo mejor de los sentimientos patrióticos y al caudal de las reservas espirituales de la ciudadanía, una búsqueda en las entrañas del ser venezolano al cual se recurre en horas cruciales, pero también un anuncio anticipado de derrota. No viene mal en horas procelosas, porque concede relevancia a un conjunto de valores que debemos guardar en alguna parte esperando la convocatoria a un nuevo debut, pero también puede ser un conjunto de palabras que conducen a la nada. Las reservas morales de la sociedad, tan encerradas como las tenemos en cofre hermético, pueden pasar de un limbo a otro cuando se las invita a hacer cola con un bolígrafo en la mano. Estarán encandiladas, en el mejor de los casos, dando tumbos mientras se enfrentan a las fuerzas alejadas de la metafísica, de la ética, de las virtudes teologales y de la retórica superior que maneja el régimen. Muy elevadas nuestras fuerzas y etcétera, pero endebles e imprecisas como para salir airosas en una pelea brutal por la expulsión de Nicolás Maduro.
El chavismo no se regodea en un tema de moralidad, ni de integridad. Se enfrenta a un asunto de cochina supervivencia para cuyo desafío cuenta con la servidumbre incondicional del TSJ y del CNE, no en balde sus miembros no se detienen en principios de pureza cívica en su función de manumisos del presunto revocado. Vinieron al mundo a levantar murallas en beneficio de una causa política que evita las expediciones por el universo extraño y remoto que trae a colación el coordinador de la MUD. Su reino pertenece a un mundo habituado a las trapisondas que conducen a beneficios concretos. Su negocio es aferrarse al poder a cualquier costo, mientras los evangelistas hacen sermones cotidianos que suenan bien, pero que no conducen a la tierra prometida.
Maduro logró que el TSJ le aprobara el presupuesto, después de hacerles puñetas a los representantes del pueblo. Más todavía, se niega a entregar el situado constitucional a los mandatarios regionales que no acepten la ilegalidad mediante bendición firmada y sellada. Los representantes del pueblo no tienen luz en su mansión capitolina porque el régimen les aplicó el alicate, y no cobran el sueldo porque al tesorero no le da la gana. Quizá por eso no puedan remendar el entuerto de tres diputados que los llevan por la calle de la amargura, y divagan en discursos que no están mal para las nebulosas. El CNE, reforzado ahora por los magistrados, se pone puntilloso en el área de las reglas para el RR y hace lo que el jefe ordene para la confección de calendarios electorales. La miseria de los CLAP no se les distribuirá a los protestones, por más necesitados que estén, porque comer es un asunto de fidelidad a la memoria del comandante eterno. En consecuencia, los pobres que no sean chavistas confesos y entusiastas se quedarán sin comida. Frente a semejantes monstruosidades, o ante otras que el lector puede agregar sin forzar la imaginación, un líder nos invita a victorias morales.
De lo mismo habló Cicerón contra Catilina en la antigua Roma, pero mandó a la legiones a acabar con los enemigos de las instituciones. Las encuestas de opinión aseguran la repulsa de la sociedad al régimen y a la persona de Maduro, pero no describen las mañas y las bajezas que deben enfrentarse para sacarlos del juego. Allí, en la sensibilidad de los encuestados, en la inconformidad del pueblo, hay una fuerza que puede considerarse moral, o algo parecido, un resorte fino capaz de dispararse en el momento oportuno, pero no basta con sentir que está allí para ganar la batalla porque está escrito de antemano. Todo lo contrario. Las profecías de semejante tipo no funcionan en la cruda realidad, a menos que la moral se vuelva maquiavélica y tenga un plan B.
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