domingo, 16 de octubre de 2016

SIN DIOS Y SIN LEY

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                FERNANDO RODRIGUEZ

El Nacional

Hemos llegado al llegadero. A un punto en el cual el gobierno es un zombi, un cadáver descompuesto que no maneja ya sino reacciones inconexas y contrarias a toda sensatez política, que ha perdido todo control sobre las estructuras básicas del país que se sume en la anomia y la desintegración. Es una dictadura si se mira su continua violación de la Constitución y las leyes y los flagrantes atropellos contra los derechos humanos, pero es más, o menos, que lo que tradicionalmente han sido estas, en general caracterizadas por un férreo control de todos los ámbitos de la vida nacional. Aquí se trata de una pérfida combinación de despotismo bananero e ingobernabilidad, de violencia estatal cada vez más generalizada y Estado fallido, ese donde se enseñorea junto al hambre pura y dura la muerte por penuria y la criminalidad sin límites, la pérdida del control estatal sobre grupos y territorios donde estos reinan.
Ni siquiera nuestra situación es comparable a la de las dictaduras tradicionales en momentos terminales, ya que los procesos de democratización encuentran usualmente mayor racionalidad económica y estructura institucional en esa fase terminal del régimen despótico. Dicho con toda sus letras el país está al borde de la descomposición de su anatomía esencial. Y alguien tiene que parar esto, ojalá sean las fuerzas democráticas unidas y la gran mayoría que las apoya actuando democráticamente, ojalá. Es su gran reto. Porque todo es preferible a esta mezcla de lo peor con lo peor.
Habría que ser ciego, o con una alta miopía y lentes extraviados como algunos países “hermanos”, para no ver las violaciones de la Constitución que ha hecho el Ejecutivo nacional violentando de la manera más sucia y descarada el lugar y el papel de la Asamblea Nacional, voz del pueblo por excelencia, recientemente instalada por una estruendosa mayoría opositora. Haberla disuelto posiblemente hubiese sido menos obsceno y sádico que esta sistemática y tantálica mutilación de todas sus facultades y derechos. Sin duda, es el fin de la democracia, que no está “maltrecha” como dice esta semana la MUD, sino muerta como dicen esos hechos tangibles. O, además, la suspensión del derecho más raigalmente democrático, el voto, en el caso de los gobernadores, elecciones pautadas sin equívocos por la Constitución y, quién quita, todavía no lo sé al redactar estas líneas, al revocatorio en este año. Si la Carta Democrática y otras instancias no terminan de ver la negación crasa de la democracia en estos actos, hay por supuesto otros, es una carta sin destinatario y sin funciones liberadoras, como se proclama. Igual digamos del malnacido Unasur. O de la elefantiasis de la ONU. Pero, bueno, ya sabemos hace un buen rato que esa pelea es aquí, en el barrio.
Lo que sucede en el territorio de la república es de asombro. El ejército, las OLP, masacrando todo lo que se le pone delante, decenas por día, delincuentes o inocentes. La policía política actuando sin límites, desde los delirios del generalote que dirige al Sebin que puede acusar al más santo del crimen más atroz, sin que le tiemble la voz (sí la sintaxis) y sin la menor prueba, hasta el crecimiento del número de los presos políticos y sus maltratos por nada que no sean ejercicios democráticos, entre ellos la libertad de expresión. Pero al lado de eso hay los poderes criminales autonomizados. Los colectivos que expulsan al Cicpc del 23 de Enero. Las bandas criminales que decretan toques de queda locales o cierran autopistas o asesinan centenares de miembros de los cuerpos de seguridad. O el narco de las teleseries que tiene altísimos funcionarios, con y sin charreteras, y humildes sicarios que inundan de sangre los barrios y los campos. Los pranes que hacen de las suyas dentro y fuera de las cárceles. Todo ello hace de este valle de verdes colinas y del resto del territorio una zona del miedo y el horror como pocas en el planeta.
Mientras tanto, el pueblo bueno hace colas para buscar lo inasible. O no tiene cobres para subsistir con los suyos. Nuestra economía es otro acontecimiento criminal, acaso el mayor.
Yo no soy el llamado a decir qué hacer. Pero sí digo que hay que hacer, barrer todo esto, pronto.

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