jueves, 18 de noviembre de 2010

Borrones
DIEGO BAUTISTA URBANEJA | EL UNIVERSAL
jueves 18 de noviembre de 2010

Uno de los artificios que este gobierno más cultiva es el de emborronar las cosas. Producir situaciones ambiguas que le dificulten a la mayoría de la población ver con claridad cuáles son los propósitos de Chávez. Consisten ellos en construir un orden político donde la voluntad de esa persona sea la última palabra y un orden económico plenamente controlado por la voluntad del mandón, y cuyo resultado neto es el empobrecimiento de la sociedad y la clausura de los horizontes de superación y prosperidad de los venezolanos. En resumen, una autocracia empobrecedora.

La maña, como decíamos, consiste en adoptar medidas que pueden presentarse como orientadas en otra dirección. El reciente caso de las expropiaciones de las inmobiliarias es un claro ejemplo. A nadie debía quedarle ya dudas de que a este gobierno, para decirlo coloquialmente, no le gusta la propiedad privada. No lo puede admitir públicamente, pues sabe que la idea de la propiedad privada cuenta con el respaldo de la gran mayoría de la población. En cambio, se la pasa inventando fórmulas que rodean a la propiedad de un halo de ambigüedad y de fragilidad y que nadie sabe bien lo que quieren decir: propiedad comunal, propiedad familiar, propiedad social. Si por el Gobierno fuera, la propiedad privada quedaría reducida al mínimo. Y eso por un tiempo, pues como nos recuerdan algunos voceros radicales del Ejecutivo, como si eso fuera un gran "consuelo", estamos en una fase de transición hacia el socialismo, y mientras ella dure la propiedad privada, así como la empresa privada, coexistirá con las formas socialistas de propiedad y empresas, hasta que estas dominen por completo la escena. Subrayemos de paso que este gobierno está tomado desde hace tiempo por un acceso de radicalismo, de modo que lo que dicen los voceros radicales es la verdadera voz de esta administración.

Pero aparece el lío de las inmobiliarias y las empresas constructoras. El Gobierno, que está raspando la olla a ver cómo revierte la tendencia hacia el debilitamiento de su respaldo popular, encuentra allí una oportunidad. Elscanner, ese que tiene activo para detectar ocasiones de recuperar imagen, le da el pitazo. Y entonces aparece el Chapulín para proteger la propiedad de las víctimas de los abusos de promotores y constructores. Expropiación de los inmuebles, exposición de los reales o supuestos abusadores al escarnio público, anuncios dramáticos de que se sale en defensa de la clase media a punto de perder sus ahorros y su vivienda. El inmenso aparato publicitario y comunicacional del Ejecutivo se pone en marcha. Un gobierno que es enemigo de la propiedad privada y que está en camino de eliminarla o de reducirla al mínimo, aparece como su verdadero protector. Cuenta para ello con argumentos: ¿no ve usted en televisión cómo el Gobierno le entrega su propiedad a angustiados propietarios, que estuvieron a un tris de quedarse sin nada?

Casos parecidos a éste podrían multiplicarse. Forman parte de una estrategia central del Gobierno: que la gente no vea hacia dónde se nos quiere encaminar. Caso por caso, el Ejecutivo siempre tiene a la mano argumentos y cuenta sobre todo con el gran desbalance comunicacional. Por ejemplo, ha sido casi imposible oír los argumentos o explicaciones sobre qué es lo que ha pasado, proveniente de los constructores que les permita explicar lo explicable y defender lo defendible, y distanciarse de aquellas empresas o promotores que en verdad han incurrido en abusos.

Lo que procede para contrarrestar esa estrategia es acometer una gran tarea de desenmascaramiento y simplificación. Mostrar con claridad y sin dejarse enredar la disyuntiva ante la que se encuentra el país. De un lado, la autocracia y la pobreza. Del otro, la democracia y la prosperidad.

Es cierto que el Gobierno parece dar un día tras otro pasos en la dirección de sus objetivos. Hoy expropia algo, mañana cambia una ley para darle más poder a Chávez, pasado somete a juicio a alguien... Pero nunca llega el momento de quiebre, el momento a partir del cual se puede decir: ya no es posible revertir esto. Ni llegará. Al contrario. Por extraño que parezca, mientras más pasos parece dar en la dirección de sus propósitos, más se debilita, más respaldo pierde, más protestas y descontento provoca, y mayores son las posibilidades de las fuerzas democráticas de construir una gran alianza social y política que permita cambiar de gobierno gracias a la voluntad mayoritaria de la nación.

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