“Dictadura camuflada”
Sadio Garavini di Turno
Giovanni Sartori, en su último libro, “Il sultanato”, nos recuerda que, mientras en los años ’20 y ’30 del siglo pasado, las dictaduras fascistas y comunistas se consideraban regímenes legítimos que “superaban” a las democracias plutocráticas, corruptas, decadentes e ineficaces, hoy en día el único criterio indiscutido de legitimidad es que el poder debe fundarse sobre la expresión libre de la voluntad popular. Lo cual convierte a las dictaduras en regímenes ilegítimos e impresentables. Por eso, nos advierte Sartori, que las dictaduras de nuestro tiempo son dictaduras camufladas, que niegan serlo y fingen ser democracias. Aun cuando existen dictaduras colegiadas, como en la Unión Soviética después de Stalin y en la China actual, generalmente la dictadura consiste en que el poder está concentrado en una sola persona. El dictador es “legibus solutus”, no está sometido a las leyes, más bien usa las leyes para someter a sus “subditos”. Por tanto, la dictadura personalista es un régimen de poder absoluto y concentrado en una sola persona, en el cual el derecho está sometido a la fuerza. En las democracias, en cambio, la fuerza está sometida al derecho. La sustancia de las dictaduras pasadas y presentes sigue siendo la misma, sin embargo la estrategia de su creación ha cambiado. Antes el dictador simple y abiertamente abrogaba la Constitución, eliminaba las instituciones y creaba estructuras de poder para su gusto y consumo. Ahora el dictador se infiltra, poco a poco, en las instituciones democráticas preexistentes y las vacía desde su interior. La estrategia contemporánea de conquista dictatorial de las democracias es gradual y mucho más refinada. Desde fines del Siglo XVIII, las Constituciones, dignas de ese nombre, garantizan la libertad de los ciudadanos frente al Estado. En la Declaración francesa de los Derechos de 1789, se lee: “Una sociedad en la cual la garantía de los derechos no está asegurada y la separación de poderes no está definitivamente determinada no tiene una Constitución”. En buena parte de las dictaduras modernas, aun cuando en la Constitución estén inscritas las garantías de los derechos y la separación de poderes, el ejercicio real del poder político está concentrado e incontrolado. A este respecto, nos dice Sartori: “Nadie ya se declara dictador. Todos simulan no serlo. Pero lo son”.
Las características de la “dictadura camuflada” de Sartori se parecen mucho, desgraciadamente, a la Venezuela del Comandante-Presidente. La separación de poderes y las garantías individuales son una entelequia y el poder del caudillo es prácticamente absoluto, porque los contra-poderes institucionales están controlados por “Yo-El Supremo”. Para colmo, el irrespeto a la Constitución es cada día más descarado. El general Henry Rangel, segundo hombre en la jerarquía militar venezolana tuvo la desfachatez de decir: “La Fuerza Armada Nacional no tiene lealtades a medias sino completas hacia un pueblo, un proyecto de vida y un Comandante en Jefe. Nos casamos con este proyecto de país… La hipótesis (de un gobierno de la oposición) es difícil, sería vender al país, eso no lo va a aceptar la gente, la FAN no, y el pueblo menos.” El artículo 328 de la Constitución dice: La Fuerza Armada Nacional constituye una institución esencialmente profesional, sin militancia política…En el cumplimiento de sus funciones, está al servicio exclusivo de la Nación y en ningún caso al de persona o parcialidad política alguna…” El camuflaje está desapareciendo.
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