UNA REFLEXIÓN NECESARIA
Norman Pino
De los análisis realizados hasta ahora de los resultados electorales del 26 de septiembre, quizás el más sorprendente de todos sea el anunciado recientemente por el Pleno del Comité Central del Partido Comunista de Venezuela. En una extensa Declaración Política y a partir de lo que se describe como una “profunda reflexión” sobre dichos resultados, el cónclave constata “un avance de las fuerzas reaccionarias, apoyadas por el imperialismo”, que habría sido logrado aprovechando unas fallas y debilidades no especificadas, y señala que “el proceso viene sufriendo un peligroso desgaste, que de no revertirse a tiempo, pudiera causar enormes dificultades para mantener el ritmo actual de cambios e, incluso, un retroceso histórico.”
Lo primero que viene a la mente es que deberíamos estar complacidos de que se confirme un avance de esas fuerzas reaccionarias, pues reaccionario es no sólo el que se opone a las innovaciones –que no siempre, por el mero hecho de serlas, son positivas ni convenientes- sino también el que propende a restablecer lo abolido y se opone a lo que estima inadmisible. Y aquí hay mucho que ha sido abolido, que es inadmisible y que deberá ser restablecido, comenzando por la restitución de la plena vigencia del estado de derecho, de un sistema de justicia independiente y del derecho a que nuestros votos tengan igual valor y se cuenten transparentemente, para mencionar tan sólo algunas de las cosas que hay que recomponer. La otra apreciación que salta a la vista es que si el proyecto es tan conveniente y ventajoso para el progreso del país como lo conciben, pues algo muy malo han de haber estado haciendo entonces para que se haya producido un avance de dichas fuerzas, avance que por cierto no es coyuntural, sino que muestra un moderado pero sostenido crecimiento.
De la misma forma, podría decirse que el único retroceso histórico inquietante no es precisamente el del desgaste del proceso. De lo que debemos preocuparnos todos los venezolanos, es de que exista una parte de nosotros que se cree que sólo ellos constituyen el pueblo, que tienen el monopolio de la verdad y que además no necesitan de la otra para construir un país. Unos y otros, autores y adversarios del proceso, deberíamos hacer un sincero examen de conciencia sobre el singular camino de destrucción institucional, moral y material al que ha sido sometido el país en los últimos doce años, con el pretexto de llevar a cabo una supuesta revolución socialista, decretada desde arriba contra la voluntad popular, que nadie ha promovido, rechazada por un creciente número de ciudadanos y cuyos nefastos resultados están más que a la vista mediante el más somero escrutinio.
Pero las reflexiones contenidas en el documento van aún más allá. En él se señala que entre las causas determinantes del desgaste del proceso, se encuentra el hecho de que desde el poder estatal y gubernamental una élite burocrática está reproduciendo y en algunos casos avivando una cultura de la gestión pública con vicios y falencias, tales como: “el despilfarro, el burocratismo, el nepotismo, la corrupción, la carencia de eficaz control y contraloría social, la falta de planificación centralizada de la economía, y el asistencialismo dirigido a ganarse la voluntad inmediata de las masas (…).”
Frente a esto hay que sincerarse y admitir que el despilfarro, el burocratismo, el nepotismo y la corrupción no son fenómenos nuevos, aunque hayan alcanzado niveles excepcionales en este régimen; sin embargo, éstos florecen dentro de la mayor impunidad, no precisamente por la carencia de un eficaz control y contraloría social, sino por la absoluta ausencia de control alguno como no se veía desde inicios del siglo pasado. No en balde se ha despilfarrado alrededor de un millón de millones de dólares en doce años en medio de promesas sin fin, de fantasiosos proyectos, y no se puede señalar la construcción de una sola obra de envergadura o el eficaz mantenimiento de las existentes, para no hablar del deplorable estado en que se encuentran el sistema energético, el sistema de salud, las universidades nacionales, el Metro de Caracas, la vialidad nacional y urbana, etc.O sea que el implacable ataque al que de manera sistemática ha sido sometida la iniciativa privada, exacerbada con una precipitada retahíla confiscatoria, con la consecuente merma de las inversiones, de la producción de bienes y servicios, de la pérdida de empleos productivos y bien remunerados, y la estrepitosa caída de los ingresos por exportación, pareciera no tener nada que ver con ese desgaste. Como tampoco parecería tener nada que ver el desbordado crecimiento de la criminalidad en el país, el cual ha cobrado más de 100.000 vidas durante los últimos doce años y ha sido factor coadyuvante para incentivar el éxodo de millares de jóvenes venezolanos al exterior, en su gran mayoría profesionales, lo que constituye una extraordinaria evasión de cerebros que le costó al país decenas de años y miles de millones de bolívares formar -daño que tomará generaciones para repararse- y que ahora se convierten en un inesperado y bienvenido subsidio a las economías desarrolladas que los reciben.
Asimismo, no ha sido la falta de planificación centralizada de la economía la que ha impulsado ese desgaste, sino la aplicación de la más disparatada e irracional política económica gubernamental de que tengamos memoria, siguiendo el manual de los desastres socialistas universalmente conocidos, lo que ha llevado al país a depender cada día más de un único producto de exportación, el petróleo, mientras nos hacemos cada día más dependientes de los mercados mundiales para abastecer de alimentos al país. La obtusa perseverancia en un camino que ha sido andado y desandado por sus desastrosos resultados en donde quiera que fue ensayado, en una carrera sin sentido de estatizaciones dirigida a establecer un perverso capitalismo de Estado, planificado y ejecutado centralmente desde la capital de la república, es otra de las causas de ese desgaste.
Llama la atención que tampoco parecen formar parte de las razones de la caída la condenable situación de los presos políticos, la constante y amplia violación de los derechos humanos, las recurrentes amenazas a la libertad de expresión, la aplicación de un deliberado apartheid político, la creciente hegemonía mediática gubernamental, el agobio propagandístico que ofende la inteligencia ciudadana para hacer creer que todo está bien, la pretensión de convertir al país en un cuartel, el ridículo mundial al que nos expone la disparatada política internacional del régimen, los peligrosos nexos de amistad con gobiernos forajidos y organizaciones terroristas y delictivas, la aniquilación de los derechos laborales y el desacato a organismos judiciales internacionales, para contar sólo algunas de las otras causas de ese desgaste, aparentemente ocultas o sin importancia como para formar parte de esa reflexión.
No debería ser tan difícil comprender que si bien la gente votó en parte contra el despilfarro, el burocratismo, el nepotismo, la corrupción, etc., no lo hizo exclusivamente por eso; lo hizo primordialmente porque anhela vivir en seguridad, en democracia, en libertad, en progreso y en pleno goce de sus derechos económicos, sociales y políticos, y porque muy a su pesar deben sobrevivir día a día en un clima de permanente inflación empobrecedora, producto de las equivocadas políticas económicas gubernamentales, sin que avizore un futuro promisorio. También lo hizo porque ha cobrado conciencia de que sólo mediante el consenso y el entendimiento entre todos se puede progresar civilizadamente, de que la artificiosa división que se pretende imponer no lleva a ninguna parte y de que ningún proyecto es sostenible sobre esa base. Cuando comencemos a entender esas simples pero esenciales razones podremos comenzar a tener frutos de una modesta y muy necesaria reflexión.
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