sábado, 27 de noviembre de 2010

No marcho más nunca.


No se esfuerce en explicármelo, yo le entiendo.

Usted hace tiempo que se pasó para el bando de los que opinan que ese es un instrumento de lucha agotado. Seguramente tiene no menos de doscientos kilómetros de sol en sus espaldas y se cansó de agitar la banderita y soplar por el pito. Usted me pasó cerquita en aquella gran marcha de aquél abril, donde nuestra protesta hizo vibrar al piso caraqueño. Usted fue uno de los que logró que el comandante presidente se presentara en las pantallas de televisión, con un crucifijo entre sus manos, haciéndose el arrepentido.

Con toda seguridad usted también estaba en la autopista en la gigantesca concentración, previa al paro petrolero, que no cabía en las cámaras de los policías que nos filmaban desde el aire. Usted llenó de color aquella gran concentración y una semana después se estaba preguntando qué había logrado con esa asoleada tarde de su vida.

Mis miedos y sus miedos se unieron muchas veces, en plena carrera, para escapar de los gases y las piedras bolivarianas. Lo hicimos en los Próceres, en la avenida Libertador y en dirección hacia la Asamblea, en plena avenida Universidad. Usted también tenía siempre listo el kit de marcha, incluyendo el vinagrito. Usted, se sorprendió aquél 23 de enero, cuando protestamos por el intento de empujarnos la ley de educación y al llegar a su casa y ver las repeticiones en televisión, casi no podía creer cuanta gente estaba en esa marcha. Usted fue un gran marchista y un defensor a carta cabal de su derecho de protesta. Usted no se tomaba una sodita para ver la marcha por Globovisión.

Los tiempos cambiaron y sus convicciones se fueron estrujando al paso redoblado de los desmanes y del autoritarismo, que no cedía ante nuestras protestas. Usted perdió la fe en la posibilidad de que una protesta lograra cambiar el orden de las cosas y se cansó de hacer lo mismo, sin resultado alguno. Aspiro a que usted no deje de respirar algún día –por cansancio- y eso le provoque un paro respiratorio.

El nombre de este juego es consistencia de propósito. El secreto de esta acción es la conducción clara y determinada de nuestro pueblo, con métodos no violentos, para enviar un sólido mensaje, sostenido y uniforme, que se repita en el tiempo y produzca nuevas adhesiones. Que nuestros gobiernos entiendan que no estamos dispuestos a entregar nuestra libertad de pensamiento. Nadie dijo que sería fácil, nadie dijo que sería rápido.

Usted está más que dispuesto a dedicarles a sus hijos el resto de sus días, de sus noches, de sus desvelos y hasta es capaz de quitarse la comida de la boca para que ellos coman primero. ¿De qué es capaz para preservar para ellos la sagrada libertad? Si sus esfuerzos terminan en un placentero sábado dónde todo es más importante que la libertad de sus hijos, entonces usted no está convencido de la gran responsabilidad que la historia le está colocando sobre sus espaldas y de su rol protagónico en la clara posibilidad de que acabemos con esta farsa en los tiempos por venir. Si usted decidió rendirse, yo trabajaré doble, para compensar su falta, pero jamás me encontrará de rodillas, llorando por lo que usted y yo dejamos perder.

Usted y yo, y muchos millones de venezolanos, no permitiremos que nos conviertan en la extensión de una isla que hace cincuenta y dos años dejó de marchar. Usted y yo, somos la esencia de la libertad. Mañana sábado lo espero en la protesta, por nuestros amados hijos.

Enrique Pereira

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