El caso Walid Makled
Por Alfredo Rangel
Cumplió el gobierno de Santos sus primeros 100 días con los más altos índices de aceptación de que se tenga noticia. Solo una de sus decisiones ha causado duras críticas, no de la oposición (¿existe?), sino de algunos que se consideran sus amigos: la extradición de Walid Makled a Venezuela y no a Estados Unidos. Yo creo que ha sido una buena decisión, y muy pragmática porque pone los intereses nacionales de Colombia por encima de cualquier otra consideración, sea esta ideológica o política.
En efecto, el interés prioritario de Colombia no es tumbar a Chávez, sino tener buenas relaciones con Venezuela. Sacar a Chávez o mantenerlo en el poder es un asunto interno que los venezolanos tienen que resolver por la vía democrática. El interés nuestro es normalizar las relaciones binacionales, restablecer el comercio, acelerar la integración económica y energética, y, claro está, incrementar la cooperación sobre temas de seguridad. Sobre este último punto la agenda es abultada y el gobierno colombiano hace bien en tramitarla con discreción, para obtener resultados efectivos. Para erradicar los campamentos guerrilleros en Venezuela no es condición previa que Chávez se desmienta públicamente y reconozca que allí existen. Eso no se le puede pedir, ni lo va a hacer. Pero esos campamentos se pueden erradicar efectiva y calladamente. Y esto es lo que importa.
Por supuesto que es un hecho que el confeso narcotraficante Walid Makled ante un tribunal de Estados Unidos podría poner en calzas prietas a muchos altos funcionarios civiles y mandos militares de Venezuela, ya que al parecer tiene pruebas contundentes e irrefutables sobre su lucrativa complicidad con el narcotráfico, del que Makled es capo de capos. Hasta el propio Chávez podría quedar mal parado con su revelación de haber aportado dos millones de dólares al frustrado referendo que pretendía aprobar la reelección indefinida.
Todo esto podría ser un escándalo enorme, pero por sí solo no tumbaría a Chávez. La decisión es de los venezolanos en las urnas, y toda la opinión de ese país ya está enterada de las sindicaciones de Makled contra el régimen chavista. Otra cosa es que quienes aquí deseaban que Makled fuera extraditado a Estados Unidos también anhelaban que como resultado del juicio las autoridades norteamericanas resolvieran hacer con Chávez en Venezuela lo que hicieron con Noriega en Panamá: invadir el país, capturar al jefe del Estado, extraditarlo, juzgarlo, condenarlo y confinarlo en una cárcel de Estados Unidos. Un oculto deseo tan alucinado, como alucinado es el temor de Chávez de que pueda suceder. Por favor, los tiempos cambian y lo que menos quieren hoy los Estados Unidos y su presidente Obama es convertirse en el policía del mundo e ir invadiendo países a pedido. Las negativas consecuencias políticas de semejante disparate serían enormes, en medio de los ya enormes fiascos de la primera potencia en Irak y Afganistán, donde todos los escenarios de salida son malos, unos peores que otros.
Pero Colombia sí puede usar en provecho propio ese temor alucinado de Chávez, utilizando la entrega de Makled –y la información de los computadores de Jojoy que compromete a miembros del régimen chavista–, para ejercer una mayor presión sobre lo que verdaderamente nos interesa: el pago de la deuda, la normalización del comercio y el cumplimiento de la agenda de seguridad, que incluye el control de la frontera ante la presencia y la actividad de organizaciones del crimen organizado trasnacional y de grupos guerrilleros colombianos dedicados al narcotráfico.
La erradicación de los campamentos guerrilleros y la expulsión de sus jefes de Venezuela, así como una colaboración más transparente en la lucha contra el narcotráfico, son tareas pendientes de alto interés nacional para Colombia. La extradición de Makled a Venezuela debería demorarse lo suficiente para obligar a Chávez a adquirir compromisos y cumplir metas concretas para el bien de la seguridad de Colombia.
Somos muchos los colombianos que deseamos ver un cambio de gobierno en Venezuela. Eso lo harán algún día los venezolanos. Pero, mientras tanto, no siempre nuestro interés nacional coincide con los deseos o caprichos de algunos de los enemigos de nuestro “nuevo mejor amigo”. El interés nacional no lo debe dictar el hígado.
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