jueves, 6 de febrero de 2014

DIÁLOGO Y OPOSICIÓN
DIEGO BAUTISTA URBANEJA  

EL UNIVERSAL
El tema del diálogo, planteado con fuerza en la política venezolana por una diversidad de entidades, lleva a una serie de consideraciones sobre las tareas de la oposición democrática venezolana. 

No es frecuente que el gobierno y la oposición "dialoguen", en la vida normal de las democracias. El gobierno gobierna y la oposición lo crítica en todo lo que puede. La oposición no está para ayudar al gobierno a gobernar. No en forma directa, queremos decir. Lo hace indirectamente, al señalar las fallas del gobierno, cosa que puede ser de ayuda al gobierno si eso lo lleva a detectar errores que de otro modo tal vez no hubiera percibido o no hubiera sabido cómo remediar. Pero eso no es propiamente un diálogo. De hecho, a quien le dice la oposición lo que el gobierno está haciendo mal no es al gobierno, sino al país. Su intención primaria al hacerlo no es que el gobierno corrija sus errores, sino que la población perciba que la oposición podría hacerlo mejor que el gobierno en funciones.

Sólo cuando hay una tranca de marca mayor, o cuando están involucradas políticas de gran calado para el Estado como tal, se producen, en los países donde el gobierno y la oposición cumplen sus roles respectivos, reuniones entre ellos para encontrar soluciones o para adoptar posturas donde toda la nación pueda sentirse representada. De resto, lo dicho: que el gobierno gobierne y que la oposición se oponga. De otro modo, se emborronan las responsabilidades y se oscurece la visión de quién es mejor que quién. 
En lo personal, y en el caso venezolano, no me huele bien lo del diálogo. Es muy difícil que un gobierno como este tenga interés en dialogar en serio con la oposición, y me luce que busca una manera de enredarla en la enorme crisis que el gobierno ha creado y encontrar una forma de ganar tiempo. 
Lo que creo que corresponde hacer a la oposición es oponerse a las políticas del gobierno con toda la fuerza y la sonoridad que esté a su alcance. Denunciar sin tregua y, con la misma, decirle al país cómo lo haría ella de ser gobierno. No veo otra manera mejor que esa de crecer políticamente. 
El ejercicio de la oposición del que hablo tiene en la Venezuela de hoy un gran problema. El problema consiste en cómo hacerse oír con el debido vigor, en un país donde el gobierno ha establecido un terrible cerco comunicacional. Esto le plantea a la oposición un problema práctico de urgente solución: el de concentrar los voceros y los temas de sus críticas y sus propuestas, de manera de adquirir el máximo volumen posible, así como el de encontrar formas de difusión de sus críticas y sus propuestas que vayan más allá de los medios de comunicación convencionales. Esto supone abordar la exigente tarea de construir redes sociales y políticas, canales directos de llegada a los sectores populares. Si la oposición no acomete tales proyectos, no veo claro cómo podrá convertirse en la mayoría clara y sólida que es necesario que sea. 

Por cierto que las limitaciones comunicacionales y la dispersión de los mensajes hace que buena parte de la oposición que se hace, mucho mayor de lo que parece, pase desapercibida para la gente. 


A veces se oye decir, partiendo de las encuestas que dicen que la gran mayoría del país quiere diálogo, que hay que dejarle claro a la población que el gobierno no quiere dialogar, que todo lo que al respecto dice es una farsa, y que para ello la oposición debe mostrar su disposición a dialogar y dar pruebas de ella. Esto se afirma como una cosa muy obvia. La verdad es que no veo qué tanto se ganaría con eso. Esas cosas nunca quedan tan claras así a los ojos de la población en general, y menos con un gobierno con una ventaja comunicacional tan grande como la que tiene este. 



Cosa muy distinta del llamado diálogo es la cooperación entre los distintos niveles de gobierno, algunos de ellos en manos de la oposición, para abordar problemas como el de la inseguridad. Esa cooperación es necesaria y bienvenida. 



La forma que tiene la oposición de crecer en los sectores afectados por el desastre gubernamental es el ejercicio cabal del papel que le corresponde: el de una oposición recia, acompañada de un conjunto de propuestas superiores, el todo enmarcado en un poderoso mensaje global referido a nuestra visión de la democracia y el futuro del país. Este diálogo sí que interesa y sí que es indispensable. El pequeño detalle está en que el interlocutor es en ese caso, no el gobierno, sino el país todo, y en especial sus sectores populares. 


dburbaneja@gmail.com




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