Milagros Socorro
La falta de papel ha conducido a El Nacional a reducir su volumen a dos cuerpos. Eso, por ahora. Porque, si persiste la carencia, podría acentuarse la mengua hasta la consunción de ese soporte. Entonces El Nacional habrá pasado de la extenuación a la desaparición de este montoncito de hojas que ya va siendo.
Poco cambiará, sin embargo, en el espíritu acerado de este diario, que nació demócrata y con vocación moderna; y así se ha mantenido contra los vientos más bravos, pese a los exabruptos de gobernantes que cedieron a la tentación autoritaria, pese a dificultades financieras, gremiales, tecnológicas, gerenciales e incluso a los errores de su directiva. El Nacional se ha sobrepuesto a todo, porque es una institución, no un negocio.
La actual crisis, signada por la ausencia de papel, no es exclusiva deEl Nacional. Ni siquiera de la prensa venezolana en su conjunto. Mucho mayores son los montos de dólares que el Ejecutivo, en su deriva tiránica y anacrónica determinación comunistoide, ha dejado de asignar a la industria de alimentos, la farmacéutica, la automovilística, al comercio… complete usted la lista, respetado lector.
Impedir la importación de papel a las organizaciones periodísticas no solo redunda en su ruina económica, como ha sido ya el destino de muchas empresas y es la espada que se cierne sobre tantas otras, sino que también es vector de confiscación de la libertad de expresión y del derecho de las audiencias de estar informadas.
El Nacional no tiene papel porque en el país no hay libertad. Ni de empresa, ni de expresión, ni de protesta, ni de libre tránsito por el país ni de trasponer sus fronteras. Los controles, las leyes absurdas, la represión en mil formas, el hampa asociada al régimen de cuya indulgencia goza, cercenaron las libertades.
El Nacional no tiene papel porque la República no tiene mujeres ni hombres probos al frente del gobierno ni del Alto Mando.
El Nacional no tiene papel porque la patria fue secuestrada por una mafia infinitamente corrupta, alcahueta del ocupante extranjero e insensible frente a los padecimientos de nuestro sufrido pueblo, de sus ayes luctuosos, de su progresivo empobrecimiento, de la galopante merma de oportunidades, del desmantelamiento de sus espacios públicos (tanto físicos como simbólicos), de su inmersión en el atraso.
El Nacional no tiene papel porque quien ocupa la más alta magistratura no tiene legitimidad: mal puede ser legítimo quien se atreve a acusar a más de la mitad del país de “pagar con drogas la conducta de algunas bandas delictivas”; vil y cobarde imputación que equivale a un linchamiento moral y que expone a mucha gente a ser blanco de la venganza de quienes pudieran ser persuadidos por la canallesca afirmación.
El Nacional no tiene papel porque Venezuela tiene en la Presidencia a un irresponsable que ha hecho todo y más para impedir un diálogo del que podría depender la paz del país y acaso el freno para un derramamiento de sangre.
El Nacional no tiene papel porque Venezuela no tiene democracia, ni separación de poderes, ni tribunales autónomos, ni una Cancillería que responda a los intereses nacionales, ni uniformados dignos.
Pero aun cuando no tenga tinta, ni sede ni un teléfono para recibir los insultos y el pueril tartajeo de la guerrilla comunicacional, El Nacional tendrá periodistas. Los vivos y los que pasaron a la inmortalidad del archivo del periódico, tesoro de Venezuela, reserva inagotable de lecciones de periodismo.
Nada podrá hacer el rústico mandón para cerrarle el paso a Jesús Sanoja Hernández, Francia Natera, Ida Gramcko, Sergio Antillano, Miguel Otero Silva, Miyó Vestrini y Manuel Caballero, entre tantos, que se pasean por el país de las cuartillas y el compromiso libertario, riéndose a gritos de los dictadores y susurrándonos frases de aliento.
Sepa el sátrapa que El Nacional tiene en su hemeroteca ejemplos brillantes de cómo se cubre la caída de los dictadores (y cómo hacen cola los antiguos socios para despepitarse en su contra).
Tengan presente los verdugos de Venezuela, los cómplices de Chávez y de Maduro, servicio de adentro de Fidel Castro, que sus tropelías le han quitado las páginas de Opinión a El Nacional, pero sus columnistas les seguiremos echando en cara sus crímenes porque, como dejó dicho Andrés Eloy Blanco: “Mi columna vertebral que no se ha doblado nunca, sino ante la máquina de escribir”.
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