Alberto Barrera Tyszka
“Los Castro somos longevos y firmes”, dijo Raúl, respondiendo a destiempo a un viejo comentario del presidente Sebastián Piñera. La frase pudiera resultar pintoresca si no la hubiera dicho uno de los hermanos que gobiernan Cuba desde hace 55 años. Quienes se alzaron contra la dictadura militar de Batista implantaron luego una dictadura militar casi 8 veces más larga. El indefendible bloqueo norteamericano terminó siendo la excusa perfecta para consolidar el logro principal de la Revolución cubana: convertir una dictadura militar en un modelo políticamente correcto.
No es poca cosa. Ver a Dilma Rousseff o a Michelle Bachelet, ambas con una historia de prisión y tortura bajo dictaduras militares, sonreír y saludar a los líderes de un régimen que ha practicado el mismo crimen con sus adversarios políticos no deja se ser asombroso, trágico. En rigor, la diferencia principal entre Pinochet y Fidel Castro es el marketing. ¿Cómo pasar 55 años en el poder y ser considerado todavía un demócrata? Sin duda, Cuba es la mejor escuela para dictadores que existe en el planeta.
Necesito apurarme con un paréntesis: (Cuando escribo sobre este tema, suele salir más de un radical a vociferar y denunciar que, en 1989, firmé un remitido público de artistas y escritores dándole la bienvenida a Fidel Castro a la llamada “coronación” de CAP. Lo vociferan y denuncian como si fuera un pecado original irremediable. Ese es el problema de los puristas. Creen que el pensamiento es inmóvil. Hacen de la historia un dogma. También en 1989 yo fumaba y pensaba que fumar no era malo. En 1989 no había leído a Coetzee y creía que Camilo José Cela no merecía el Nobel. En 1989 pensaba que escribir telenovelas era deleznable y que no podía haber nada peor que los adecos. Todo ha cambiado. Lo único que sobrevive es la inquietud. Lo único que permanece son las preguntas). Fin del paréntesis.
Mapa dibujado por un espía es un antiguo nuevo libro de Guillermo Cabrera Infante. Fue escrito como una crónica y relata y retrata la Cuba de 1965. Cabrera está suspendido en la isla, esperando un trámite que le permita volver a salir, manejándose con tacto, viviendo entre la prudencia y el miedo, mientras registra el deterioro de La Habana, que solo es un síntoma físico del deterioro de una sociedad que apenas lleva seis años bajo la mayúscula de la Revolución. En alguna de las páginas finales, cuando ya faltan pocos días para lograr salir, va creciendo también la inseguridad, el temor a que nuevamente, a última hora, lo detengan en el aeropuerto. Una noche camina por la ciudad conversando con uno de sus contactos del gobierno. El narrador aclara que no hablaban demasiado alto, para no ser escuchados por algún vecino; pero tampoco hablaban demasiado bajo, para no levantar sospechas. La imagen resulta devastadora. No te descuides. Vive alerta. La existencia cotidiana convertida en conspiración.
En el teatro Trasnocho, el Grupo Actoral 80 ofrece en estos días un extraordinario montaje de Fresa y Chocolate. Senel Paz, quien escribió el cuento que dio paso a la película (1994), cuyo guión también escribió, es el autor de la pieza. En su versión caraqueña, con unas actuaciones memorables, bajo una excelente dirección, la historia de dos amigos sometidos por las estrategias polarizantes del poder tiene también una actualidad estremecedora. El texto original resulta de pronto tan nuestro, tan siglo XXI, tan vigente. Es un espejo distinto en el cual, sin embargo, podemos reconocer señales, temores, amenazas. Hay, tanto en el libro de Cabrera como en la obra de teatro, la presencia de un Estado en permanente ejercicio de persecución. El autoritarismo es una elección, una decisión del poder. Un saber que ahora por desgracia se multiplica.
“Los Castro somos longevos y firmes”. Después de 55 años, los cubanos ahora pueden, de manera seleccionada, acceder a un pasaporte. La isla es una edad. La libertad es un problema biológico. En Cuba, la democracia solo es un achaque.
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