CARLOS MACHADO ALLISON
EL UNIVERSAL
La gran degeneración" es el título del libro de Niall Ferguson (Penguin Press, 2013) quien ubica las crisis recientes en el mundo occidental como resultado de las debilidades institucionales, el crecimiento del poder regulatorio de los gobiernos, el empleo de la ley para satisfacer a unos pocos, la captura de las rentas por un número creciente de parásitos y el debilitamiento de la sociedad civil. Ferguson no escribió sobre Venezuela, aunque en algún lugar la cita, junto a Rusia, como ejemplo de países donde el Gobierno ha sido electo, pero la democracia no existe. Lo hace para llamar la atención sobre la parálisis que afecta a Occidente, donde el "welfare state", el famoso "estado de bienestar" se está comiendo a países que en el pasado tuvieron un crecimiento económico, y una creatividad, que los impulsó hasta ocupar el liderazgo en el planeta.
¿Qué nos queda a nosotros?
Pero si Ferguson lamenta la pérdida de impulso del liberalismo y, por qué no decirlo, del capitalismo, la libre empresa y la iniciativa individual en los países con mejor nivel de vida del planeta, ¿qué nos queda a nosotros, a los países pobres y sus gobiernos amantes del socialismo? Ferguson lamenta, con razones, el creciente poder de los gobiernos para regular la vida de los ciudadanos y el debilitamiento de las instituciones y si eso es malo para el futuro de la humanidad, imagínense cómo será en el nuestro, donde el Gobierno es el todo, las instituciones sus tristes instrumentos y la sociedad civil trozos desarticulados que se comunican casi exclusivamente por Internet.
Aquí, rara vez, hemos tenido instituciones sólidas al servicio del ciudadano, en nuestra cultura la regulación de los servicios, los precios, la educación, la ciencia, la tecnología, la tasa de cambio, los alquileres, las importaciones, el desarrollo de un nuevo negocio o industria, han sido algo natural. Peor aún, manifestar que el capitalismo y la democracia han sido el motor fundamental que ha construido las virtudes del mundo moderno, es casi un delito. Pensar que la competitividad es buena y la tabla rasa mala nos convierte en enemigos y, como el Gobierno cree que es pueblo por haber sido electo en procesos dudosos, entonces el que así concibe al mundo es de inmediato descalificado. Vean tan solo el caso de la educación, aquí solo se puede enseñar lo que el Ministerio aprueba, solo pueden existir instituciones educativas licenciadas por el Gobierno e iniciativas como las olimpiadas matemáticas han sido proscritas por estimular la competencia, mientras se coloca el sello de aprobado en la casilla correspondiente cuando no se dictó matemáticas o química por falta de profesor.
A nosotros nos llegó la degeneración antes de haber sido generadores de casi nada y hoy, lo poco que construido en mejores días, ha sido destruido por el Gobierno que se apropió de empresas y unidades de producción para garantizar la escasez y la inflación y, de paso, construir una red de empresas de maletín que capturan la renta petrolera en uno de los países más corruptos e inseguros del mundo.
carlosmach@gmail.com
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