martes, 10 de junio de 2014

REFLEXIONES AL BORDE DEL COLAPSO


LUIS SALAMANCA

Una reacción en cadena viene estallando en las bases de la sociedad venezolana. Es la dinamita colocada durante quince años en todas las actividades económicas que explotaron entre 2013 y 2014, con la excepción de las actividades financieras. Esta genera una secuencia de reacciones adicionales que van armándose como un árbol de efectos. La escasez es una de esas reacciones adicionales que, cual efecto dominó, va sacando del mercado uno a uno, todo tipo de productos requeridos en una sociedad normal. No es sólo falta de alimentos, sino de todo, constatado cuando el ciudadano tiene una necesidad.

La reacción en cadena económica dispara otras reacciones en cadena en el plano social. Largas colas para comprar, varias visitas a comercios y altísimos precios es el sambenito del día a día, más los conflictos interpersonales generados por la lucha en que se ha convertido conseguir la papa. La gente empezó a vivir en la anormalidad, en el desequilibrio, en el tumulto. Surgen nuevos comportamientos sociales: cuando alguien da el pitazo de que llegó algún bien, los negocios se ven atestados de una colmena de personas, muchas de las cuales no son clientes habituales, lo que provoca el rechazo de los consumidores frecuentes que no consideran justo que se le venda a “extraños” antes que a los conocidos. Esto ha producido trifulcas por la comida. Ciertamente la gente termina comprando algunos productos de la subsistencia, sin poder escoger, a veces usando contraseñas con el abastero (como si se tratara de una actividad secreta). Esto se repite día tras día, pues, se come diariamente.

En medio de este panorama (a lo que hay que sumar la larga lista de problemas no resueltos, viejos y nuevos), el país se enreda a una velocidad pasmosa. Actividades fundamentales para llevar una vida básica van colapsando por la falta de recursos, específicamente, por la falta de dólares, para importar lo que no producimos. El Gobierno no sólo no tiene plata para comprar lo que no producimos sino que no tiene plata para pagar lo que ya consumió. Ni tiene plata para afrontar la larga lista de compromisos contraídos con los pobres. Esa es su única preocupación; las otras clases se abandonan a su suerte, total ellos son los “privilegiados”.

El país no colapsa en un solo movimiento y a una misma hora, sino poco a poco. Colapsos por aquí, colapsos por allá, se van acumulando y van produciendo un efecto general en la vida de la gente. Se destruye el modo de vida que los venezolanos consiguieron en el Siglo XX a partir de la explotación del petróleo y al cual se le podía criticar porque creíamos que no era suficientemente productivo, sino más bien distributivo. Pero comparado con lo de hoy, se reivindica como altamente productivo. Había sólo que hacer reformas económicas para mejorar aquello. Hoy no es sólo la calidad, o el nivel, sino el modo de vida el que se hunde. Los venezolanos del Siglo XXI tienen negado el derecho a una vida normal: tranquila, previsible, estable. En los últimos días se siente que el colapso adquirió mayor velocidad.

A partir de 1983, año del “viernes negro”, Venezuela ha vivido sucesivas crisis rentistas petroleras. La primera fue la crisis por devaluación: había que pagar más bolívares por los mismos dólares; esta crisis nos despojó del subsidio que había tenido la sociedad venezolana desde 1934, cuando se implantó el Plan Tinoco. Comenzó la etapa difícil del rentismo. Atrás quedaba el rentismo fácil del 4.30 Bs. por dólar, la Venezuela saudita. Luego vino la segunda crisis del rentismo con el Gran Viraje de Carlos Andrés Pérez en su segundo gobierno. Este intentó cambiar el modo de vida cambiando el modelo económico, poniendo a la gente a pagar más por los servicios y los alimentos y a generar un mercado de productores sin la muleta del Estado. Se buscaba una sociedad productiva mediante un choque sin precedentes contra la Venezuela populista, de la cual, Pérez había sido el abanderado. El país se opuso. El caracazo y el golpe militar de Chávez echaron para atrás la vía iniciada por Pérez y desde entonces el país entró en una constante devaluación e inflación que generaron una desigualdad social tremenda. En los 90 se sumó la baja increíble de los precios del petróleo. El barril llegó a niveles por debajo de los que tenía en 1974: de 14 $ pasó a 9 $.

La pobreza volvió a aumentar después de haber disminuido en las décadas anteriores. La clase media más grande de América Latina (más del 50% de la población) en los setenta comenzó a desplomarse. Caldera en su segundo gobierno no detuvo la crisis de la sociedad rentista, sino que se agudizó con la quiebra en cadena de la banca. De nada valieron las reformas político-electorales de los noventa para re-enamorar  al venezolano. Este había roto sus nexos psico-políticos con los partidos. Pese a la crisis, el modo de vida se mantenía dentro de lo normal. Llegó Chávez para arreglar esto, como expresión de los insatisfechos generados desde 1983.

El exmilitar creyó que el problema era que los ingresos del petróleo se le habían negado a los pobres y se lo habían llevado los ricos, la oligarquía o la burguesía. Para él el problema no era de eficiencia del Estado, de la necesidad de una economía productiva, sino que los privilegiados se llevaban todo dejando sin nada a los pobres. Inició entonces un plan de igualación social que incluía poner más plata en los bolsillos de los pobres (pero sin sacarlos de la pobreza), expropiar grandes empresas y fincas productivas, controlar el dólar, control de precios; además de gastar la inmensa masa de dinero (un potosí) que le entró al país por el aumento espectacular de los precios del petróleo.

Todo se podía comprar afuera y ello era políticamente deseable porque se estaba debilitando y liquidando el poder económico-político de la burguesía, declarado enemigo social principal por el nuevo régimen. Politizó la pobreza y consiguió un filón político prometedor en la gente de menores recursos a la cual halagó y dirigió sus programas, más mediáticos que eficaces.

Para adelantar la revolución mediante procedimientos autoritarios, necesitaba muchos apoyos nacionales e internacionales. Miles de millones dólares se gastaron en los Consejos Comunales y en las redes de apoyo electoral oficialista y en los países amigos que dan su voto en los organismos internacionales. El potosí se fue gastando y se fue comprometiendo, llegando a un nivel de rigidez del gasto muy alto. Las campañas reeleccionistas de Chávez necesitaban mucho dinero y se gastaron ríos de plata. Mientras el país dejaba de producir lo que antes producía. Las elecciones de 2012 dejaron exhausto el Fisco Nacional.

Tras su muerte el país se enfrentó a la cruda realidad. No producimos lo que antes producíamos, no tenemos plata para comprar lo que no producimos, el Gobierno endeudado deja de pagar, los proveedores internacionales detienen el envío de productos, pues, se le deben miles de millones de dólares. La consecuencia es que no hay abastecimiento, ni plata para importar, ni para pagar deudas. ¿Habrán guardado un poco para las elecciones de 2015? La reacción en cadena del desabastecimiento, la escasez y la inflación desbocada, no se hizo esperar. Es la cotidianidad de la Venezuela del Siglo XXI.

Es la última crisis rentista y puede ser la definitiva. Es la demostración de que éramos una sociedad que vivía del ingreso del petróleo, pero este se ha acabado, no porque se secaron los pozos sino porque se acabó el dinero que generaba. El panorama es pavoroso. Lo que ingresa hoy por barril de petróleo no es poco, pero es insuficiente para una sociedad y, sobre todo, para un Gobierno que gasta a manos llenas alimentando el clientelismo nacional e internacional para obtener apoyos políticos. Ya no hay renta para tanta gente. El Gobierno recurre a la máquina de imprimir billetes realimentando la inflación que se come el salario y que avanza a velocidad peligrosa rumbo a la hiperinflación. El Gobierno deja de pagar por aquí y por allá. Las empresas extranjeras no sólo se retiran del  país sino que interponen demandas ante instancias internacionales. La República debe a cada santo una vela. Nos aislamos internacionalmente, no sólo en lo económico, o en lo social sino también en lo académico, en lo intelectual, en lo científico, en lo cultural. Se va el capital humano formado en el país.

Hoy no somos ni distributivistas ni productivistas. Ni podemos repartir lo que no tenemos (salvo las migajas que quedan de la torta); ni podemos producir, pues, destruyeron el modo de producción capitalista en favor de un modo de producción presuntamente socialista y que es solo una economía estatizada, comandada por burócratas de partido y por militares. Bienvenidos, pues, al socialismo burocrático-autoritario venezolano, reino de la escasez, del endeudamiento, de la inflación descontrolada, en fin, del empobrecimiento masivo.
Venezuela vive un proceso de achatamiento social: todos los sectores (especialmente los que dependen de un sueldo) se ven reunidos en una igualación hacia abajo. Se aumenta el salario mínimo, pero no se aumenta el resto de los sueldos. La clase media de hoy no llega a 20% de la población. Va apareciendo una sociedad oligárquica: sólo unos pocos sectores tendrán el poder adquisitivo para vivir una vida digna, más allá de la vida mínima que tiene en mente el Gobierno: sólo algunos podrán comprar vivienda, carro, viajar, tener salud segura no sólo asegurada, educar a sus hijos cabalmente. La escala de sueldos no se corresponde con la estructura de costos de una economía desquiciada.

La lucha del Gobierno es demostrar que no es el modelo económico siniestrado por tanto socialismo burocrático-autoritario sino que es una “guerra económica”, de la cual nadie ve al otro “ejército”. Sólo se ve al ejército que dio el “dakazo” (la economía por unos votos). Buscan introducir falsa conciencia en sus seguidores. Pero además, tienen que cambiar la expectativas aspiracionales de la gente para que se conforme con lo mínimo. Eso es la que se aspira: una sociedad minimalista. Todos están afectados, pero los que más resienten son los jóvenes, los nuevos, aquellos que quieren tener futuro promisorio, aquellos que no quieren ser una generación perdida. Los hijos crecen y se van, pero no para Caracas, sino por el mundo, buscando donde realizar sus sueños, pues su patria, se les ha vuelto una pesadilla. Hoy están en las calles recibiendo una paliza del Estado por no aceptar esta amarga realidad.

Llegar a lo que hemos llegado era un plan de una mente que, sin prever todos los detalles, ni la teoría a aplicar, si tenía claro a donde quería llevar al país. A trancas y barrancas fue empujando al país por el despeñadero, pues, la revolución tenía que destruir para construir algo nuevo, como si fuera un edificio que se echa abajo y construyes otro, así sencillito, sin darte cuenta que hay gente adentro. La improvisación, la ineficiencia y la corrupción hicieron el resto. Mientras Venezuela se hundía y no se notaban sus efectos más rudos -porque teníamos dinero de sobra- muchos no creían que íbamos hacia el abismo.

Hoy los venezolanos estamos en la encrucijada: o seguimos por este camino que conduce hacia un país siniestro (lo podemos llamar la vía hacia Cuba, justo cuando este país está en las tablas y busca salir de su pavoroso aplastamiento social mediante el capitalismo que tanto odian); o damos la vuelta hacia la normalización, hacia la liberación de las fuerzas productivas presas y destruidas por un gobierno que pretende seguir imponiendo la destrucción de la economía, pero atribuyendo la responsabilidad a los opositores. Maduro busca reactivar la producción y, para ello, se reúne con los capitalistas, pero con el Plan de la Patria en la mano, el cual consagra claramente, que hay que suprimir la “lógica” del capital. En otras palabras, a los capitalistas. O es un gran disimulo, o es una fatal incoherencia.

Quienes idearon este derrotero en el que el país encalla hoy deberían estar felices, pues, han logrado el objetivo: tienen a los venezolanos casi en la lona, dependiendo del Gobierno y con la enorme oportunidad de establecer una sociedad de control total en la cual cada quien reciba lo que el Gobierno decida que recibirá. Muchos extremistas se estarán frotando las manos, pues querían llegar a este punto, a esta sociedad “igualitaria”. Llegados a él, sólo falta empujar un poco más para que los venezolanos queden totalmente en manos del Estado. Por ejemplo, nacionalizar la banca y expropiar la Polar, pudieran ser los pasos que faltan para que entonces si estemos en el modelo deseado.

Otros, sin embargo, donde a lo mejor está Maduro, quien quiere llegar al 2019 y aspirar a la reelección, presienten que ese es un camino peligroso donde el Gobierno puede quedarse. Por tanto, el Presidente busca afanosamente ayuda en la oposición empresarial y política, una “pequeña ayuda” de sus enemigos. El “diálogo”, tan socorrido hoy por su ausencia durante quince años, muestra lo mal que está la democracia, lo debilitado que está el Gobierno y lo mal que están los venezolanos de cara al futuro. Hay una imposibilidad estructural para comunicarse políticamente porque el Estado ve en los opositores unos enemigos a los cuales hay que volver “polvo cósmico”, como dijo una vez el extinto Presidente. Y a los enemigos ni agua. Pero si les puedes sacar legitimidad para lavarte la cara, pues, llámalos, distráelos, en una palabra, manipúlalos. Si se dejan.

Maduro se encuentra frente al dilema de profundizar o retroceder y no parece tener ni las ideas claras (está preso de los vapores de las fantasías ideológicas socialistoides) ni el poder político suficiente para tomar el toro por los cachos (para imponerse a los otros sectores dentro del oficialismo que proponen más estatismo como la solución) y doblegar la espantosa crisis en la que los venezolanos chapoteamos peligrosamente, como si estuviéramos en un pantano. Toma medidas aisladas, pero no se atreve a ir por el camino de la restauración económica, por su debilidad política. Ya no está el gran hegemón que se imponía a todos. Al final de este experimento quedará una sociedad devastada, irritada y buscando culpables. Como dijo Goethe, las masas que un día te dieron la vida (política), algún día podrán quitártela.



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