jueves, 4 de noviembre de 2010

Líneas que divergen
DIEGO BAUTISTA URBANEJA | EL UNIVERSAL
jueves 4 de noviembre de 2010

Dos líneas que hasta ahora habían venido caminando de modo más o menos paralelo, algunos dirían que incluso convergente, ahora empiezan a separarse decididamente. La una es la línea democrática y la otra es la línea autocrática.

El caso es que hasta no hace mucho, Hugo Chávez podía aducir con alguna verosimilitud, que su marcha hacia un régimen autocrático, donde él haga lo que le dé la gana y condujera el país hacia donde le pareciera conveniente, tenía el respaldo de la voluntad mayoritaria de los venezolanos. Concedía ella, o así podía interpretar Chávez los resultados de sucesivos votaciones, que la voluntad de Chávez fuera el único elemento que el país tenía que tomar en cuenta para saber en qué dirección se iba a caminar. Pero ya esa coincidencia está desapareciendo. Ya la mayoría de los venezolanos se opone a la marcha hacia la autocracia a la que Chávez aspira, y no quiere darle a este gobernante el menor pretexto para que interprete las cosas de otro modo.

La separación entre ambos caminos es cada día mayor. Se expresó en los resultados del referéndum de 2007, en las elecciones de gobernadores y alcaldes de noviembre de 2008, tuvo un bache en el referéndum de la reelección indefinida de febrero de 2009 y retomó su ascenso en las elecciones del 26-S. En todas esas fechas, con la relativa excepción del referéndum de la reelección indefinida, Chávez tuvo que hacer de tripas corazón y decir como esos boxeadores que el golpe le hizo daño, "no me dolió". (Digo "relativa excepción", porque los resultados del referéndum 2009, examinados con atención, no son nada halagadores para Chávez)

Privado del combustible popular, el proyecto del barinés va a tener que asentarse cada vez más sobre las propias palancas de poder que ya maneja y controla, gracias a lo avanzado en el camino de la autocracia. La marcha hacia la autocracia se impulsa a ella misma, desde su propio interior, a partir de los elementos autocráticos ya en manos de Chávez y ahora sin el apoyo popular mayoritario como un propulsor externo, digámoslo así.

La decisión de la mayoría del país es decantarse a favor del camino democrático, hoy expresado en la Mesa de la Unidad, que ha venido conduciendo el proceso de unificación de todas las fuerzas democráticas . Esa Unidad está en el proceso de equilibrar las tres exigencias simultáneas que debe enfrentar: amplitud, flexibilidad y capacidad de coordinación y dirección. Si esos requisitos se satisfacen razonablemente bien, la acumulación de fuerzas hasta constituir una mayoría democrática sólida y amplia, tiene magníficas perspectivas.

Siendo todo esto así, lo que cabe esperar es que la lógica autocrática y la lógica democrática entren en una tensión cada vez mayor. Mientras esta última fortalece su oposición a las aspiraciones a la autocracia y se coloca en una posición claramente mayoritaria, la otra tendencia autocrática no deja de usar sus recursos para acumular poder. Poder que, no me cansaré de señalarlo, es más nominal, formal, aparente, que real.

La última palabra para dilucidar esa tensión, la tiene la voluntad de la mayoría del país. Los venezolanos están ubicados ante un dilema: si queremos que el proyecto autocrático, adornado con todas las justificaciones con las que quiere envolverse, continúe su marcha hacia un poder máximo concentrado en una sola persona, o si queremos encaminarnos hacia un esquema democrático, plural, con normas e instituciones. En general, el país está enfrentado a dilemas muy claros y muy definitivos. La dirigencia democrática tiene que plantearlos a la colectividad con la mayor nitidez, y no dejar que la visión de ellos se emborrone, poniéndose a discutir demasiados asuntos a la vez.

Por otra parte, lo que quede de institucionalidad en el país, tiene que tomar nota de esa divergencia entre la voluntad democrática del país y la voluntad autocrática de su actual gobernante, y actuar para defender su propia institucionalidad, que la tendencia autocrática tratará de destruir cada vez más. Pienso sobre todo en la institucionalidad de la Fuerza Armada y en la institucionalidad latente en el Poder Judicial, y en su disposición a cumplir lo que la Constitución les pauta y no lo que ordene el autócrata actual. Tienen esas instituciones que tomar nota de tal divergencia y actuar de esa forma, pues les corresponde el papel elevadísimo de asegurar el respeto de la voluntad política del país, sobre todo cuando ésta tenga que pronunciarse de nuevo, en las elecciones del año 2012.

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