miércoles, 5 de febrero de 2014

LA PRIMACÍA DE LA LIBERTAD


    Demetrio Boersner

Algunos intelectuales progresistas, democráticos y mesurados cuando analizan los problemas de Europa o Norteamérica, al enfocar la dinámica de los países en desarrollo se convierten en apologistas del estalinismo o de otras fórmulas autoritarias. Con inconsciente soberbia neocolonialista consideran que tiranías bonapartistas, insoportables para sociedades avanzadas, pueden ser tolerables y hasta recomendables para pueblos más rústicos, con tal de que dichas tiranías prometan crear una mayor igualdad y justicia social. 
En el caso de América Latina, estos observadores prejuiciados se niegan a analizar la tremenda diferencia existente entre la izquierda democrática que en forma acertada y progresista gobierna a Brasil y Uruguay, y el populismo bonapartista que rige los destinos de Venezuela y que, por desenfrenada demagogia e incapacidad, la ha retrotraído a la condición de campo minero dependiente de importaciones, además de aplastar sus libertades democráticas internas. Infortunadamente, con cinismo oportunista, los mencionados gobiernos latinoamericanos de izquierda democrática alientan la miopía internacional frente al retroceso venezolano.
La actitud cómplice de estos sectores de la izquierda democrática internacional con un bonapartismo corrupto viola los más arraigados principios del socialismo clásico. Marx y Engels dedicaron buena parte de sus esfuerzos a combatir la arrogancia de los “grandes hombres” autoritarios que, dentro de la Internacional Socialista, negaban la capacidad de los trabajadores de autogobernarse democráticamente y proponían ponerlos bajo la tutela de “vanguardias revolucionarias”. El leninismo-estalinismo fue la forma que esta desviación vanguardista asumió en el siglo XX.
Karl Kautsky, discípulo y sucesor de Engels y principal teórico de la socialdemocracia europea después de la Primera Guerra Mundial, fue incansable en la prédica de la tesis de que “sin democracia no puede haber socialismo, sino únicamente capitalismo de Estado”.  Hasta su muerte señaló tenazmente que el sistema comunista soviético no era ningún socialismo sino la forma de capitalismo de Estado más rígida, centralista y opresora y que, por ende, la “nomenklatura” comunista era una clase dominante con carácter explotador aún más brutal que el de las plutocracias tradicionales. Esta afirmación no es incompatible con el reconocimiento de la sinceridad revolucionaria y progresista de militantes de base comunistas, reacios a aceptar tales críticas.
Una de las tareas más obligantes de los partidos del “polo socialdemócrata” dentro de la MUD es la de enfatizar y divulgar estas verdades por todos los rincones de Venezuela, de Latinoamérica y del mundo, a la vez que encabece con mayor brío las protestas sociales y políticas de nuestro pueblo.

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