EDITORIAL TAL CUAL
De que andamos muy pero muy mal en lo
que se refiere a la higiene de nuestra vida política lo muestra a cada
rato el discurso presidencial. Y, por supuesto, damos por descontado que
en el verbo político la retórica agresiva e hiperbólica y la torcedura
de hechos y posturas pareciesen componentes indeseables e inevitables.
Pero, hasta cierto punto. Límite seguramente difícil de fijar. Nos
atreveríamos a decir que se transgrede cuando la deformación de las
realidades termina por sustituirlas, la mentira monda y lironda. Y
cuando el insulto violenta la discreción verbal que posibilita la
comunicación, las buenas maneras que se suelen usar en el mundo
civilizado por duro y adjetivado que sea el intercambio de opiniones
encontradas.
Es probable que en situaciones como las que ha vivido el país en los
tres últimos lustros de chavismo, de podredumbre de las bases mismas de
la convivencia ciudadana, no sólo el gobierno haya traspasado esos
límites Pero en el caso de quienes han detentado el poder, y que imponen
las reglas del juego, no son excepción desbordada y accidental sino
regla permanente, es parte necesaria de su manera de comportarse en el
mundo. Por lo demás esa posición de poder, de impunidad, hace más
miserables sus atrocidades éticas.
Todo esto viene al caso por las últimas declaraciones de Maduro
contra los expresidentes Pastrana, Piñera y Calderón que llegan a
participar en un foro sobre derechos humanos.
Los llama, entre otras cosas, vagos, mafiosos, pagados con el dinero
sucio del narcotráfico y que vienen a apoyar nada menos que un golpe de
la “ultraderecha” en pleno desarrollo y que de suceder algo en este país
quedarían manchados de sangre. La mezcla de agravios y mentiras, los
inclementes denuestos y el golpe en pleno desarrollo, no puede ser más
notable.
Maduro debería darse cuenta de que insultando a estos señores está
insultando a países que los hicieron democráticamente sus primeros
magistrados. Y que hoy representan una buena parte de sus pueblos. En el
pasado ya Colombia se lo hizo ver públicamente cuando cualquier locura
que pasaba por la cabeza del gobierno se le atribuía a Uribe. Y
seguramente, con mayor discreción, en ocasión del asesinato de Serra,
cuando Maduro sin que mediara la más mínima investigación inventó una
truculenta historia de paramilitares comandados supuestamente por…
Uribe. El embajador colombiano desmintió la especie en un programa
radial y dio una versión razonable donde Colombia no tenía ni arte ni
parte. El diplomático fue reprendido muy suavemente por su Cancillería y
Maduro olvidó repentinamente sus afanes de detective después de una
conversación con la canciller colombiana. Por lo visto no se aprendió la
lección. Además debería saber que si decide hacer trabajos sucios debe
dejárselos a segundones y así preservar al menos las apariencias de la
presidencia de la república.
En cuanto al tal golpe en pleno desarrollo pues los venezolanos somos
los últimos en enterarnos. Sobre todo si por golpe se entiende un
levantamiento armado para derrocar al gobierno de turno. Y nos era
difícil saberlo porque no pasa semana en que Nicolás no haga la apología
del espíritu chavista de nuestras fuerzas armadas. Tan queridas y
beneficiadas por el régimen. De manera que es un tubazo presidencial que
si nos sorprende a nosotros que alguna atención prestamos a lo que en
estos lares acaece, qué será del resto de los mortales.
En vez de guardar un elegante, y hasta despectivo silencio, le da por
hacer el triste y repetido show para el país y las audiencias
internacionales.
Fernando Rodríguez
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