Sobre el liderazgo de Obama
Pablo Hispan Iglesias d Ussel
Uno de los elementos presentes en el discurso sobre el Estado de la
Unión de Obama ha sido la descripción que ha hecho de lo que él entiende
que debe ser una forma inteligente de liderazgo americano. Se
presentaba ante unas Cámaras que desde el pasado noviembre están
controladas por los republicanos y nueve días después de su llamativa
ausencia en la manifestación de París que concentró a no pocos de sus
aliados internacionales para repudiar los atentados terroristas contra
los redactores de Charlie Hebdo y los clientes del mercado Kosher.
Desde el fin del entorno estable de la Guerra Fría en no pocas
ocasiones los acontecimientos sobrevenidos se han impuesto a las
previsiones de los diferentes presidentes de Estados Unidos y de sus
experimentados equipos. Repasar sus propuestas estratégicas iniciales y
el efectivo ejercicio de su poder nos puede llevar a hacer juicios de
corte académico, tan concluyentes como equivocados, si no tenemos en
cuenta que la política no es un territorio de granito sino más bien de
arenas muy movedizas. Así sucede con el actual habitante de la Casa
Blanca, aunque ha tratado de acogerse al manto de la prudencia también
para conjugar la intrepidez de su predecesor. Pero, al contrario de
Bush, a él se le reprocha una sobredosis de cautelas, con la
consiguiente renuncia a tomar el lógico protagonismo de comandar la
única potencia global, siquiera fuera por la diferencia de presupuestos
que marca el Pentágono.
El “liderazgo desde atrás” ha sido entendido por sus críticos como
falta de capacidad resolutiva del presidente o una rebaja en el estatus
de Estados Unidos. La losa de la valoración de la anterior presidencia
aconsejaba una nueva forma de relacionarse con los aliados y el resto de
la comunidad internacional. Esa nueva forma de liderazgo evitaba
también correr en solitario con el desgaste, tanto económico como de
imagen, de las diferentes operaciones internacionales. Es ejercer de un
modo diferente el mismo papel que Madeleine Albright entendía que debía
desempeñar Estados Unidos de nación indispensable. Una función distinta a la de sheriff,
que no policía, que proponía Richard Haass a finales de los 90,
recordando el liderazgo asumido por su país en la liberación de Kuwait. A
pesar de todo, la recuperación de la confianza con los aliados no ha
sido todo lo sólida que era de esperar como desveló el caso del
espionaje a Merkel. El propio presidente afirmó en su discurso del
martes que aunque entiende que lo mejor es combinar el poder militar y
una fuerte diplomacia y que incrementa su poder construyendo coaliciones
“se reserva el derecho a actuar unilateralmente como hemos hecho de un
modo firme desde que asumí la presidencia para acabar con los
terroristas que fueran una amenaza directa contra nosotros y nuestros
aliados”. No ha sido la primera vez que lo ha dicho.
Afirma Kissinger, ironías aparte, que en Estados Unidos la coherencia
de la política exterior surge, si llega a surgir, de las declaraciones
presidenciales. El problema con Obama es que del reset con
Putin malvendiendo la herencia recibida en Polonia ha pasado a imponer
sanciones a Rusia por sus piraterías en Ucrania; de abandonar Irak
precipitadamente por ser una guerra equivocada a retornar ante la
celeridad feroz exhibida por los islamistas del Estado Islámico; de
apoyar las primaveras árabes a respaldar el giro del presidente Al Sisi.
La posición de Obama ha sido consistente en lo relativo al diálogo con dos no pequeños enemigos traumáticos: Irán y Cuba.
En cambio, la posición de Obama ha sido consistente en lo relativo al
diálogo con dos no pequeños enemigos traumáticos: Irán y Cuba.
Invitados enojosos por sus profundas ramificaciones en la política
doméstica, donde llegaron a embarrar las campañas de Carter y Al Gore y
tambalear las presidencias de Kennedy y Reagan. Obama se ha mostrado
siempre abierto a entablar negociaciones con el régimen pronuclear
iraní, todavía sin resultados definitivos pero habiéndose logrado
acuerdos parciales significativos. De hecho, aprovechó el discurso para
anunciar que vetará cualquier intento del Senado de imponer sanciones a
Irán para boicotear el incierto proceso negociador.
Y ello a costa de aflojar el cordón umbilical que la entera política
americana sostiene con Israel. A pesar de la autonomía ganada con el fracking
y de una cierta toma de distancia desde la exitosa operación contra Bin
Laden, no parece que los presidentes americanos vayan a olvidarse de
una región epicentro de inseguridades, al menos no mientras el país siga
golpeado emocionalmente por el 11-S. Pero está por ver qué efectos
secundarios tiene la nueva posición entre sus compañeros demócratas
El impacto que ha tenido la simple reanudación de relaciones
diplomáticas con los Castro, indica que la prudencia vacilante del
presidente en retirada no está reñida con la audacia del paso emprendido
para desencallar una vieja cuestión pendiente. El cubano ha venido
siendo otro asunto internacional clave para lanzarse a disputar con
garantías unas elecciones donde el Estado de Florida ha llegado a
inclinar la balanza presidencial. La disputa con el Legislativo sobre el
embargo que continúa hacia Cuba hará borrosas las líneas entre la
política exterior y nacional. Recordar como hizo en este último discurso
que era necesario algo nuevo después de 50 años de una política
fracasada respecto a la isla es un argumento imbatible.
Aún así, los problemas de Obama a la hora de manejar la agenda internacional se han vistoacentuados por un equipo en el que han
existido cinco jefes de gabinete, cuatro secretarios de Defensa, tres
consejeros de seguridad nacional y dos secretarios de Estado. Si su
inspiración a la hora de conformarlo fue el Team of rivals de
Lincoln -figuras de alto perfil político que garantizaba un profundo
debate- las disfunciones manifestadas ha llevado a que al final haya
optado por el modelo clásico y manejable de dirección desde la Casa
Blanca.
Reaccionar con pragmatismo ante los acontecimientos, incluso contra
el propio criterio de partida, es una virtud política que permite no
perseverar en el error. Ahora bien, el problema de Obama ha sido partir
de presunciones equivocadas a la hora de analizar la realidad. Cuando
planteó el reset con Rusia, Putin ya había dado muestras en el
verano de 2008 en Georgia de cómo entendía el nuevo papel de su nación.
Quizás creía seguir la máxima de Roosevelt con Stalin de que “para tener
un amigo hay que serlo” olvidando que al mismo tiempo su antecesor
construía en secreto la bomba atómica.
Las consecuencias de un vacío de poder en Irak ya se habían
demostrado con los errores que sucedieron a la invasión de 2003. La
línea roja que ha llevado a una nueva intervención en Oriente Medio no
ha sido el uso de armas químicas contra la población civil como declaró,
sino la desestabilización de la región, el asesinato de occidentales y
la directa amenaza formulada por los dirigentes del Estado Islámico
contra las sociedades democráticas. Evitar el error de 2011 con Irak
debería servir para el anunciado caso de Afganistán, aunque está por ver
si el contingente previsto que permanecerá será suficiente para evitar
el desplome de la precaria situación institucional. En el discurso,
Obama pulsó el instinto aislacionista americano cuando afirmó que “en
lugar de patrullar los valles de Afganistán hemos entrenado sus fuerzas
de seguridad quienes ahora han asumido el liderazgo”. En cualquier caso,
los planes respecto a Morón avisan de que el papel de Estados Unidos no
va a ser menguante, al menos en cuanto a la orilla sur del
Mediterráneo.
El presidente originario de Hawai pretendió cambiar el eje de la
acción de Estados Unidos llevándolo del Atlántico al Pacífico y hacer de
la relación China la prioridad estratégica. La contención a la
imprevisible Corea del Norte ha sido una buena prueba de toque de esa
nueva relación especial que ha pretendido tener y en la que no le han
faltado obstáculos. Las manifestaciones de Hong Kong han sido uno de
esos imprevistos que ha tenido que obviar para evitar generar nuevas
tensiones. La sutil referencia a que en Asia-Pacífico está “modernizando
las alianzas para asegurar que otras naciones cumplan con las reglas en
el comercio, la resolución de sus disputas marítimas y la participación
en desafíos internacionales comunes como la noproliferación” pretendía
evitar los problemas diplomáticos que pudieran ocasionar las alusiones
directas.
Marcar la agenda y no ser una superpotencia reactiva y responsable
implica desafiar el orden establecido. Estados Unidos no lo necesita
mientras las cuestiones con Rusia y China no pasen de ser querellas de
fronteras inmediatas. No hay a la vista una competencia global entre dos
potencias. Incitarla no parece tampoco una acción sabia. El
constitucional equilibrio de poderes entre Capitolio y la Casa Blanca no
le permite mucho margen de maniobra con unas Cámaras controladas por
unos rivales ya en campaña. Aún así hay espacio para decisiones
inteligentes –como la tomada respecto a Cuba- y además, en las
cuestiones de seguridad, por su implicación interna y su naturaleza, son
un ámbito donde es posible llegar a acuerdos. A excepción de los muy
circunscritos casos referidos de Cuba, Israel e Irán, la política
internacional queda enclaustrada a un debate de élites, con luz y
taquígrafos, aunque sólo seguido por minorías ilustradas. Siempre que no
se envíen tropas a territorio hostil, momento en el que la opinión
pública comenzaría a ser un actor más del escenario. De ahí que el uso
de drones, con limitaciones y contraindicaciones, se ha visto como la solución a este inconveniente.
El acertar con lo imprevisible va a seguir siendo el trabajo
impensado del presidente y la personal aportación a la estabilidad de un
entorno cambiante, la medida de su éxito en política exterior. La
herencia limita siempre tu margen de maniobra. Ningún líder empieza
desde cero. Pero, como en una tarea propia de Sísifo, el destino juega a
empujar a Obama a retornar siempre al punto de partida. Desde los
tiempos de F. D .Roosevelt las relaciones internacionales han irrumpido
de forma poderosa en la República. Aunque brilla o palidece la
presidencia americana por cómo se maneja cada aspirante con el sueño de
salir adelante por tus propios medios y méritos en una tierra de
promisión más bien alejada del resto del mundo.
Pablo Hispán Iglesias de Ussel es profesor del Master de Relaciones Internacionales de la Universidad San Pablo-Ceu.
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