ELSA CARDOZO
Se han ido cerrando puertas y espacios a los malabarismos
materiales y retóricos con los que el gobierno venezolano salía de sus
atolladeros económicos y políticos o, más bien, estiraba la tela y
corría las arrugas. La mejor muestra de estos días es el tantas veces
pospuesto y tan pobre mensaje presidencial del miércoles pasado. Pero la
tela no da para más y está a la vista de propios y extraños la desnudez
descarada del “Dios proveerá”.
El ambiente internacional, al que
tanto dinero dedicó el régimen, le resta movilidad. Con la falta de
recursos para repartir y de palabra para cumplir, se dejan sentir las
indiferencias y cambios de prioridades, pérdida de crédito y de respeto
entre los supuestos socios estratégicos. Cuba negoció a la calladita su
acercamiento a Estados Unidos, la Comunidad del Caribe también mira con
creciente interés al norte, Guyana presiona sin disimulo ni
consideración sobre el territorio Esequibo, Brasil se concentra en salir
de sus atolladeros económicos y políticos, Rusia no puede y China no
quiere prestar más, los socios de la Opep no comparten las urgencias
venezolanas y una suerte de “cada quien a lo suyo” va borrando del mapa
hasta la retórica de la Alianza Bolivariana. Digamos que las cercanías
de antes se diluyen bajo su signo natal de oportunismo, opacidad e
ineficiencia.
Ahora bien, el agrietamiento del régimen, que la
reciente gira de Maduro pareció diseñada para corroborar y acentuar en
su proyección internacional, no basta para hacer crecer automáticamente
posibilidades y apoyos a un proyecto alternativo, genuinamente
democratizador y sembrador prosperidad. La verdad es que también entre
los opositores al régimen se hicieron visibles desnudeces que la
magnitud de nuestra crisis presente obliga con urgencia a superar.
Si
damos un vistazo a las tribulaciones de los últimos tres lustros no nos
costará reconocer que los momentos en que la oposición, como
alternativa democrática de gobierno, encontró más espacio y disposición a
ser escuchada y apoyada fueron aquellos en los que se presentó, desde
su diversidad, con unos principios y orientaciones comunes. Así fue,
mientras los mantuvo, en las crisis políticas entre abril de 2002 y el
revocatorio de 2004, en la campaña contra la reforma constitucional
intentada y derrotada en 2007 y, especialmente, en los procesos
electorales organizados desde la plataforma de la Mesa de Unidad
Democrática entre las legislativas de 2010 y las presidenciales de 2013.
En
el impacto interior y exterior de las protestas de 2014, más que la
organización opositora, tan fragmentada después de las presidenciales de
2013, pesó el impacto de la brutal represión y su huella de
encarcelamientos, torturas y apresamientos arbitrarios; también, por
supuesto, la falta de compromiso del Gobierno con la palabra
públicamente empeñada en los precarios diálogos.
Ahora, como nunca
antes, al régimen se le agota la tela que cortar, estirar y arrugar,
dentro y fuera del país. No basta ni sirve esperar más desnudez, ajena y
propia. Ahora, como nunca antes, es momento de apoyar y exigir el
cumplimiento del renovado compromiso de concertación entre
organizaciones y liderazgos democráticos en sus principios y modos de
hacer. Son tiempos de hilar fino, en conjunto, no para trajes a la
medida, sino para un nuevo lienzo con la invitación franca a compartir
allí la visión de un nuevo país y las estrategias para materializarlo.
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