El dolor del cambio
Luis
Pedro España N.
Al momento de escribir estas líneas no sabemos aún
qué fue lo que dijo el presidente en su rendición de cuentas a la Asamblea
Nacional. Al momento de usted leerlas sí lo sabremos. Aun así, no hay que ser
ningún adivino para saber que cualquiera sea lo que haya sido anunciado, ello
será incompleto para la magnitud de los entuertos que habría que corregir,
inadecuado para hacerle frente a la situación socioeconómica que tiene por
delante el país y, por sobre todas las particularidades, muy contradictorio,
tal y como ocurre con una acción de política pública que solo pudo sostener sus
inviabilidades gracias al disfrute de gigantescos recursos.
El problema con el discurso político que padece de
delirio autoritario es que efectivamente cree que lo que ocurre se limita a lo
que se anuncia. Suponen que si no “aprueban” devaluaciones, aumentos de precios
o ajustes fiscales estos sencillamente no ocurren, o, por el contrario, que si
anuncian inamovilidades, logros inconmensurables y tránsitos hacia victorias
contundentes, pues, efectivamente así ocurrirá.
Pues no es así. Lo que el gobierno nacional no haya
ajustado, luego de dos años de evasión de lo que ha debido ser su
responsabilidad, será la realidad la encargada de hacerlo de la peor manera
posible, tanto por su brutal aparición, como por su injusta distribución entre
los distintos sectores sociales.
Puede que, como ocurrió, el gobierno a lo largo de
todo este tiempo no oficializado las devaluaciones que acompañan todo sueño
populista convertido en pesadilla. Aun así, el tipo de cambio en la calle es
200 veces mayor al menor de todos los oficiales, los venezolanos se quedan sin
trabajo o ven cómo su sustento se precariza a la misma velocidad que avanza la
pobreza, independientemente de lo que digan o dejen de decir las cifras
oficiales.
Por estudios que están próximos a darse a conocer
sabemos que la situación social de nuestro país se asemeja a las peores que
hayamos vivido. Panorama que será mucho más duro este 2015 el cual, con sus
proyecciones de inflación de más de 100%, hará palidecer lo que pasó con
nuestros indicadores sociales tras los traumáticos ajustes económicos de
finales de los ochenta, la crisis financiera de los años noventa o las
conmociones sociopolíticas que nos hizo pasar la revolución bolivariana en lo
que va de nuevo milenio.
Lo que hoy son colas y estupor frente al
crecimiento de los precios, en términos objetivos y formales será consumo
ínfimo de proteínas y calorías, abandono prematuro de la escuela, aumento de
las muertes que no debieron ocurrir, así como el deterioro continuado de todo
aquello que haya podido ser mejorado tras el boom petrolero claramente
despilfarrado.
Pero lo peor de todo es que este inmenso ajuste,
anunciado o no, será padecido por todos los venezolanos. Asistiremos a uno de
los eventos de empobrecimiento masivo más espectacular del continente sin un
solo mecanismo de atenuación social que permita una distribución más justa de
las cargas. Todo esto habrá de soportarse sin sistemas de protección para
aquellos que, por tener que vivir desde sus propios atributos la crisis social
actual y futura, padecerán sus consecuencias de forma irreversible.
Frente a lo que se nos viene encima, la única forma
de ser optimista, tras este mar de desaciertos u omisiones, es convencernos de
que no podía ser sino así, con este nivel de dolor, la forma de parir una nueva
realidad.
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