Demetrio
Boersner
Venezuela
vive días de tensa expectativa. El país se encuentra al borde del colapso
económico, y crece la desesperación de su sociedad por efecto de la escasez y
la sensación de inseguridad. Por encima de diferencias ideológicas, el pueblo
exige al jefe del Estado algún inmediato anuncio o propuesta que abra
perspectivas, realizables y no demagógicas, de entendimiento nacional.
Entendimiento que deberá abrir las puertas a dos modificaciones fundamentales
de nuestro rumbo actual. En lo económico, ha de significar el abandono del
actual desenfreno estatista y burocrático, y la adopción de un modelo económico
mixto que funda los esfuerzos públicos y privados en una “alianza de cuatro
clases” que incluya a la burguesía productora y dé la bienvenida a inversiones
foráneas útiles para el desarrollo (fórmula esta que aplicaron exitosamente no
solo Lula y Rousseff en Brasil, sino también Evo Morales en Bolivia y Rafael
Correa en Ecuador, aunque pretendan lo contrario). En lo político, es
imprescindible que los insultos, los atropellos y la represión cesen de
inmediato y surja un nuevo clima de pluralismo y respeto mutuo. De otro modo,
sería inevitable un torbellino de creciente violencia que nadie debería desear.
No solo los
venezolanos, sino también el mundo externo –incluidos cada vez más los
izquierdistas ilusos que en el pasado se dejaban deslumbrar por el chavismo–
hoy entienden que nuestro país ha quedado destruido por tres lustros de
demagogia y despilfarro, y que su reconstrucción solo será posible si se logra
el retorno a un consenso nacional. La extrema gravedad de la situación
económica y política venezolana es analizada internacionalmente por entidades
financieras privadas como, por ejemplo, Barclays, que ya manejan el escenario
de un posible “default” o una quiebra del Estado. También es percibida en forma
dramática por prestigiosos observadores internacionales de tendencia moderada o
centrista, tales como Jackson Diehl, director adjunto de las páginas de opinión
del diario The Washington Post. Señala ese comentarista que, entre los
países exportadores de petróleo, hay solo tres que se ven afectados gravemente
por la caída de los precios del producto: son Venezuela, Rusia e Irán, y de los
tres casos, el venezolano es el peor. Rusia tiene dificultades pero saldrá de
abajo porque su pueblo tiene un alto sentido de austeridad y de confianza en su
gobierno. Irán, por su parte, se dispone a efectuar una escogencia racional
entre dos salidas posibles; de “línea blanda” la una y de “línea dura” la otra.
En cuanto a Venezuela, el analista se asombra ante nuestro desastre económico,
administrativo, social y político, y se muestra escéptico en cuanto a
probabilidades de rectificación (W. Post, 18-01-2015).
Sin
embargo, no olvidemos que en la historia de los pueblos los factores objetivos
juegan un papel importante y tienden a predominar en última instancia sobre la
insensatez y la impaciencia de los individuos. Las preocupaciones económicas y
administrativas pueden resultar más fuertes que las intransigencias. En los
últimos días ha surgido sobre el escenario venezolano un nuevo factor, a la vez
objetivo y subjetivo, que podría constituir un elemento adicional de presión
sobre el gobierno. Nos referimos a los gestos de superación de divergencias en
el seno de la oposición democrática: la renovada promesa de una estrategia
unitaria y coordinada entre “electoralistas” y “callejeros” no violentos. Con
ánimo abierto a todas las eventualidades, debemos avanzar de día en día, combinando
la firmeza de principios con la flexibilidad táctica.
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