domingo, 25 de enero de 2015

EL DISCURSO DESPIADADO



Elías Pino Iturrieta 

¿Para qué ponerse a escuchar a Nicolás Maduro, si sabemos de antemano que no será capaz de sorprendernos? ¿Para qué poner las esperanzas en un discurso que las hará trizas, como ha hecho desde su llegada al poder y como hizo Chávez en el pasado reciente? A menos que uno quiera, movido por una patología de escucha de una aparente nada que se ha establecido sin simulación en los últimos lustros, alimentar el hábito inexplicable de dejarse engañar y de solazarse en el engaño.
No se reprochan aquí las carencias oratorias, que en el fondo no existen, sino  la negación de unas palabras oportunas. Ni siquiera se critica ahora el “socialismo del siglo XXI” por la misión en la cual se ha empeñado de destruir a Venezuela, porque se considera sobreentendida tal destrucción partiendo de la rapiña y la incuria de los gobernantes “bolivarianos”, sufrida por la población en general y observada a diario sin esfuerzo por propios y extraños. Solo quiere el escribidor aproximarse a la borrachera de las palabras presidenciales, iniciada por el “gigante” y proseguida por el sucesor, con el objeto de llamar la atención sobre un aspecto fundamental del que ha carecido y debido a cuya falta no se puede esperar un solo milímetro de mudanza en la vida desgraciada que llevamos desde cuando desapareció la democracia representativa. Debido a la ausencia de esos vocablos, precisamente, se explica la aludida hecatombe.
¿Cuál es la carencia de los discursos más prolongados e insistentes del siglo XX y del siglo XXI, pronunciados por el “gigante y por el heredero? La misericordia, como sustancia de las oraciones y como posibilidad de pasar de los sonidos a las obras. La piedad, en cuanto virtud capaz de convertir las peroratas en acciones solidarias. Esas expresiones jamás han salido de la boca de Nicolás Maduro, como no salieron de aquella lengua de Chávez tan negada a la pereza y tan aficionada a los recursos del coqueteo con los destinatarios de su ruido. Fueron reemplazadas por la proposición de una justicia orientada a  fomentar la división de la sociedad y el odio entre sus integrantes abotagados por la demagogia. Fueron sustituidas por la idea de una transformación dependiente de la pugna entre patriotas e imperialistas, entre burgueses abominables y el pueblo angelical, entre los santos del azul firmamento y los representantes de la maldad infernal, en cuya búsqueda se debe pasar primero por un capítulo de emulación en el cual debe borrarse la influencia de los principios de adhesión colectiva que habían sido esenciales para la marcha de la vida por influencia religiosa o debido a los hábitos de los antepasados.
Las vergüenzas a las que ha sido sometido el pueblo, las carestías que lo obligan a hacer infamantes colas para obtener elementos mínimos de subsistencia, o para buscar remedio para la enfermedad y auxilios frente a la muerte, situaciones todas que provocan rubor, escenas todas que llenan de bochorno, ¿no merecen una palabra bondadosa, un acercamiento a la misericordia, aunque  sea para adornar un discurso? El presidente Maduro se va de gira por el exterior y en la retórica del retorno, cuando se espera que diga algo sobre la tragedia que dejó antes de montarse en el avión, sobre el desfile de harapientos multiplicados, solo insiste en la arenga divisionista, únicamente se aferra a la práctica de los insultos y a la estridencia de las amenazas sin manifestar una muestra de pesar por los padecimientos de sus gobernados. Nada nuevo, por supuesto, pese a que podía esperarse una disminución de la diatriba ante la magnitud de los quebrantos populares.
La superficialidad del discurso que generalmente pronuncia el presidente Maduro, semejante a la de su antecesor, puede conducirnos a pensar que se distingue por una vaciedad de fácil digestión que no deja de ser atractiva para los oyentes crédulos, pero no hay tal vaciedad. Sus lugares comunes y sus  referencias bélicas encubren un proyecto de dominación sin paliativos, cuya pista se sigue reflexionando en torno a las palabras que no utiliza, es decir, sobre los males que no está dispuesto a corregir porque, si desaparecen, se le va la vida al orador y a sus compinches.

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