EL ESTRELLÓN
Andrés Hoyos
De repente, la calzada se puso resbalosa y, al pisar el
freno con fuerza, Nicolás perdió el control, y el Ferrari empezó a dar
trompos hasta estrellarse contra un árbol. Maltrecha, Fidelia emergió
como pudo de los escombros del bólido, y una vez afuera se revisó de
arriba abajo. Al ver que al menos estaba viva, dijo:
—Ahí te las apañes, Nicolasito, con tu montón de chatarra. Será hasta pronto.
La
escena anterior describe en forma precisa lo que acaba de pasar entre
Cuba y Venezuela. Ya va quedando claro que sólo Estados Unidos puede
ayudar a Cuba en el mediano plazo, mientras que al chavismo a estas
alturas no le puede ayudar nadie.
Viene a cuento la pregunta del
tribuno liberal colombiano Darío Echandía: “¿el poder para qué?”.
Venezuela la debería tener muy presente. No se suele explicar el
contexto en que Echandía pronunció esta famosísima frase. La dijo en la
madrugada del 10 de abril de 1948, con el cadáver de Gaitán apenas frío y
Bogotá en llamas. Las calles se habían llenado de muertos y el país
estaba desbaratado. En ese momento, en efecto, el poder no servía para
nada.
Mutatis mutandis, como dice el latinajo, no creo que nadie
quiera hoy ocupar el puesto de Nicolás Maduro en Venezuela, por lo que
la fábula de que se cocina un golpe de Estado carece de sentido. Los
chavistas, y los hay astutos, saben que quitar a Maduro de la
Presidencia equivale a sacar la carta que derrumbará el edificio.
Descartado un trasplante de cerebro del presidente por no ser posible ni
siquiera para los mejores médicos cubanos, no queda de otra que rezarle
a José Gregorio Hernández o a María Lionza.
Los opositores deben
hacer una lectura análoga. Está muy bien que quieran ganar las
elecciones parlamentarias —¡para las cuales aún no hay fecha en ese país
destrozado!— y está muy bien que salgan a la calle a protestar en forma
pacífica por la falta de todo lo esencial. En contraste, es mala idea
que quieran ahora el poder, pues equivaldría a ganarse la rifa del
tigre. Parece fundamental que sea Maduro quien tenga que tomar las
medidas más impopulares, lo que de seguro le costará el poder luego.
Alexis de Tocqueville lo explicaba con un aforismo certero: “El momento
más peligroso para un mal gobierno es cuando trata de enmendar sus
errores”, a lo que cabe agregar que a veces ese mal gobierno no tiene
más remedio que intentarlo porque no puede seguir haciendo lo que hacía
antes.
Sin ánimo de devaluar a nadie, la coyuntura está
demostrando que Henrique Capriles es el más dotado de los líderes
opositores venezolanos. Los “salidistas”, en particular Leopoldo López y
María Corina Machado, a lo mejor sean más fogosos, pero Capriles tiene
el cerebro mejor puesto. Don Henrique tiene toda la razón en que ahora
sí llegó la hora de la acción, cuando el chavismo está debilitado y
busca escondederos a peso, no hace un año cuando todavía tenía bríos.
A
diferencia de Cuba, que tiene un futuro capitalista paradójicamente
promisorio, Venezuela antes de mejorar va a pasar por las duras y las
maduras y valga el juego de palabras. No es imposible que el país
termine dolarizado, como Ecuador, en una ironía sangrienta que ya nunca
dejaría dormir en paz en su tumba al locuaz y dicharachero coronel que
estrenó el apachurrado Ferrari por allá en 1999.
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andreshoyos@elmalpensante.com, @andrewholes / | Elespectador.com
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