ADOLFO GARCÌA ORTEGA
Todo ha acabado en París. Han sido dos días atroces: atentado contra Charlie Hebdo,
atentado contra una policía municipal, atentado contra una tienda
judía. Resultado: diecisiete muertos inocentes más tres muertos
culpables.
Como ateo, respeto a los musulmanes, pero no el islam. Respeto a los
judíos ortodoxos o ultraortodoxos, pero no su limitada y complaciente
concepción teocrática de la vida. Respeto a los cristianos, pero no el
cristianismo y su espíritu un tanto mágico e invasivo.
Está demostrado que Moisés es una entelequia colectiva que partió,
quizá, de una persona concreta, tan lejana en el tiempo que es imposible
considerarla algo distinto a un mito (o dos, como Freud nos enseñó con
audacia cuando escribió sobre quién y qué era Moisés).
De Jesucristo se sabe tan poco que es evidente que su figura y sus
palabras forman parte de una invención posterior, debida a los
seguidores fanáticos de una secta de carácter gnóstico con muy poca
cultura (los primeros cristianos).
De Mahoma tampoco se sabe demasiado, aunque los historiadores se
asombran de cómo se ha manipulado su realidad de mercader belicoso y
tribal, feroz legislador e iluminado visionario hasta convertirlo en un
bondadoso líder espiritual de ideas tan simplistas como represoras. En Tristes trópicos
Claude Lévi-Strauss lo definió como “el burdo aguafiestas que separa
las manos de Oriente y Occidente interrumpiendo una ronda que las
destinaba a unirse”.
De las religiones orientales, del budismo en concreto, qué decir
salvo que están hechas para mayor y total anulación del ser humano.
Por tanto, dejo muy claro que no respeto la religión, que incluso la
considero dañina, pero daría la vida para que cualquier creyente pudiera
expresarse y seguir siendo creyente de su fe. Allá cada quien con su
fe, que es como decir allá cada quien con su sentido de la vida y de la
muerte. Pero que jamás se imponga esa fe por la fuerza o la coacción, y
que sea permeable a la crítica. A todo tipo de crítica, incluida la
mofa, la burla y la ridiculización.
Pero los hechos acaecidos en París estos días, como otro similares
que se han producido en los últimos años, tienen por justificación
vengar el honor de Mahoma. Se dice que es un acto terrorista que no
tiene nada que ver con la religión. No lo creo. Tiene que ver con la
religión. Es más: solo tiene que ver con la religión. Quizá se diga eso
para evitar caer en la islamofobia, para no estigmatizar a los creyentes
musulmanes con los que convivimos. Pero no nos engañemos: respetarlos
no significa no poder exigirles una mayor severidad con sus extremistas,
sean estos islamistas o yihadistas. El reto lanzado por el terrorismo
yihadista (que es religioso) es enorme para los musulmanes, que han de
extirpar de su credo y de su mundo las corrientes maximalistas de
carácter violento. Si no, el terrorismo yihadista será la perfecta
coartada para que el islamismo pueda hacer pasar por “moderadas” todas
las ideas, acciones y normativas retrógradas. (El turco Tayyip Erdogan y
su política ejemplifican perfectamente esto). Y nosotros, lejos de
defender valores de libertad, igualdad y justicia, estaremos dando carta
de naturaleza a una ideología represora y coercitiva. Es lo que sigue
sucediendo en nuestro entorno occidental con las corrientes
ultramontanas y ultraconservadoras del cristianismo, batalladoras y
manipuladoras, como bien hemos visto en España en los últimos años, y en
la Iglesia en general, o en las capas de población más cerriles y
mesiánicas de los Estados Unidos.
Por eso, cuando veo en la televisión que determinados intelectuales o
imames salen diciendo que esos asesinos son muy pocos, que están locos o
fanatizados, que no son musulmanes de los nuestros, que no es una
cuestión religiosa y demás argumentos que buscan apartar a los
musulmanes moderados de todo vínculo con el islamismo yihadista, creo
que en realidad están eludiendo una responsabilidad inaplazable: el
hecho de que sí son de los suyos y de que ellos, los musulmanes, han de
ponerse a la cabeza de nuestra sociedad para expulsarlos de su religión y
de nuestras sociedades, de las que ellos, los musulmanes de buena fe,
forman parte y una parte muy identitaria de nuestro ser europeos.Cuando entre los que no son terroristas se oyen argumentos como la recomendación de los castigos físicos a las mujeres, el apoyo a los Hermanos Musulmanes o similares, la demonización de los homosexuales, la exigencia de perseguir legalmente la blasfemia, la justificación del yihad como superación y lucha contra los enemigos del islam, sin evitar la ambigüedad sobre quiénes son esos enemigos, etcétera, se hace un flaco favor a la lucha contra la islamofobia.
Si estoy profundamente en contra del islam, como de todas la religiones, es por una razón de supervivencia. De supervivencia de unos valores y de un pensamiento exclusivamente humanos y no divinos, que arrancan de la Ilustración. Hay una obra teatral de Voltaire titulada El profeta Mahoma o el fanatismo. La obra es de 1741. Ya entonces Voltaire, el mayor azote satírico de su tiempo contra las religiones y sus irreparables daños, escribía sobre Mahoma palabras como las que siguen, sorprendentes por su vigencia: “He aquí tu designio, Mahoma: pretender cambiar la faz de la tierra a tu gusto. ¿Con matanzas y espanto quieres obligar a los hombres a pensar como tú? ¿Saqueas el mundo y pretendes instruirlo? Si por error nos dejamos seducir, si la oscura noche de la mentira ha podido engañarnos, ¿con qué antorchas horribles quieres iluminarnos?”. Y añade Voltaire una respuesta de Mahoma, sin duda literaria, pero no por ello menos simbólica y actual: “Mi ley hace héroes (…) Obedeced, golpead, teñid de sangre al impío y así con su muerte mereceréis una vida eterna”. Estas palabras de Voltaire son casi literales del Corán 8.40: “¡Combatidlos hasta que no exista discordia y la religión única sea de Alá!”.
Se empeñarán en decir que el Islam es una religión de paz. Faltaría más. Pero esto no es totalmente cierto. Es una religión de sumisión y de combate proselitista. En su esencia están el yihad menor y el yihad mayor, sea uno contra los impíos (el resto de la humanidad) y otro contra uno mismo. Dice el Corán 8.67: “No es propio de un Profeta tener prisioneros hasta que haya cubierto la tierra con los cadáveres de los incrédulos”. Estas ideas, en cabezas estrechas, aún más estrechadas por líderes religiosos e intelectuales encubiertos, alimentan la violencia y la venganza. Voltaire lo replica con una dura frase que gustará menos oír hoy en día que entonces, y que es de difícil cuestionamiento, a la luz de la realidad mundial: “Tus lecciones, Mahoma, son la escuela de los tiranos”.
La obra de Voltaire, que fue representada en la Comédie Française 273 veces entre 1742 y 1852, concluye con una idea esperanzadora puesta en boca de Mahoma: “Cuando el hombre sea valorado, mi imperio será destruido”. La fuerza del ser humano está en la inteligencia, en la crítica, en la risa y en la burla. No morirá esa fuerza mientras existan los Voltaire, los Charlie Hebdo y todos los que blasfemamos cada día.
Adolfo García Ortega es escritor.
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