La
bancarrota de Maduro
A
Nicolás Maduro le parece mejor
insistir en una “guerra económica” que agarrar el toro por los cachos
para solucionar la actual tragedia venezolana. Es lo que se desprende de
las “medidas” (¿?) anunciadas,
que no van a ningún lado, y de la insultadera a factores de oposición
con que descarga
su impotencia. Pero no se atreve a tocar ese engendro de expoliación
montado
por Chávez bajo el nombre del “Socialismo del Siglo XXI”. En lo que sí
tiene
razón -en su discurso del viernes 23-, es en señalar a la “oligarquía
parasitaria” como responsable de estos males. Pero, contrario a sus
temores, ésta
no estaría planificando ningún golpe de Estado, pues desde hace años
está muy
bien enchufada en el aparato estatal, gracias al comandante eterno. Así
que a
continuar echándole la culpa al imperio y al capitalismo por el
desastre…
Maduro aspira a que la devaluación del
híbrido SICAD I/II llene los cofres del Estado para poder continuar con sus
prácticas populistas. De ahí su discurso demagógico del miércoles 21,
ofreciendo ampliar la cobertura de distintas misiones y su mención de un
pírrico aumento de un 15% en el sueldo básico, muy inferior a la inflación. Al
informar que seguirá importando alimentos y medicamentos a Bs 6,30/$, anuncia
la intención de continuar controlando precios a niveles artificialmente bajos,
con más corruptelas y mayor desabastecimiento como secuela. Pero si PdVSA
tendrá que reservar unos $10 millardos para cubrir tales importaciones, quedará
poco para vender a la nueva tasa SICAD I/II. ¿A cuánto deberá llegar esta
devaluación para cumplir con los fines fiscalistas de Maduro? ¿A cuánto se disparará
la inflación?
El gravísimo problema económico que
enfrenta Venezuela no obedece a insuficiencias fiscales sino a la destrucción
del aparato productivo durante los últimos 16 años. La economía hoy es mucho
más vulnerable a la suerte del mercado petrolero internacional que antes. El
crudo a $40 el barril no alcanzará para financiar todas las importaciones de
insumos, maquinaria y bienes de consumo, pero tampoco hay como sustituirlas con
producción doméstica. El desabastecimiento y la inflación fueron insoportables
con el barril a $100, ¿qué nos espera este año cuando su precio esté por la
mitad?
Las exportaciones petroleras en 2013
sumaron $87,1 millardos y en 2014 unos $75 millardos. Este año pueden ser menos
de $45 millardos. Pero tampoco es esta la suma que va a ingresar al país. PdVSA
debe pagar primero lo del préstamo chino. Este pago, en 2013, fue por $9,7
millardos. Adicionalmente, el Ejecutivo debe apartar otros $11 millardos para
pagar deuda externa, si no quiere declararse en default, por lo que quedarán unos
$25 millardos o menos para pagar importaciones. En 2012 las compras externas (bienes
y servicios) alcanzaron los $75,3 millardos y en 2013, $70,6 millardos. Con la
contracción del año pasado, habrían cerrado por debajo de los $60 millardos. Adicionalmente,
está la deuda comercial pendiente con proveedores externos, así como los
juicios de empresas foráneas exigiendo indemnización a PdVSA y a otras
instancias del Estado por contratos violados y/o nacionalizaciones apresuradas.
¿Con qué culo se sienta la cucaracha?
Ante tales expectativas, la opción de
financiamiento externo es prácticamente nulo. Ningún organismo internacional,
banco o país, arriesgará $20 millardos o más –que es lo requiere Venezuela para
cubrir su déficit externo- sin exigir el desmantelamiento del sistema de
controles y regulaciones que han destruida a la economía, y sin un compromiso creíble
por equilibrar y sanear las cuentas macroeconómicas. El rating crediticio de
Venezuela ha sido degradado a honduras nunca antes vistas, anticipando un
posible default por simple incapacidad de pago. Las reservas internacionales,
por su parte, están en apenas $20,8 millardos y sólo un 14% de éstas son
líquidas (el grueso está en oro o en Derechos Especiales de Giro). Al encomendarse
a Dios, Maduro confiesa que no tiene idea donde está parado. Le recomiendo leer
a Laureano Márquez: Dios ya proveyó pero no entiende cómo fue capaz
(el gobierno) de dilapidar tanta dicha.
El Presidente regresó de su larga y
costosa gira mundial con las manos vacías. Ni los chinos ni Qatar le van a financiar el enorme hueco en las cuentas
externas, ni Arabia Saudita va a sacrificar cuotas de mercado, regalándoselas a
los gringos y a otros nuevos productores, para apuntalar los precios del crudo.
Queda como recurso que China refinancie sus acreencias con Venezuela, que se
remate CITGO y que se venda la factura petrolera, con fuertes descuentos, adeudada
por los países integrantes de PetroCaribe. Asimismo, debe suspenderse el
desaguadero representado por el blandísimo financiamiento otorgado a estos
países. Pero en el mejor de los casos, todo esto sólo cubriría la mitad de la
brecha, desnudando, además, la desesperación del Ejecutivo.
Pero para Maduro y los suyos, no es lo
económico lo que les quita el sueño. Piensan que con no levantar los controles
ni sincerar la economía, y echarle la culpa al capitalismo por la escasez de
los bienes, se contendrá la fuerte caída en su apoyo político. Las colas,
además, sirven para doblegar a la gente en borregos sumisos dispuestos a aguantar
horas para comprar algunos bienes baratos, “gracias a las bondades del
socialismo”. Les tiene sin cuidado que estos controles han generado la
inflación más alta del mundo, que han procreado una economía corrupta en la
que la reventa de productos o dólares adquiridos a precios irrisorios rinde
mucho más que la actividad productiva. Tampoco parece importarles el ausentismo
laboral que provocan las colas, ni la escasez de insumos para producir por no contar
con las divisas para pagar a los proveedores. Ante la caída en la productividad
y los sueldos reales, venden la ilusión de un abastecimiento a precios que no
cubren los costos. El FMI pronostica que la economía venezolana caerá un 7%
este año.
La respuesta del fascismo gobernante
es prepararse para la guerra contra los venezolanos que protestan ante el
deterioro de su bienestar y luchan por su libertad. La “guerra económica” -una
imbecilidad que solo puede ocurrírseles a ellos-, es la escusa. Así aspiran
canalizar el descontento social hacia los supermercados y abastos privados, a
la “burguesía apátrida” que atenta contra “el pueblo”. Deben perseguir y
encarcelar a gerentes de empresas distribuidoras de alimentos. En este montaje,
Maduro tiene el tupé de proyectarse como víctima, cual nuevo Allende, de una
conspiración de “ultraderecha” (¡!) cuando, en realidad, encabeza una
oligarquía mafiosa de militares, burócratas y boliburgueses, consustanciada con
la economía corrupta que ha fructificado bajo la prédica socialista. Rectificar
la conducción de lo económico impediría que siguieran esquilmando al país.
Contrario a su discurso, Maduro transmite
una imagen de hombre ignorante, cruel y mezquino, que no sabe dónde está parado
pero no le importa, pues cree que basta y sobra con imitar a Chávez y repetir las consignas
huecas acuñadas por sus mentores cubanos. Su talante fascista lo
impela a reprimir brutalmente a estudiantes, a criminalizar la protesta y a no
liberar los presos políticos. Cree que con censurar a los medios, meter preso a
tuiteros e intimidar a periodistas, la gente no se va a enterar. Su cinismo y sus
mentiras han debilitado tanto el liderazgo que hubiera podido tener entre los
suyos que ya no inspira a nadie. Y la torpeza con los ex presidentes
latinoamericanos, de negarle la posibilidad de visitar a Leopoldo López, así
como las ofensas a sus personas, pone de manifiesto que el Socialismo del Siglo
XXI es la Venezuela bárbara de caudillos y montoneras.
Más allá del agravamiento de nuestras
penurias, los venezolanos nos enfrentamos a la perspectiva de una creciente anomia
por la descomposición del régimen, si no se ataja a tiempo este desbarajuste.
Por ello es tan importante el surgimiento de un liderazgo firme de las filas
democráticas, que sea capaz de insuflar esperanzas y aunar voluntades, tanto de
chavistas decepcionados como de no chavistas, con un mensaje claro sobre la imperiosidad
de los cambios necesarios para devolvernos nuestro futuro. Sin
reformas, aunque sea dolorosas, no habrá financiamiento externo y, a menos que
Dios le haga caso a Maduro elevando el precio del petróleo a pesar de la sobreoferta
y la caída de la demanda, nos espera el caos.
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