Carlos Raúl Hernández
Berlin es uno de los pocos pensadores teóricos que entendió en profundidad la contradictoria naturaleza de la política, la odiada reina de la acción humana, comparada con las demás. Por razones de vida o muerte alguien tiene que atravesar con un autobús lleno de gente un río furioso y el puente está a punto de ceder. Un ingeniero hará cálculos sobre el empuje de la masa de agua y la resistencia de los materiales. Los encuestadores enviarán unos muchachos de la oficina a contar cuántas personas creen que deben pasar y cuánta no, y que se haga lo que diga la mayoría. Un politólogo emprenderá una investigación sobre situaciones parecidas para obtener conclusiones. Mientras, el puente se derrumba.
Alguien intuye rápidamente los peligros y las posibilidades, hace el balance y decide arriesgarse. Ese es un político. Con ayuda de una diosa esquiva, la Fortuna, los “buenos” líderes aciertan más que se equivocan, o presentan un balance aceptable, aunque Churchill chanceaba que el éxito es la capacidad de ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo. Los “malos” políticos ocasionan grandes daños a la ciudadanía. Siembran el camino de pifias o se quedan en él.
La diferencia weberiana entre el político y el científico es la misma que entre el que sabe boxear y el que sabe de boxeo, entre el campeón mundial peso pesado Vitali Klichtsko y Don King. Y más allá, el público siempre tiene ideas geniales sobre lo que deben hacer en el ring: “¡en el hígado!”, “¡búscale la ceja!”, “¡túmbale los brazos!” (algunas muy escuetas: ¡mátalo!). Y desdichado del boxeador o el entrenador que las oiga y abandone su estrategia. Al final no importan los vítores a lo largo de los quince rounds, sino ganar la pelea. Eso recuperará el amor de los fanáticos, como hizo Cassius Clay en el combate de Suráfrica a partir del octavo asalto (la misma traza de Dicky Eklund, el que tumbó a Sugar Robinson en la película El boxeador).
Las clases medias altas y los intelectuales consideran la política un oficio vil, sin calificación sabia, digna de buenos para nada. Con gran facilidad le adjudican a los políticos y los partidos las miserias que pertenecen a la condición humana. Señoras que ponen cuernos, mecánicos tracaleros, profesores piratas y estudiantes vagos, dicen que “la política es sucia”. Hay múltiples razones, entre otras que los políticos están sometidos al escrutinio y sus defectos son de conocimiento público, suficiente razón para odiarlos. Pero hay otra de fondo. Leí hace poco en relación con la teleaudiencia en EEUU, que cuando aparece un líder en pantalla, padres o madres de grupos educados y altos tienden a descalificarlo porque sienten competida su autoridad frente a la familia.
Hay una diferencia abismal, además, entre la “lógica civil” y la “lógica política”. La primera es emocional, episódica, pugnaz y moralista, y la segunda es racional, estratégica, negociadora y pragmática. Los políticos deben decidir sin pasión lo que conviene, conjeturar las consecuencias, prefieren acuerdos en vez de conflictos, -como prescribía Tzun Tzu-, y hacen a veces lo que escandaliza la moral. Se escribió que el Comando aliado en la Segunda Guerra ordenó a los jefes de la resistencia en Francia engañar a sus mujeres agentes con que la invasión sería por Calais, ¡y luego propiciar que algunas cayeran en manos de los nazis! Como se sabía que las mujeres preferían morir en la tortura que delatar, cuando algunas gritaban ¡Calais!, en espeluznantes suplicios, la Gestapo se convenció.
Deberían estudiar el proceso electoral que culminó el 26-S-2010. A mediados de 2009 había decaído en el liderazgo opositor la idea de que la unidad era necesaria, pero logró sobrevivir y se impuso. Encuestadores, “analistas” y líderes importantes pensaban que era un mito nocivo que impedía configurar un “tercer polo”, reclamo popular, según decían los encuestadores que “decían” los números. Inventaron los NI-NI y la maniobra de presionar primarias para la elección de todos los cargos en juego, complementada con demandas judiciales y la declaración de un patriarca exchavista para llevar la MUD al callejón. Suponían que la opinión pública sería susceptible a los designios de esa artimaña, se desquicia cuando la MUD lanzó el bloque de candidaturas. La nueva estratagema es ahora trabajar para la derrota opositora el 26-S, desbaratar los partidos y que aflorara “el nuevo liderazgo”. La MUD ganó con 52% a 48% por ignorar esas genialidades estúpidas. (Domingo 24, 11 am, quemaremos en Plaza Brion un sorprendente Judas)
No hay comentarios:
Publicar un comentario