Las miserables vallas son un reconocimiento de que no habrá nada qué mostrar
Cuidado! A este hombre no se le puede subestimar. El país conoce la astucia de Chávez y su absoluta carencia de escrúpulos: aunque haya despilfarrado doce años balbuceando extravagancias, no es improbable que el electorado vuelva a caer en sus trampas. Sobran las evidencias de la excesiva volatilidad de la opinión pública venezolana, susceptible a las mentiras estrafalarias de su predicador más eficiente. Las maquinarias propagandísticas no siempre persiguen que sus auditorios crean firmemente los mensajes diseñados para manipularle: les basta apenas con sembrar la duda.
Sería penoso que el viejo truco de la victimización del Presidente también le rindiera provechos en esta oportunidad. A vuelo de pájaro -y viendo las cosas desde el prisma de una situación normal-, cualquiera negaría de plano el potencial de una falsedad como la que muestran las vallas distribuidas por todo el país. Ese "¡déjenlo trabajar!" -expresión de la deshonestidad y la desvergüenza- no es, en modo alguno, desestimable. La revolución conoce bien la flacidez de al menos un segmento de la opinión pública, a cuyo escrutinio le ha dedicado tiempo y observación minuciosa. La nomenclatura conoce la banalidad y la benevolencia de los públicos hacia donde se dirige: de ellas se sirve para construir sus coartadas.
La anticipación de la campaña electoral del oficialismo procura ganar tiempo para repetir mensajes que buscan convertir sus farsas en "verdades perceptuales". Las batallas políticas se ganan justo en el terreno de las percepciones. En este instante, no le son favorables a Chávez: en el país gravita un aire de cambio que conspira contra su reelección. Sin embargo, no hay realidades estancas en ese plano gelatinoso de las percepciones.
Es cierto que ningún presidente ha disfrutado del poder y los recursos que el comandante ha administrado con irresponsabilidad estrambótica, a lo largo de casi tres lustros de los de antes. Si estuviéramos en otro contexto, las excusas y pretextos no tendrían ninguna cabida. No obstante, ésta es otra coyuntura: la ineficiencia del "proceso"- y su escandaloso desdén frente a los problemas de la gente- han terminado relajando los criterios de evaluación. Frente a esta negligencia sin precedentes, un friso, un pequeño arreglo ornamental y unas cuentas "primeras piedras", podrían ser útiles para manipular a gusto las expectativas.
Es un hecho: el gobierno no mejorará su gestión en los veinte meses que le quedan. El fracaso de su esfuerzo por construir obras ya es una convicción. Las miserables vallas son un reconocimiento de que no habrá nada qué mostrar; de que los venezolanos no tendrán a la mano nuevos motivos para refrendarle un otro cheque en blanco y de que el objetivo de la propaganda sólo está dirigido a disimular la estafa.
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