Mario Vargas Llosa y la conspiración de los intelectuales
Fernando MiresDomingo, 24 de abril de 2011
¿Sabrán esos desdichados escritores lo que significa ser liberal? ¿O sólo repiten lo que escuchan de los teóricos anti-liberales que despotrican sin cesar en contra del liberalismo?
Pocas veces un discurso ha sido esperado con más expectación como aquel pronunciado por el Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa con motivo de la inauguración de la Feria del Libro en Buenos Aires el 21 de Abril de 2011. Las razones de la expectación, como es sabido, no fueron de índole literaria sino política, y esas razones –también es sabido- no las impuso Vargas Llosa. Las impuso un grupo de intelectuales argentinos – más gobierneros que gobiernistas- cuyo propósito no era otro que clausurar la voz del brillante intelectual peruano.
l.-Si no hubiera sido por la cordura o sentido político de la señora Presidente, Cristina Fernandez, Mario Vargas Llosa habría sido censurado, violado su elemental derecho de expresión y su dignidad humana definitivamente atropellada.
Cristina Fernández, sólo al hacer lo que no podía dejar de hacer como Presidenta, salvó a la Argentina de una enorme deshonra. No obstante, la actitud de esos escritores –tal vez envidiosos censores de la palabra bien escrita- permanecerá en el recuerdo como uno de esos hitos que señalan las dimensiones que puede alcanzar la barbarie entre quienes, quizás alguna vez en su vida, soñaron con un mundo mejor y hoy conforman, desde un punto de vista cultural, la parte más cavernaria del continente. Esos intelectuales (escribo sin comillas) al intentar defender a la nación de un supuesto enemigo, han manchado la honra y el orgullo de una cultura nacional que en algún momento llegó a ser admirable, y no sólo en un sentido futbolístico.
No estoy hablando de cualquier gente, de ningún perico de los palotes. Estoy hablando nada menos que del director de la Biblioteca Nacional de la República Argentina, el señor Horacio Gonzáles, cargo que alguna vez ocupó el gran J. L. Borges a quien el Sr. Gonzáles si hubiera podido habría silenciado sin misericordia. Estoy hablando de personas que han alcanzado cierto reconocimiento en las letras como el Sr. José Pablo Feinman –quien adujo extrañas razones “izquierdistas” en contra del escritor peruano- o de quienes durante el actual gobierno ocupan puestos de responsabilidad pública. Estoy hablando, en fin, de otros desdichados intelectuales a quienes no tengo el dudoso gusto de conocer.
¿He de sorprenderme? Vivo en un país –Alemania- en el cual una gran parte de la intelectualidad más escogida, incluyendo a mi tan admirado Martin Heidegger, no pudo resistir las llamadas de sirenas del nazismo. En un país, donde mis tan admirado Bertolt Brecht, no pudo resistir las llamadas de sirenas del estalinismo. Pero, pesar de todo, todavía me sorprendo. Tanto los unos como los otros inclinaron la cabeza, fascinados por la omnipotencia del poder. Pocas veces, en cambio, he sabido de intelectuales que después de haber emitido una opinión en una nación donde no impera ninguna dictadura, la cambien en cuanto el gobierno al que pretenden halagar les exige hacerlo. Yo hubiese al menos esperado una crítica fundamentada, por muy dura que hubiera sido, en contra de Vargas Llosa. Algo digno de ser polemizado. Pero no: nada. Ni para defender lo que piensan tuvieron bolas. Esa es la razón por la cual, ideologías a un lado, los intelectuales los cortesanos del poder –izquierdistas y derechistas- detestan a Vargas Llosa. Lo detestan como sólo la mentira sabe detestar a la verdad.
Pero más allá de cualquiera legítima indignación, la “reaccionaria reacción” porteña tuvo al menos la virtud de revelar algunos hechos que parecían no existir. El primero fue saber que hay escritores a quienes todavía nadie les ha informado que la llamada Guerra Fría terminó hace tiempo. Un segundo hecho fue mostrar abiertamente los tópicos de los cuales se sirve la izquierda ideológica para atacar al afamado escritor. Quiero decir: la reacción del grupo argentino es un documento histórico que, como tal, permite analizar la textura ideológica de una fracción de la llamada izquierda intelectual no sólo argentina sino, además, continental. Valdrá la pena, por lo tanto, detenerse en ese segundo hecho.
Si intentamos agrupar las opiniones vertidas por los intelectuales de marras, es posible hacer la siguiente clasificación (la que como toda, será incompleta y provisoria).
1) Los sectarios, quienes adujeron que Vargas Llosa no debía hablar porque es un liberal derechista
2) Los ultranacionalistas, quienes estimaron que Vargas Llosa había ofendido a la nación argentina.
3) Los populistas quienes afirman que Mario Vargas Llosa está en contra de los gobiernos populares de América Latina, incluyendo el argentino.
4) Los acomodaticios (creo que es la fracción mayoritaria) quienes afirman que respetan e incluso admiran al escritor, mas no al político Vargas Llosa.
ll.-Para seguir el método de Drácula, vamos por partes.
Los que negaron el derecho a la palabra de Vargas Llosa por su condición de “liberal” aplican el título de liberal como estigma, lo que de por sí es un absurdo. ¿De cuando acá ser liberal es un delito? ¿En que cabeza puede caber la idea de que quienes no son socialistas o peronistas deben ser silenciados? Vargas Llosa, como cada uno de nosotros, tiene todo el derecho del mundo para ser liberal o conservador, izquierdista o derechista, y si así lo estimara, mormón o masón, y nadie que no viva en Cuba o en Corea del Norte debería intentar cerrarle la boca por esos motivos. Al llegar a este punto cabe preguntarse ¿sabrán esos desdichados escritores lo que significa ser liberal? ¿O sólo repiten lo que escuchan de los teóricos anti-liberales quienes desde bien dotadas instituciones internacionales despotrican sin cesar en contra del liberalismo (o neo-liberalismo) extendiendo el término para designar a todos aquellos que no apoyamos a ninguna dictadura? Incluso, si así fuera, erraron el tiro. Porque todos esos anti-liberales, o son economistas de profesión o argumentan de modo economista. Pero a Vargas Llosa le otorgaron el Premio Nobel de literatura, insensatos. No el de economía. Y si Vargas Llosa es liberal, no es un liberal económico sino uno político. Liberal, es decir, alguien que asume el partido de la libertad.
Gracias a su liberalismo político, Vargas Llosa ha sabido pronunciarse en contra de todas las dictaduras que hubo y hay en Latinoamérica. Nunca, y esa es una diferencia entre él y el grupo argentino que lo agredió, dividió a las dictaduras en buenas y malas. El liberalismo de Vargas Llosa es, para decirlo de modo breve, sinónimo de democracia.
¿Sabrán los inquisidores literarios que el liberalismo no es una doctrina opuesta al socialismo sino su antecesora? El liberalismo, efectivamente, es al socialismo en política lo que en la religión es el judaísmo con respecto al cristianismo, o lo que en la cultura el mundo griego con respecto al latino. Los primeros socialistas fueron liberales convencidos y el socialismo habría seguido siendo lo que fue hasta las dos primeras décadas del siglo XX- una prolongación moderna del liberalismo- si es que no hubiera sido envilecido por los estalinismos, los maoísmos, los castrismos y otros ismos. Vargas Llosa, en cambio, ha optado, tanto en la política como en la literatura, continuar el trayecto de las tradiciones liberales traicionadas por la izquierda totalitaria. En otras palabras: Mario Vargas Llosa, más que un liberal ha sido siempre un libertario. Un defensor radical de esas libertades que quisieron conculcarle en Buenos Aires, libertades que tanta sangre ha costado obtener. Las mismas libertades que sus enemigos intelectuales odian, pero de las cuales, y hasta el exceso, profitan.
Los ultranacionalistas, en segundo lugar, aducen que el intento de veto a la presencia de Vargas Llosa en la Feria del Libro resulta del hecho de que el escritor ha agraviado a la nación. Creo que en ese punto es poco lo que hay que decir. Vargas Llosa nunca ha dicho nada en contra de Argentina, todo lo contrario. Si por una nación latinoamericana tiene Vargas Llosa un enorme respeto, es por Argentina, y no ha perdido ocasión para manifestarlo. Aquello que sí ha llevado a cabo el escritor es una fuerte crítica al gobierno de ese país, y eso es algo muy, pero muy distinto.
Un gobierno, a diferencia de lo que piensan los tenaces enemigos del Premio Nobel, no es la nación. Un gobierno es sólo la representación política temporaria de una nación en el Estado. Por lo tanto, el hecho de confundir gobierno con nación revela, más que ningún otro dato, el talante totalitario de algunos intelectuales argentinos. De ahí a decir que Gobierno, Estado, Nación, y Presidente constituyen una unidad indisoluble, hay un sólo paso. “Un pueblo, una nación, un líder” fue, como se sabe, una de las principales consignas del nazismo, la que por su enorme grado de efectividad ha sido adoptada por todas las dictaduras del mundo.
No deja ser interesante constatar que quienes defienden la posición ultranacionalista son intelectuales que se dicen de izquierda. Pienso que esta es una anomalía esencialmente argentina. En la mayoría de las naciones las posiciones ultranacionalistas son defendidas por ultraderechistas. Pero para saber por qué en Argentina izquierdismo y ultranacionalismo son coincidentes, habría que realizar estudios sobre la historia del peronismo, y este no será el momento para realizar tan titánica tarea.
Pasemos ahora al tercer grupo del partido anti-vargallocista: los intelectuales populistas.
No nos olvidemos, estamos hablando de la nación más populista del planeta. Y por cierto, los intelectuales, seres humanos al fin, también han asumido la condición populista apelando al mágico pueblo cada vez que pueden. No obstante, en un sentido restringido, populista no es quien habla del pueblo sino más bien quien instrumentaliza la noción de pueblo. Y al llegar a este punto hay que decir que pocas veces ha sido presenciada una instrumentalización más descarada de la noción de pueblo que la utilizada por esos escritores que intentaron acallar a Vargas Llosa, aduciendo que el peruano ha atacado a los gobiernos populares del continente.
Ahora, yo no sé que significa gobierno popular desde el punto de vista novelístico o poético, pero sé –asunto profesional- lo que significa desde un punto de vista politológico.
Popular es, no puede ser de otra manera, cualquier gobierno que cuente con más partidarios que sus adversarios. La popularidad, y tampoco puede ser de otra manera, es un asunto de números, no de ideologías ni de autodesignaciones. Pongamos un ejemplo: Con toda seguridad los intelectuales argentinos que atacan a Vargas Llosa piensan que Hugo Chávez en Venezuela es más popular que José Manuel Santos en Colombia. Mas, de acuerdo a las últimas encuestas, a Santos lo apoya más del 60% de la población y Chávez no alcanza el 40%. Es decir, Santos es, desde un punto de vista político, mucho más popular que Chávez. ¿Ha criticado alguna vez Vargas Llosas a Santos? Jamás. Eso significa que si Vargas Llosa ha criticado a algunos gobiernos no es porque sean populares sino por el simple hecho de que al interior de ellos se abrigan tendencias autocráticas, militaristas, e incluso dictatoriales.
Cabe al respecto, introducir una breve acotación. ¿Saben ustedes quien ha sido el gobernante más popular de toda la historia de Europa? Adivinen. ¿No saben? Los voy a ayudar un poco. Su nombre es Adolf. Su apellido es Hitler.
Pero Vargas Llosa no deja a sus enemigos en paz. Ahora ha anunciado que en las próximas elecciones votará por el candidato de la izquierda nacionalista de su país: Ollanta Humala. Y los intelectuales de la derecha latinoamericana ya lo están atacando en el mismo tono que los de izquierda ¿Cuándo alcanzaremos-me pregunto- aquel grado mínimo de civilidad que permita entender que cada uno es dueño y libre de votar por quien quiera sin que por eso deba ser condenado, insultado o silenciado?
He dejado para el final mis referencias a los acomodaticios, vale decir, aquellos que tratan de salir elegantemente del paso señalando que Vargas Llosa es un gran escritor, pero desde un punto de vista político, un ser abominable. Lo mismo, por cierto, se dijo antes de J. L. Borges y, sobre todo, de ese enemigo mortal de toda dictadura que fue Octavio Paz.
Por cierto, que el arte de un escritor pueda ser distinto a su ideología, es algo muy frecuente. Para poner algunos ejemplos, Louis- Ferdinand Céline fue un fascista a toda prueba, lo que no le impidió ser un escritor inmenso. Pablo Neruda fue estalinista, y sin embargo estoy convencido de que jamás el verso castellano ha estado más cerca del cielo que bajo el influjo del gran poeta. Podemos llenar cuartillas con ejemplos parecidos. No obstante, analizando el caso Vargas Llosa se puede concluir que entre el hombre literario y el político las diferencias son mínimas.
Ya sea en su literatura como en su vida política, Vargas Llosa –hay que reiterarlo- ha estado siempre en contra de toda dictadura. Ni en uno ni en el otro nivel se ha pronunciado a favor de la explotación humana, de la discriminación a las mujeres o de cualquier acto criminal cometido por algún gobierno, sea real o imaginario. Más aún, desde el punto de vista literario hay pocos autores que han mantenido un compromiso social tan intenso y constante como Vargas Llosa ¿Dónde se encuentra una radiografía más profunda de la cultura machista y militarista que en la Ciudad y los Perros? ¿Dónde ha sido mejor revelada la descomposición moral de una oligarquía que en Conversación en la Catedral? ¿Quién después de José María Argüedas (Los Ríos profundos) ha tratado con tanta sensibilidad el tema de los pueblos indígenas como Vargas Llosa en El Hablador? ¿Quién ha mostrado con mayor destreza la miseria social y cultural de los pueblos andinos como Vargas Llosa a través de las peripecias del sagaz cabo Lituma? ¿Quién ha entendido mejor las rebeliones populares como cuando estudiando con manía historiográfica noveló el movimiento de los canutos en esa obra monumental que es La Guerra del Fin del Mundo? ¿Cuál escritor latinoamericano ha entendido mejor los orígenes históricos del feminismo como Vargas Llosa en la Flora Tristán del Paraíso a la vuelta de la esquina? ¿Dónde se muestra de modo más detallado la monstruosidad de los dictadores centroamericanos que en el Trujillo de La Fiesta del Chivo? ¿Cuál escritor de izquierda se ha esforzado en reconstruir la horrorosa historia del colonialismo europeo de un modo tan prolijo como Vargas Llosa en El sueño del Celta?
No, estimados escritores nacionalistas, izquierdistas, derechistas, populistas y acomodaticios. A Mario Vargas Llosa nadie le regaló el Premio Nobel. Lo ganó con una constancia, con un talento y con una integridad personal, que ustedes, aunque lo lapiden, nunca, ni en sueños, alcanzarán.
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