FERNANDO MIRES
Una de las dificultades que impiden a algunos
analistas entender la nueva política internacional de los EE UU reside en el
hecho de que muchos de ellos piensan con categorías de la Guerra Fría. Pocos
han captado que el fin de esa guerra no ocurrió como resultado de una derrota
militar del comunismo sino como consecuencia de su subdesarrollo en la ciencia,
en la técnica, en la cultura, en la política, en fin, en las ideas.
La Guerra Fría fue una guerra armada pero también
una guerra de ideas. No olvidemos que los partidos comunistas europeos y los
cientos de intelectuales que los apoyaban eran portadores de una utopía fundada
en una supuesta ciencia universal, el marxismo.
Según Antonio Gramsci la victoria del socialismo
solo podía ser lograda gracias al triunfo de las ideas socialistas. Los
intelectuales socialistas derrotarían a los del capitalismo, ese era su
convencimiento más profundo.
En un punto Gramsci estaba en lo cierto. En
política la razón de la fuerza no puede imponerse a largo plazo sin la fuerza
de la razón. Donde evidentemente Gramsci se equivocó fue en su creencia -en el sentido religioso del término- de que
las ideas socialistas eran superiores a las demás.
Mérito de Gramsci fue entender que, para que
tuviera lugar una lucha de ideas, era necesario aceptar la existencia de un
espacio democrático. Lo que no logró entender fue que la creación de ese
espacio significaba de por sí una derrota de las ideas representadas por el
socialismo de las dictaduras estalinistas. Fue – qué ironía- la aceptación de
ese espacio la razón que llevó al PC italiano a romper con el marxismo
soviético. Así, el triunfo final de los intelectuales disidentes sería el de
las ideas democráticas anti-soviéticas. La derrota hegemónica del comunismo
precedió a la caída del muro.
Recordar hoy esos momentos tiene importancia. Si
analizamos la actual política internacional de EE UU podremos observar como
Obama ha asumido no pocos elementos objetivamente gramscianos. Pues así como
Gramsci creía en la superioridad de las ideas socialistas, Obama cree -en el sentido no religioso del término- en la
superioridad de las ideas democráticas. Al igual también que el filósofo
italiano piensa en que una dominación militar sin hegemonía de las ideas está
destinada al fracaso (de hecho, fracasó durante Bush) Y no por último, Obama
sabe que sin la creación de un espacio de diálogo con sus potenciales enemigos,
no puede haber guerra de ideas.
Si pensamos a partir de la lógica de la guerra de
las ideas, podemos entender mejor el momento que llevó a Obama a acercarse a
Cuba. Esa decisión fue tomada cuando el
régimen de los Castro ya no contaba con apoyo de ideas ni fuera, ni dentro del
país. Habiendo perdido en la guerra de las ideas, perdió su legitimación
política continental y nacional. Lo otro vendrá después. El régimen venezolano
deberá seguir el mismo camino. Cada vez está más aislado del mundo.
PS. La relación entre Obama y el pensamiento gramsciano no es especulativa. La obra central de Joseph Nye, Jr., Soft Power (2005), está basada en una reconstrucción del pensamiento gramsciano aplicado a la política internacional. Nye fue asesor de Clinton y hoy es uno de los expertos más influyentes en la administración Obama
No hay comentarios:
Publicar un comentario