MILAGROS SOCORRO
El martes de esta semana, Pompeyo
Márquez, nacido en Ciudad Bolívar, el 28 de abril de 1922, cumplió 93
años. Las deficiencias renales lo empujan varias veces a la semana a la
diálisis y su autonomía de desplazamiento se ha visto reducida, al punto
de que con frecuencia opta por moverse en silla de ruedas, pero todos
los meses escribe seis artículos: una columna semanal para el diario Tal
Cual y una quincenal, para Últimas Noticias. Todo el tiempo recibe
estudiantes que vienen a consultarlo para tesis y monografías, y no se
sabe que se haya negado a conceder una entrevista. ¿Cuál es el secreto?
Me lo dijo en la víspera de su cumpleaños: “tener convicciones y
principios”. Ni sus enemigos acérrimos podrán negarle esta cualidad.
La fotografía que acompaña esta nota
figura en los archivos de la Fundación Fotografía Urbana. Fue tomada por
Vasco Szinetar en 1999. Pompeyo tenía 77 años y exhibía esa vitalidad
que la imagen recoge, lo mismo que un aire de bondad, curiosidad y
serenidad también explícitas en el retrato. Pero no había que
equivocarse con él. Sus adversarios han topado siempre con una muralla
de granito, porque bajo las guayaberas que constituyen su indumentaria
habitual hay un formidable yacimiento de valentía, coherencia, claridad
política y persistencia, con la ventaja adicional de que no acumula
rencores.
Muchos amigos y compañeros de lucha
política han hecho elogios de Pompeyo Márquez. En sus Memorias, Américo
Martín, por ejemplo, traza un breve semblante con sus impresiones sobre
Pompeyo incluso antes de verlo por primera vez. “Yo no conocía a
Pompeyo, pero había oído hablar de él. Se sabía que era un dirigente muy
estudioso, íntegro y amplio. Cuando más tarde, derrocada la dictadura,
hablé con él, pude agregar a los méritos que universalmente se le
reconocían, su llamativa bondad, comprensión y tolerancia. Pompeyo era
pues un líder natural”.
Este es la tónica generalizada entre
quienes lo han conocido de cerca. Lo asombroso es que incluso alguien
que lo persiguió por años lo describió también en términos que refuerzan
su leyenda. Miguel Silvio Sanz, conocido como mano derecha de Pedro
Estrada, jefe de la policía política de Pérez Jiménez, en fin, esbirro
de talante cruel, fue entrevistado por José Suárez Núñez, en 1972,
después de que el temible torturador saliera de la cárcel. En esa nota,
publicada por la revista Élite, Suárez Núñez le pregunta a Sanz por qué
la Seguridad Nacional “nunca pudo capturar a Pompeyo Márquez”.
“Porque Pompeyo”, responde Miguel Silvio
Sanz, “pertenecía al Partido Comunista, que era una organización de muy
poca gente en esa época, y tenían instrucciones de resistir hasta tres
días para poder decir la ‘concha’ donde tenían sus imprentas,
multígrafos o alguno de sus hombres. Llegaban al sufrimiento físico de
la exageración y nunca delataron y ese es el motivo que nunca pudimos
detenerlo. Aunque eran un partido más pequeño que Acción Democrática,
nos dieron más dolores de cabeza que Acción Democrática”.
Quien tenía escondidas las imprentas y
multígrafos era, precisamente, Santos Yorme, alias de Pompeyo en los
tiempos de la resistencia, quien no solo mantuvo a buen resguardo la
tecnología sino que siguió publicando los órganos informativos del
partido comunista de Venezuela, aún en las condiciones más adversas. De
paso, es pertinente señalar que, con esta declaración, Miguel Silvio
Sanz reconoce haber infligido “sufrimiento físico hasta la exageración”,
de manera que quienes enfrentaban la tiranía corrían riesgos muy
ciertos. Y Pompeyo Márquez fue uno de ellos.
En la cabeza de Chávez. En
1999, cuando Vasco Szinetar hizo este retrato, Hugo Chávez tenía pocos
meses en el poder. Y ya tenía en Pompeyo Márquez un antagonista de
fuste. Ya a comienzos de 2002, Pompeyo describió de la siguiente manera
la actitud de Chávez:
“La de un autócrata
que tiene todos los poderes en sus manos y diseña las leyes según su
capricho y, lo que es más grave, con un total desconocimiento del país.
Chávez cada día da demostraciones de que no conoce la historia política
del país y dice unas cosas que, para decir lo menos, causan risa. La Ley
de Tierras, por ejemplo, evidencia que no tiene idea de lo que es el
campo venezolano hoy, cuando hay más obreros agrícolas que campesinos
sin tierras. Luego, unas leyes elaboradas en un laboratorio, a espaldas
del país y esos anuncios: ‘ahora viene la bichita, y lo que viene es
candanga con burundanga’… ¿Qué logra Chávez con eso? Pues una gran
desinversión. Si tenías mil millones de bolívares y te anuncian que lo
que viene es candanga con burundanga, ¿vas a invertir? No lo creo. Y,
por último, impone una reducción del área de cultivo que sólo traerá más
importaciones. Así que el gran patriota, el gran nacionalista, actúa
para favorecer a los importadores y a las agriculturas de otros países,
que ahora nos inundan a nosotros. […] En la cabeza de Chávez no cabe la
palabra consenso porque tiene una mentalidad militar; él no es un
demócrata, cree que Venezuela es un cuartel. Y ni siquiera percibe los
mensajes que le envía Fidel Castro, quien dijo, en el Aula Magna: ‘no
existen condiciones en la actualidad para hacer una revolución a la
cubana’”.
La respuesta a estos serios
señalamientos, por parte de muchos antiguos compañeros de ruta que se
unieron al chavismo, muy rara vez ha sido frontal. Y jamás ha apuntado a
rebatirlos. Lo común es que le apliquen las mismas etiquetas que
reparten entre todos los opositores. En 2004, también en entrevista,
aludió a este hábito. “Yo me río cuando dicen: ‘Pompeyo ahora anda con
la oligarquía’. En el 57 nos unimos desde La Charneca hasta el Country
Club y sacamos al tirano. Ahora me uno con todo aquel que enfrente la
autocracia y quiera un destino mejor para Venezuela”.
Y al preguntarle si él mismo sentía ese
odio del que señalaba a Chávez, respondió sin titubeo: “Jamás he sentido
odio. Ese es el sentimiento más negativo y estéril que puede haber”.
“Jamás me he entregado”. Pompeyo
Ezequiel Márquez Millán está en política desde el año 1936, cuando,
siendo un liceísta de catorce años, se inscribe en la Federación de
Estudiantes de Venezuela. De ese mismo año data sus militancia comunista
y sus inicios en el periodismo como reportero, editor, vendedor de
periódicos y columnista. Ha sido parlamentario, ministro y ha ejercido
funciones diplomáticas.
En 1994 fue nombrado, por el presidente
Rafael Caldera en su segundo gobierno, ministro de Estado para el
Desarrollo de Fronteras, despacho en el que estuvo hasta 1999, cuando
posó para esta fotografía.
Cuando tenía 82, quisieron insultarlo
desde el chavismo llamándolo viejo. Esta fue su respuesta: “Alguien me
dijo que ya los años me están pegando… me declaré peregrino de la paz.
Yo quiero la paz para mi país. No quiero vivir mis últimos años en un
país confrontado, lleno de violencia. Y haré lo que tenga que hacer para
impedir una situación de violencia. Cómo haría yo para convencer a
todos de que en una gran confrontación pierde la Patria y no gana nadie.
La ruta a seguir no es la guerra sino la pelea, que es muy distinto. Yo
jamás me he entregado. Y le recomiendo a mis compatriotas que no se
entreguen. Mi vida ha sido una lucha desde los 14 años, tengo 82 y sigo
luchando. La unión y la organización para la lucha es una fórmula
imbatible. Por eso es que estoy tan tranquilo con respecto al destino de
Venezuela”.
Esta semana, cuando arribó a los 93,
aseguró que en Venezuela ”se está cerrando un ciclo histórico con estos
16 años de fracaso chavista. Y se abre un nuevo ciclo de República cicil
democrática”.
–Yo nunca pierdo el optimismo –remató–. Ni en una situaciónn tan difícil y complicada como la actual.
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