Sepp Blatter: ¿bufón o Don Blatterone?
JOHN CARLIN
A Sepp Blatter le gusta referirse al organismo que preside como “la
familia FIFA”, lo que animó a un periódico de su Suiza natal a llamarle
“el padrino, Don Blatterone”. La cuestión hoy es si Blatter, como
presidente de la FIFA desde 1998, es el astuto capo di tutti capi
de una maquinaria mafiosa de cuello blanco que maneja miles de millones
de euros que genera el fútbol internacional o si, a sus 79 años, es lo
que aparenta ser, un abuelo despistado con tendencias bufonescas que no
se entera de las fechorías de los corruptos que le rodean.
David Yallop, autor de un libro sobre la FIFA llamando “¿Cómo se robaron la Copa?”, escribe que Blatter “tiene 50 nuevas ideas cada día, 51 de ellas malas”. Entre las más conocidas: agrandar las porterías para que se metan más goles; que las mujeres futbolistas se vistan “con pantalones cortos más apretados y camisetas con mucho escote”; proponer que durante el Mundial de 2022 en Qatar, país donde la homosexualidad es ilegal, los aficionados gays se abstengan de cualquier actividad sexual.
Se podría llenar un álbum con sus payasadas o salidas de tono. Lo que también es vox pópuli, y más desde la redada del miércoles en la que la policía suiza detuvo a siete altos mandos de la FIFA, es que mucha de la gente que rodea a Blatter se ha llenado los bolsillos con dinero procedente de sobornos. Él mantiene que no sabe nada. Un repaso a su currículum pone esta afirmación en duda.
Nacido en 1936 en el pueblo alpino de Visp en una familia de clase obrera, fue desde una temprana edad un entusiasta jugador de fútbol amateur. Se incorporó a la FIFA en 1975 y entre 1981 y 1998 fue nombrado su secretario general, lo que significó que fue el brazo derecho del entonces presidente del organismo, João Havelange. Más alerta que sus predecesores a las posibilidades económicas que ofrecían los patrocinios comerciales y las ventas de los derechos de televisión de los mundiales, fue él quien convirtió la FIFA en lo que es hoy: una máquina de hacer dinero. Havelange patentó la práctica de comprar votos para llegar a la presidencia de la FIFA y para asignar sedes mundialistas, siempre con el propósito paralelo de enriquecerse a sí mismo. No fue hasta 2012 que la FIFA hizo una investigación interna que comprobó que Havelange y sus compinches habían aceptado sobornos de manera sistemática durante ocho años.
No hay pruebas de que Blatter fuera uno de los beneficiados pero tenía que haber sido muy ciego, o muy incompetente, para no tener ninguna idea del tenebroso modus operandi de quien fue su jefe a lo largo de 17 años.
Blatter, tres veces casado, inició sus 17 años en la presidencia de la FIFA el año que la dejó Havelange. Existe extensa documentación, nunca refutada en los tribunales, de que Blatter, el elegido de Havelange, ganó la presidencia de 1998 gracias a los sobres llenos de efectivo que distribuyó entre los votantes del comité ejecutivo de la FIFA un aliado catarí de Blatter llamado Mohamed Bin Hammam. En 2011 Bin Hammam fue suspendido de por vida del fútbol organizado tras ser declarado culpable por la FIFA de intentar comprar votos a su favor cuando presentó su propia candidatura presidencial en contra de Blatter.
La ironía de esto parece habérsele escapado a Blatter, que aquel año ganó las elecciones por cuarta vez consecutiva, como también parece haberse olvidado hoy de las estrechas relaciones que ha tenido con algunos de los miembros de la FIFA que han sido imputados esta semana por corrupción. Quizá el que más se ha enriquecido —se habla de decenas de millones de dólares— es Jack Warner, ex vicepresidente de la FIFA y jefe de la CONCACAF con cuyos votos siempre pudo contar Blatter a la hora de presentarse a elecciones. Warner tuvo que dimitir tras el escándalo que acabó con la carrera de Bin Hammam en 2011 pero ya había acumulado suficiente dinero para construirse un centro de conferencias en su tierra natal, Trinidad, donde hay un salón llamado “Sepp Blatter Hall”. Blatter devolvió el favor cuando Warner dejó la FIFA, dándole las gracias en un comunicado oficial “por sus muchos años dedicados al fútbol”.
El elegido por Blatter como sustituto de Warner al frente de la CONCACAF fue Jeffrey Webb, de las Islas Caimán, que también figura en la lista de detenidos en Suiza esta semana, todos ellos individuos bien conocidos por el presidente de la FIFA.
¿Se puede creer, entonces, que Blatter es inocente de cualquier delito e ignorante de los delitos de sus alegados? ¿Es posible que el hombre que durante 17 años ha presidido una organización llena de ladrones que ha gastado mucho más dinero en gastos y salarios que en su declarada misión, el desarrollo del fútbol mundial, sea meramente un incompetente bufón? La ley lo dirá, se supone. Mientras tanto lo que sí se puede afirmar con toda seguridad es que a lo largo de su carrera ha demostrado tener una piel de rinoceronte mezclada con una capa asombrosamente protectora de teflón.
David Yallop, autor de un libro sobre la FIFA llamando “¿Cómo se robaron la Copa?”, escribe que Blatter “tiene 50 nuevas ideas cada día, 51 de ellas malas”. Entre las más conocidas: agrandar las porterías para que se metan más goles; que las mujeres futbolistas se vistan “con pantalones cortos más apretados y camisetas con mucho escote”; proponer que durante el Mundial de 2022 en Qatar, país donde la homosexualidad es ilegal, los aficionados gays se abstengan de cualquier actividad sexual.
Se podría llenar un álbum con sus payasadas o salidas de tono. Lo que también es vox pópuli, y más desde la redada del miércoles en la que la policía suiza detuvo a siete altos mandos de la FIFA, es que mucha de la gente que rodea a Blatter se ha llenado los bolsillos con dinero procedente de sobornos. Él mantiene que no sabe nada. Un repaso a su currículum pone esta afirmación en duda.
Nacido en 1936 en el pueblo alpino de Visp en una familia de clase obrera, fue desde una temprana edad un entusiasta jugador de fútbol amateur. Se incorporó a la FIFA en 1975 y entre 1981 y 1998 fue nombrado su secretario general, lo que significó que fue el brazo derecho del entonces presidente del organismo, João Havelange. Más alerta que sus predecesores a las posibilidades económicas que ofrecían los patrocinios comerciales y las ventas de los derechos de televisión de los mundiales, fue él quien convirtió la FIFA en lo que es hoy: una máquina de hacer dinero. Havelange patentó la práctica de comprar votos para llegar a la presidencia de la FIFA y para asignar sedes mundialistas, siempre con el propósito paralelo de enriquecerse a sí mismo. No fue hasta 2012 que la FIFA hizo una investigación interna que comprobó que Havelange y sus compinches habían aceptado sobornos de manera sistemática durante ocho años.
No hay pruebas de que Blatter fuera uno de los beneficiados pero tenía que haber sido muy ciego, o muy incompetente, para no tener ninguna idea del tenebroso modus operandi de quien fue su jefe a lo largo de 17 años.
Blatter, tres veces casado, inició sus 17 años en la presidencia de la FIFA el año que la dejó Havelange. Existe extensa documentación, nunca refutada en los tribunales, de que Blatter, el elegido de Havelange, ganó la presidencia de 1998 gracias a los sobres llenos de efectivo que distribuyó entre los votantes del comité ejecutivo de la FIFA un aliado catarí de Blatter llamado Mohamed Bin Hammam. En 2011 Bin Hammam fue suspendido de por vida del fútbol organizado tras ser declarado culpable por la FIFA de intentar comprar votos a su favor cuando presentó su propia candidatura presidencial en contra de Blatter.
La ironía de esto parece habérsele escapado a Blatter, que aquel año ganó las elecciones por cuarta vez consecutiva, como también parece haberse olvidado hoy de las estrechas relaciones que ha tenido con algunos de los miembros de la FIFA que han sido imputados esta semana por corrupción. Quizá el que más se ha enriquecido —se habla de decenas de millones de dólares— es Jack Warner, ex vicepresidente de la FIFA y jefe de la CONCACAF con cuyos votos siempre pudo contar Blatter a la hora de presentarse a elecciones. Warner tuvo que dimitir tras el escándalo que acabó con la carrera de Bin Hammam en 2011 pero ya había acumulado suficiente dinero para construirse un centro de conferencias en su tierra natal, Trinidad, donde hay un salón llamado “Sepp Blatter Hall”. Blatter devolvió el favor cuando Warner dejó la FIFA, dándole las gracias en un comunicado oficial “por sus muchos años dedicados al fútbol”.
El elegido por Blatter como sustituto de Warner al frente de la CONCACAF fue Jeffrey Webb, de las Islas Caimán, que también figura en la lista de detenidos en Suiza esta semana, todos ellos individuos bien conocidos por el presidente de la FIFA.
¿Se puede creer, entonces, que Blatter es inocente de cualquier delito e ignorante de los delitos de sus alegados? ¿Es posible que el hombre que durante 17 años ha presidido una organización llena de ladrones que ha gastado mucho más dinero en gastos y salarios que en su declarada misión, el desarrollo del fútbol mundial, sea meramente un incompetente bufón? La ley lo dirá, se supone. Mientras tanto lo que sí se puede afirmar con toda seguridad es que a lo largo de su carrera ha demostrado tener una piel de rinoceronte mezclada con una capa asombrosamente protectora de teflón.
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