ALBERTO BARRERA TYSZKA
Esta semana, en su programa de
televisión, el presidente de la Asamblea Nacional apareció muy orondo y
seguro, defendiéndose de aquellos que han cuestionado sus acciones
legales en contra de El Nacional, La Patilla y Tal Cual.
En un momento, Cabello también ensayó un tono de reproche
melodramático. Tratando de justificarse, miró a cámara y exclamó:
“¿Quién defiende mis derechos humanos? ¿Quién se preocupa por mí?”. Un
poco antes, con sentimental ironía, ya se había quejado: “¡Ahora el malo
soy yo!”.
El autoproclamado Alto
Mando Político Militar de la Revolución ha demostrado que tiene serios
problemas a la hora de construir personajes. Sus miembros han hecho
múltiples esfuerzos pero, por más que lo intentan, no terminan de
encontrar el giro, la vuelta; nunca logran crear perfiles verosímiles y
entrañables. Siempre les falta algo. A sus personajes se les notan las
coyunturas, las muecas forzadas, los disfraces. No hay manera, por
ejemplo, de que Nicolás Maduro toque tambor y uno crea que realmente
sabe tocar tambor. Uno lo ve dándole a los cueros, sonriendo, moviéndose
como si llevara un ritmo rebotando entre oreja y oreja, pero no, en el
fondo algo falla, algo falta. Se percibe y se siente que ese acto es un
traspié, que ahí nada está sonando bien.
El
mismo problema parece tener el nuevo del defensor del pueblo. Apretado
dentro de su traje, empeñándose en sostener una sonrisa amable y
generosa, mientras trata de mantener más o menos quietas sus pupilas y
asegura que él está dispuesto a defender los derechos de Alberto
Federico Ravell y de cualquier otro ciudadano del país. ¿Es este el
mismo Tarek William Saab que la semana pasada afirmó, en Brasil, que
nuestro país vive una “democracia plena”? ¿Es el mismo que sentenció de
un plumazo que las protestas de 2014 fueron “manifestaciones
terroristas, armadas y criminales”? ¿Cuál de los dos personajes es real?
¿A cuál de los dos debemos creerle los venezolanos?
Igual
ocurre con Diosdado Cabello. El personaje que aparece en la pantalla,
tiernamente conmovido consigo mismo, clamando por sus derechos y
preguntándose quién se preocupa por él, no termina de convencer, genera
muchas dudas. La ficción teatral también necesita verdades. Y todos
hemos visto al mismo personaje en la AN abusando de su poder, insultando
y burlándose de los otros, prohibiendo el derecho de palabra, apretando
un botón y silenciando a los demás, apagando de un golpe la voz del
adversario. También son conocidos los mazazos en su programa. Sin
presentar ninguna prueba y sin ofrecer ningún derecho a réplica, en el
mejor estilo de Chepa Candela, Cabello reparte chismes, insultos y
acusaciones, como si lanzara papelillos en pleno Carnaval.
Todos,
también, sabemos de su expediente. Basta un detalle: en el año 2009,
siendo presidente de Conatel, Diosdado Cabello llevó a cabo el
procedimiento de cierre de 32 emisoras de radio. Su relación con la
censura es vocacional. Ahora demanda a 3 medios de comunicación por
repetir una noticia. Es un perseguidor de ecos. Y se muestra indignado y
pide prohibición de salida del país para sus directivos. Exige
justicia.
Sin embargo, este mismo
personaje se olvidó de la justicia con Mario Silva. Nunca reaccionó así
frente a la grabación donde el conductor de La Hojilla lo
dibujaba casi como un mafioso, que controlaba demasiadas instituciones
en el país y que podía estar ligado a la corrupción y a la fuga de
divisas. ¿Por qué, en ese momento, no enfrentó esos agravios? ¿Por qué
nunca lo demandó?
Diosdado Cabello
quiere ser víctima pero no le sale. Ensaya y ensaya, se presenta
semanalmente a casting, y nada, nunca le queda el papel. Siempre es
percibido como verdugo. Incluso, a veces, hasta por su propio público
privado. Cada vez que intenta la ironía, fracasa. Cuando con sorna
repite: “¡Ahora el malo soy yo!”, todos nos quedamos unos instantes
dudando, compartiendo un suspicaz y contundente silencio. ¿Realmente qué
quiere decirnos? ¿Habla en serio o está bromeando? ¿Se burla o se
confiesa?
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