ENRIQUE VILORIA
No podemos colegir si
nuestra Peste Roja del siglo XXI es
tributaria directa de la
Peste Negra que azotó implacablemente a Europa durante la
Edad Media; recordemos que fue llamada así debido a su manifestación
física y su efecto devastador sobre la
sociedad. El número total de muertes atribuidas a esta pandemia fue colosal. El
término "negro" también se refería a abatimiento o pavor por los
efectos devastadores que esta enfermedad tenía sobre la sociedad. La historia
registra a la Peste Negra
comenzando en el siglo XIV en el sur de Rusia, cerca de Crimea. Desde allí, la
enfermedad se extendió a lo largo de rutas del Lejano Oriente hacia Europa
Occidental y el Medio Oriente. La enfermedad progresó a lo largo de las rutas
comerciales y viajeras. Las condiciones pre-existentes de guerra y hambrunas
sólo exacerbaron la propagación de la enfermedad durante este tiempo. Los
patrones de agricultura y comercio fueron interrumpidos, y condiciones
climáticas adversas empeoraron el ya disminuido suministro de granos -- trigo,
cebada, y avena. Las poblaciones ya debilitadas por la malnutrición fueron más
susceptibles a la enfermedad. La pérdida de trabajadores, debido a hambrunas y
enfermedades, afectó negativamente a la economía lo que condujo a la pobreza y
al crimen.
Nuestra Peste Roja del
siglo XXI es también pródiga en efectos adversos y sanguinarios, tal como lo registran las estadísticas de
allende, no las de aquende:
- El número alarmante de asesinados en los últimos largos cinco lustros.
- La crisis hospitalaria y los médicos emigrados.
- La ausencia de medicinas e insumos médicos.
- El cierre de empresas productivas.
- La escasez de productos básicos, pollo, harina de maíz precocido, azúcar y trigo.
- La creciente niñez abandonada.
- La dilapidación de los recursos del Estado.
- El aislamiento progresivo del país.
- La ausencia de electricidad y agua potable.
- Las escuelas sin alumnos ni profesores.
- Una pobreza creciente y alarmante.
Y paremos de contar, nuestra Peste
Roja del siglo XXI no es biológica sino ideológica, se contamina con las ideas
de trasnocho decimonónico y la contagia la hegemonía comunicacional, es producto
de un salto atrás donde el ciudadano se convierte en enfermo crónico de un
proceso que ya no sabe qué hacer con sus marginados, pobres, enfermos, presos,
misioneros, acólitos, enchufados, prebendados, corruptos y putrefactos
ciudadanos de la revolución, a los que las
hinchazones de la conciencia, los bulbos de la enfermedad delatan en bancos y
organizaciones internacionales, como la DEA, el FBI, la CIA y la INTERPOL, a nuestros propagadores de la peste carmesí:
Sin consuelo revolucionario para esta
Peste Roja del siglo XXI, recordemos que:
Bíblicamente, las pestes
siempre han sido un instrumento de castigo divino de Dios.
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